3. La bondad del cruel

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Crowley debía ser honesto: realmente nunca tuvo idea de lo que pasaba Aziraphale cada que tenía que presentarse frente a los suyos, de rectitud impersonal, al punto de ser decadente, humillante.

Alguna vez decidió dejar usar un pequeño milagro para escuchar uno de los reportes que el ángel tenía que darle a Gabriel, quien entró en su librería sin parecer muy interesado en el esfuerzo del principado en atenderlo, o siquiera en mirar con algo de interés a los humanos que los rodeaban.

¿Siempre habían sido los ángeles así...? Bueno, él fue uno; aunque nada recordaba después de su caída, a lo mucho la sensación de las estrellas estremecer sus manos cuando ayudó a crearlas. Probablemente su trabajo no fuera muy importante para relacionarse con otros ángeles, ni siquiera Aziraphale.

Quizá por esas emociones que quedaron de ese tiempo, de poco haber conocido a los que fuesen una vez sus aliados, es que se sentía terriblemente agitado dándose cuenta que, incluso entre demonios, había mucho más aprecio por sus méritos.

Los ángeles eran inherentemente crueles por que no conocían más de una perspectiva, eran ciegos más allá de sus designios y su posición. Aziraphale con su devoción a su propósito, y ese plan exasperante (e inefable), todavía se resistía a verlo.

Crowley dio vueltas en su cama, incapaz de descansar, las noches siguientes a su discusión con el ángel, incapaz de dormir con la ensayada facilidad de milenios. Podría ir, fingir que nada pasó, y disculparse, convencer al principado de comer unas crepas en su compañía...

No, aún estaba enfadado. Nunca le había importado mucho tener el que tomar la iniciativa en cuanto a su relación con el ángel; ya fuera salvándolo, o reanudando sus encuentros furtivos (aun si fuera únicamente incitando al principado con comida). Los ángeles eran bastante incoherentes en su propia existencia: poseían conocimientos milenarios, pero poco sabían interpretar fuera del esquema en que nacieron, así que siempre esperó que las decisiones, o mantener sus lazos, recayera en él.

Igual siempre había sido algo doloroso; siempre expectante de ver algo...

Tal vez esta vez dejar al ángel ver lo disgustado por su terquedad, lo hiciera ver más por su propio bienestar; aunque las razones de protegerlo, había recordado el demonio, tenían otros motivos.

¡Cómo lo sacaban de sus cabales el cielo y todos sus ángeles! Por satán...

Definitivamente los ángeles, supuestos seres de amor, vivían empecinados en su única perspectiva cerrada y poco compasiva.

Aziraphale siempre había sido diferente: compasivo, lleno de calidez, de real amor.

Era irónico como Aziraphale había designado la mejor descripción para los de su lado, y no la había comprendido en lo más mínimo.

Era irónico como Aziraphale había designado la mejor descripción para los de su lado, y no la había comprendido en lo más mínimo

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1020, A.D.

Crowley siempre había pensado que los ángeles eran, (y se preguntó el mismo si alguna vez aplico esa descripción a su existencia), rígidos, arrogantes, y drásticos. Por eso, sin duda, se sintió desconcertado cuando el principado Aziraphale aceptó un acuerdo de mutuo respeto entre ambos (ya que estaban atorados unos milenios en la tierra...).

Aunque el ángel lo miró todavía con cautela, con sus ojos entornados en sus ojos dorados, buscando señal de una trampa, más por costumbre y doctrina celestial que otra cosa. Aziraphale le diría con una sonrisa cuando le ofreció algo de comida humana que había conseguido.

Crowley, Crawley todavía en ese tiempo, compartiría con Aziraphale la sorprendente maldad de la que los humanos mostraban potencial; la suficiente, para que en su opinión, no necesitaran a los demonios en un futuro.

—Y luego es de lo más confuso —se quejó el demonio—. Los ves corriendo, listos para matarse, y luego los puedes ver haciendo cosas de las más amables.

—La cuestión —dijo Aziraphale, con sus labios ligeramente fruncidos, buscando lucir tan digno y recatado como todos los ángeles le decían que debía ser—, es que cuando un humano es bueno o malo es porque quiere —explicó el ángel, intentando ejemplificar el libre albedrío, y agregó—: Nosotros estamos encauzados con nuestros bandos desde el principio.

Crowley estaba un poco en desacuerdo con la reflexión de Aziraphale: los demonios parecían ser más flexibles, casi libres, mientras cumplieran con tentar almas, todo iría bien. Después de todo, como le diría después al principado: »—Para un demonio está bien la desobediencia generalizada, mientras no desobedezcas una misión específica.

Crowley concluyó esa conversación con un silencio que abrió paso a su propia conclusión para definir a los humanos: «No se podía ser verdaderamente santo si no se tenía la oportunidad de ser rotundamente malvado». Así es que comenzó a comprender la naturaleza de ambos, pensamiento que lo llevó, por primera vez (desde su caída) a intentar recordar quien era cuando fue santo.

Y esa necesidad de recordar su tiempo en el cielo volvería conforme fue viendo el rostro tenso, a veces pálido, de Aziraphale cuando regresaba de hablar con sus superiores, o cuando Gabriel bajaba sus ojos, alzando su rostro dentro de lo posible, para mirar a su subordinado desde arriba.

Fueron muchos siglos en que intentó dilucidar cómo era que el cielo cuidaba a sus hijos después de La caída, especialmente a sus hijos más puros, los realmente buenos, como Aziraphale.

—¿Tienes algún trabajo especial en este lugar? —le preguntaría Crowley cada que se encontraban, el ángel le sonreía con sus ojos claros gentiles sobre él, sabiendo lo que diría a continuación—, ¿no me dejarías tentarte con algo de comer?

—Por supuesto, desagradable demonio —contestaría con frecuencia, sin malicia o real insulto, sonriéndole con una calidez que le hacía cuestionarse, si, es que, Aziraphale sería consciente de que había dejado de verlo con desconfianza, o siquiera como una amenaza.

Crowley, incluso, (y se juzgó demente por eso), pensó ver cierto afecto hacia él. Sin embargo, no ahondó mucho en eso, los ángeles eran seres que, según lo que ellos pregonaban, amaban a todos.

Crowley miraba complacido de ver al ángel aprender a bromear; eso mismo, dio pasó al remordimiento que nació apenas comprendió porque seguía de forma tan natural ángel, porque siempre veía que estuviera fuera de peligro.

Se sentía culpable de sus propios sentimientos; cómo es que, él siendo un demonio podría sentir algo así de profundo y noble, como es que podía creer que un ser de amor como un ángel podría (le dejaría), o consideraría su amor adecuado.

Se maldijo a sí mismo, detestaba sentir eso; maldijo al cielo, maldijo al infierno, cada vez que se veía más incapaz de luchar consigo mismo: ¿Por qué eran tan terco de poner su vida inmortal en peligro por un ángel...?

No, por Aziraphale, su Aziraphale.

Porque algo que ahora los ángeles intentaban difundir entre los humanos, se les había presentado como pecado a ellos. ¿Por qué debían estar obligados a ser enemigos?

Siempre había preguntado demasiado, una tortura de su propia mano; comprendió un poco porque el cielo decidió castigarlo por eso, quiso pensar.

Crowley comenzó a entender menos con los siglos, poco antes, de manipular el tiempo para borrar el momento en se enamoró de Aziraphale, repitiendo el ciclo por los milenios venideros.

¿Qué pensaría Aziraphale en ese entonces?





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N/A: ¡Hola! Les traigo este capitulo con mucho entusiasmo, la verdad es que llevo dos semanas en el fandom, y es el mejor que he conocido.

¿Que les ha parecido el capitulo? Espero les haya gustado, hay un par de citas del libro jeje.

Los buenos pecadores  [Good Omens] [Ineffable Husbands]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora