Postludio. El fabricante de estrellas

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Aún si miro hacia arriba

Y llamo tu nombre hacia los cielos

Solo se aleja en el viento...

Aves de cristal

Incapaces de amarse la una a la otra

Soñando en calidez

Garasu no Yume (Sueños de cristal) - Haibane no Renmei.

Los ángeles como él, fabricantes de estrellas en el lienzo infinito que Dios creó, tenían ciertas libertades, ciertas habilidades particulares como eran la imaginación, que era un don con un efecto colateral que nadie habría anticipado, como lo er...

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Los ángeles como él, fabricantes de estrellas en el lienzo infinito que Dios creó, tenían ciertas libertades, ciertas habilidades particulares como eran la imaginación, que era un don con un efecto colateral que nadie habría anticipado, como lo era la curiosidad.

Crowley tenían preguntas, como estaba seguro todos los ángeles tenían, sin embargo todos eran obedientes, y creían en las decisiones del Todopoderoso: no existía lugar a cuestionar, a sentir, y sobre todo, a desobedecer fuera los límites establecidos para los propósitos con que nacieron.

Cabe decir, que lo prohibido no impedía que la habilidad de cuestionar naciera en varios ángeles.

Crowley no quería en realidad no ansiaba desafiar a nadie, simplemente ansiaba entender su existencia, no obstante, decidió mantenerse callado, guardar en su mente la cada vez más palpitante necesidad de entender sus sentimientos, o la explicación de la habilidad de sus cuerpos de experimentar sensaciones que ninguno de los Arcángeles, Serafines y Tronos, mostraron intención de mencionar.

Lucifer llegó, y con sus palabras hizo que hasta la fibra más profunda de cada ángel que lo escuchó estremeciera: «Si tenemos preguntas, Dios como nuestra madre puede responder, ¿Por qué se niega a escucharlas? ¿Por qué nos niega el preguntarlas?»

La curiosidad sacó a la superficie el vació que vivía reprimido en su mente, la necesidad de que Dios les hablara, que sosegara sus preguntas, que les permitiera sentir y explicarles cuál era la razón de que pudieran hacerlo. Crowley se unió con el fin de poder saciar sus dudas, no con intención de unirse a lo que vendría (aunque nunca podría haberlo anticipado).

Muchos ángeles, entonces, cedieron a impulsos nacientes, como lo era el deseo carnal, y el amor.

Crowley hizo sus preguntas: «¿Cuál es la razón de nuestros propósitos? ¿Cuál es el fin de crear estrellas sin un límite?» « ¿Por qué no debemos saber el Gran Plan, y como lo seguiremos si no lo conocemos?»

Y probablemente, sus cuestionamientos no habrían generado inquietud alguna, de no ser porque se sabía de su tiempo que pasó escuchando a Lucifer; y a oídos de Dios llegaron las preguntas que hizo, siendo únicamente dos de ellas las que lo condenaron:

«¿Por qué debemos seguir el Gran Plan y no preguntar sobre el?»

Y la segunda, escuchada por un Arcángel, fruto de la semilla de la duda encendida gracias a lucifer, fue: »—¿Es posible amar a alguien aún más, y además de dios?

Aunque, «su pecado», nació desde antes, cuando se encontró con un joven ángel, uno con absoluta pureza, demasiado pequeño para entender la rebelión que estaba alzándose en el cielo, que ignoraba que hubiera hecho esas preguntas, que hubiera preguntado aquello sobre amar a alguien más que a quien los creó, gracias a él.

Antes de su caída, y durante ella (cuando el fuego parecía quemarle hasta la garganta), recordó cómo, una de tantas veces, tomó cuidado de un pequeño principado recién creado mientras los Arcángeles encontraban tiempo para volver a construirlo.

El ángel jugó con dulzura, cual criatura inocente con algunas estrellas que estaba poniendo en el cielo.

Amaba, inconsciente e incapaz de entenderlo, y no lo comprendería hasta siglos después.

Aunque sus recuerdos fueron borrados, o como todo demonio (al menos al inicio) nació siendo una lienzo en blanco, con el resentimiento a flor de piel.

Cuando el fuego consumió su cuerpo y alas, intentó recordar con desesperación, con las lágrimas nacidas de un dolor inconmensurable, como de ser incapaz de recordar algo que era importante y precioso.

—¡Su nombre! —suplicó incapaz de volar al cielo, viendo como la oscuridad lo envolvía con los gritos desgarradores de sus hermanos.

Era fácil que algo que nunca murió, incluso un sentimiento, volviera a nacer.

La semilla había germinado desde el principio; lo único que hacía era quitar los brotes, anidando la dulzura del pecado más puro, aquel que no se podía condenar.

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Los buenos pecadores  [Good Omens] [Ineffable Husbands]Where stories live. Discover now