El primer "Adiós".

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Convencer a mi madre de dejarme ir a una ciudad nueva a estudiar fotografía fue toda una cruzada, pero convencerme a mí mismo de que ellos estarían bien sin mi, eso sí fue difícil. Principalmente porque mi madre sólo me tenía a mí y a mi pequeño hermanito, Roger.

Yo tenía alrededor de 12 años cuando nuestro padre nos abandonó. Y para ser honesto, nunca imaginé que sería capaz de hacerlo. Nada hacía presagiar, ya que en la vida los escuché discutir. Es más, aún teniendo habitaciones contiguas y viviendo en una casita pequeña, nunca los escuché discrepar en algo.

Fue una fría mañana de otoño, en la mesita de la cocina estaba servido mi tazón de yogurt con cereales. Frente a mí se encontraba mi madre bebiendo una taza de café, pero esta vez no me dio los "Buenos días, amor de mamá", si no que su mirada estaba perdida y cuando notó mi presencia me ofreció una sonrisa a medias.

En ese momento papá entró a la cocina y se arrodilló a mi lado y me besó la frente.

–Sé que algún día serás capaz de perdonarme, Douglas –en sus ojos vi tristeza–. Algún día saldrás al mundo y serás capaz de conquistarlo con tu dulzura.

Se levantó, tomó su mochila y caminó hacia la puerta de entrada. Corrí hasta la ventana y lo miré hasta que se perdió a lo lejos, esperando a que en algún momento él volteara, pero eso no pasó.

Tuve pesadillas un montón de veces con ese momento. En el que corría tras mi papá, e intentaba sujetar su abrigo para que se quedara. Pero nunca lo logré.

Mi mamá se acercó y me acarició el hombro. Caminamos juntos hasta la cocina y me da una tacita de chocolate caliente. Y con dulzura en su voz me pregunta:

–¿Qué opinas bebé de irnos a Bilbao donde los abuelos?

Mis abuelitos son el regalo más hermoso que la vida pudo entregarme. Solían vivir junto a nuestra casa, y después del colegio me iba a la casa de ellos por toda la tarde.
Le ayudaba a mi abuela con los quehaceres de la casa. Pero por lejos mi favorito era ayudarla a regar las flores.
La abuela era fanática de las flores. Su jardín estaba lleno de ellas, de todos los colores que alguien podría imaginar. Y cuando se juntaba mucha agua, me permitía quitarme los zapatos y las calcetas, y correr descalzo por todas las pozas chapoteando. Ese era nuestro secreto, mamá no podía saber.

Un día merodeando por la cochera del abuelo, descubrí una vieja cámara analógica que aún tenía un rollo, en ese momento algo despertó en mi interior y me generó un montón de curiosidad.

Corrí hasta donde estaba él. En su sofá leyendo el periódico y fumando en su pipa. Lo tomé de la mano y lo llevé a rastras hasta la cochera y le pregunté qué era.

–Esto es un regalo de tu bisabuelo, Duggie. Sirve para capturar momentos y compartir tu visión del mundo.
En ese momento una ansiedad me inundó, quería tenerla y usarla.

–Párate allá. Te enseñaré a usarla.

Me tomó una foto y me dijo.

–Tienes 10 intentos para sorprenderme. Al final del día te llevaré a un lugar para que veas lo que capturaste. Si consigues sorprenderme, será tuya.

Así que en aquel preciso instante me puse a capturar momentos. Las flores de la abuela. Mi abuela regándolas. El columpio del patio de mi casa. Y un montón de cosas que llamaran mi atención.
Cuando por fin terminé me fui donde el abuelo, y me subió en su camioneta roja y fuimos al centro de nuestro pueblito.

Me llevó hasta una tienda y dentro le dice al señor de la mesita.

–Revélelas, por favor. Mi nieto está intentando sorprenderme.

INSTAX MEMORIESWhere stories live. Discover now