Mimitos

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Este capítulo contiene escenas sexuales explícitas entre Azira y Crowley.

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Crowley se esmeró en su ropa esa noche: pantalones ajustados, campera de cuero, un cordón gris como colgante (era su favorito), lentes, y su cabello tan alborotado como fuera posible. Tenía que lucir mayor: se encontraría con Zira en un bar y no quería que tuvieran problemas.

-Luces muy joven, Crowley- le explicó Zira por teléfono, con cierta timidez.- No quiero que tengamos problemas, es todo.

-¡No te preocupes, por favor! Tengo mi identificación. Si me hacen cuestión por pedir tragos, solo la enseñaré y asunto arreglado. ¿A las diez está bien?

A pesar de su confianza, quería dejar tranquilo a Zira así que no salió hasta no estar satisfecho con su apariencia ante el espejo. Sus padres no le preguntaron pero supusieron que saldría con sus amigos, así que su padre le prestó el auto, un Bentley antiguo que andaba como la seda. Crowley no cabía en sí de gozo por la expectativa de verse a solas con su querido profesor, fuera de la universidad, en un ámbito donde podrían al fin expresarse a gusto. 

Ni bien llegó lo vio sentado en una mesa al fondo del bar y sonrió encantado: Zira parecía un poco nervioso cuando se acercó y lo saludó con un beso en la mejilla, pero al mismo tiempo se notaba su placer. Llevaba pantalones grises, una sencilla camisa blanca y un chaleco tejido, que le daba apariencia de señor serio y respetable. Contrario a lo que Beelz pudiera opinar, a él eso se le hacía extremadamente sexy.

-Estás muy lindo, Anthony. ¿Esos lentes son nuevos?

-Gracias por notarlo. Los compré la semana pasada, son muy geniales.

-Sí... bueno... ¿qué quieres pedir? Yo te invito.

-Una cerveza está bien.

El camarero no le pidió su identificación, pero sí los miró de reojo. Entendía. Era evidente que no parecían padre e hijo, y por lo tanto su charla divertida y claramente íntima levantaba suspicacias. De todas formas, estaban muy lejos de la universidad y nadie podría reconocerlos. Le daba igual si los parroquianos pensaban que eran pareja.

"De hecho, lo somos" pensó con orgullo, tomándole disimuladamente la mano bajo la mesa. Podría haberlo hecho sobre ella, pero de alguna forma era divertido jugar a las escondidas. Zira, con el corazón un poco acelerado, dijo:

-Anthony... vayamos despacio, querido.

-Estamos yendo despacio- contestó el pelirrojo como si nada, mientras dejaba que su mano soltara la de Zira y le tocara brevemente el muslo.- Ni siquiera nos hemos besado aún.

-Lo sé, pero... no quiero que tengas problemas.

-¿Qué problema podría tener? Soy mayor y hago lo que me plazca... y en este momento, sabes, lo que me place es hacer esto...

Rápidamente y sin que nadie se percatara, Crowley subió sus dedos hasta tocarle la entrepierna al rubio: Zira no se lo esperaba y miró horrorizado a su alrededor, pero todos estaban muy ocupados en sus propias charlas y no los notaron. Crowley parecía muy seguro de lo que hacía y lo estuvo sobando por un buen rato, hasta que no se pudo controlar más y su miembro empezó a hincharse de tanto manoseo. El profesor Fell se sintió muy avergonzado, pero no podía ser hipócrita. Si de verdad no hubiera querido que pasara eso, habría frenado a su novio desde el inicio, aclarándole que solo lo había invitado para que charlaran y bebieran. Pero lo había dejado tocarlo, y ahora su entrepierna parecía a punto de explotar. Crowley, feliz, le susurró con disimulo.

-Ve al baño. Yo iré dentro de unos minutos.

-No estarás pensando en...

-¿No quieres salir de aquí con eso, verdad? Entonces hazme caso y no te preocupes. Saldrá bien.

Azira Fell, profesor respetable de literatura, nunca creyó que haría algo tan obsceno en un lugar público; pero el descaro sensual de Anthony Crowley era irresistible, y cuando el muchacho entró al baño y se apresuró a besarlo contra la pared, y a meterle la mano dentro del pantalón, no pudo sino sentirse extremadamente contento.

-Anthony, mi vida... que atrevido eres, pequeño, se supone que tendríamos una cita tranquila...

-Bueno, las cosas pasan por algo...- mientras intercambiaban saliva en un beso largo y sensual, se aseguró de ir bajándole el cierre del pantalón.- Es mejor que lo aceptemos en vez de fingir que no pasa. Dime, ¿acaso no tenías ganas de hacernos unos mimitos de nuevo?

-Sí, querido, ¡pero no en un lugar como éste!

-El lugar es lo de menos. Lo importante es que estemos juntos.

Zira rió por lo bajo y aceptó continuar, pero solo si entraban a una cabina. No parecía que fuera a entrar nadie, pero como no podían estar seguros prefirió no arriesgarse. Crowley no tuvo problema con eso, llevaba cierta experiencia en usar los cubículos de los baños como sitios de alivio sexual. Aunque claro, hasta el momento había sido algo personal. Esta vez, por primera vez, pudo estimular un pene que no era el propio. Era el de su amado profesor, que aunque lucía nervioso no podía dejar de suspirar calladamente y de acariciar su cabello. Crowley se sintió desfallecer de placer mientras besaba y chupaba ese rico miembro, blanco y firme como un monumento. Era tan hermoso que no cesó de tocarlo en ningún momento.

-Anthony, mi querido Anthony... que dulce... eres tan...

-¿Sí? ¿Te gusta mucho, mi amor? ¿Sigo?

-Sigue... pero... ¡ah...! Pero no tardes mucho... si alguien llegara a descubrirnos, sería terrible...

-Mhn.- Crowley hubiera preferido no hacer las cosas a contrarreloj, pero Zira tenía razón: sería en extremo molesto que alguien los descubriera, no porque le importara que los vieran salir de un baño juntos, sino porque sabía que para Zira la imagen era importante. Su amado era un cachondo cuando estaban a solas, pero en público seguía siendo un profesor universitario, y por más caliente que estuviera en ese momento no haría nada que pudiera incomodar a Zira. Si quería apresurarse para no levantar sospechas entre la gente del bar, se apresuraría, y guardaría el resto de su deseo para otro momento más propicio. 

-¡Anthony!- gimió Zira al sentir su miembro siendo succionado con gran fuerza, obligándolo a acabar de forma brusca y poco elegante. Durante unos momentos quedó con la mente en blanco, jadeando, tiempo durante el cual Crowley aprovechó para limpiarlo a base de lamidas juguetonas. Cuando por fin recuperó el aliento, el pelirrojo ya había tomado su semen y terminado de limpiarlo con un pañuelo que luego tiró por el inodoro. El menor se paró y quedó cara a cara con él, y ambos se abrazaron, corriendo Zira con la responsabilidad de apretarlo para que sus latidos fueran regresando a la normalidad.

-A pesar de tu actitud, Anthony, sé que estás conmovido. ¿Cómo no lo estarías? Esto fue tan...

-¿Hermoso?- susurró Crowley sonriendo un poco y besándolo despacio en la mejilla.- ¿Delicioso? Puedo decirte que para mí fue ambas cosas...

-Para mí también. Pero es hora de irnos. Vamos, lávate las manos y vayamos saliendo. Te acompañaré a tomar un taxi.

-Zira... eres lo mejor del mundo.

El rubio sintió un bonito calor dentro suyo al oír esas palabras. Anthony era un tanto impertinente, pero al mismo tiempo cariñoso y dulce como solo él sabía. Y eso le encantaba. Hacía que valiera la pena correr ciertos riesgos.

Soy tu Julieta 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora