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Neydan

Entramos por la puerta trasera de la casa, intentando hacer el menor ruido posible.

Toda la casa estaba inundada en un intenso aroma a gasolina.

Escuchamos ruidos en la habitación de la madre de Abby, quien ahora parecía ser una persona totalmente desconocida.

Subimos con cuidado de no hacer ruido.

Abby se asomó a ver qué era lo que hacía ella. Buscaba algo desesperadamente. Desordenaba y buscaba en cada rincón de la habitación, sin tener resultados.

—¿Buscabas esto, Saddie? —Dijo Abby, con un tono retador en su voz, y levantando un frasco color ámbar, que parecía ser algún tipo de medicina.

—Abigail, puedo ver que despertaste. Y trajiste a otro amigo tuyo a la fiesta. Muy bien, creo que no hay otra opción. Tendré que matarte aquí mismo. —Dicho esto, su madre se abalanzó contra Abby y cayeron al suelo. Ambas se sumergieron en una pelea por el frasco.

Rodaron por las escaleras y Abby quedó inconsciente, mientras que Saddie sólo quedó aturdida.

Me dirigí hacia Abby rápidamente.

—¡Abby! ¡Despierta! —Grité, sin obtener ningún resultado. Abby no reaccionaba.

Miré hacia el lugar en donde había caído su mamá, pero ella ya no estaba ahí. En ese momento me preocupaba más hacer reaccionar a Abby, que lo que hiciera ella. Gran error.

De pronto, sobre mi nariz y boca sentí un pañuelo y una mano presionándolo fuerte.

Un fuerte olor comenzó a invadir mi nariz, privándome de respirar. Traté de luchar y quitarme el pañuelo de la cara, pero cada vez me sentía más débil. Mi vista se tornó borrosa y lo último que pude ver, fue a Abby aún inconsciente.

Abby

Desperté en el suelo al pie de las escaleras.

No sabía cuánto tiempo había pasado, pero lo primero que vi fue a Neydan sentado, y amarrado de pies y manos en una silla frente a mí. Saddie estaba dando vueltas a su alrededor, con el mismo cuchillo con el que había matado a Daniel, en sus manos.

—Al fin despiertas, Abigail. —Dijo, y Neydan levantó la cara para mirarme a los ojos. Su mirada estaba llena de una profunda tristeza y en su boca había una improvisada mordaza, hecha de pañuelos.

—¡Déjalo en paz, perra! —Grité con todas las fuerzas que pude reunir. Ella sólo soltó una fría carcajada.

Me puse de pie con algo de náuseas, oliendo el insoportable aroma a gasolina que llegaba a mi nariz. Di unos cuantos pasos hacia Neydan.

—Mira lo que has causado. —Dijo ella, y señaló hacia donde yacía el cuerpo sin vida de Daniel.

—Tú eres quien ha causado todo esto. —Respondí.

—Y ahora... Mira lo que causarás. —Sonrió, y en un rápido movimiento puso el cuchillo en el cuello de Neydan.

—¡No! ¡Déjalo ir! Él no tiene nada qué ver en esto.

—Lo siento, pero no puedo dejar que alguien arruine mis planes nuevamente. —Dicho esto, deslizó el cuchillo en el cuello de mi amigo, y chorros de sangre comenzaron a caer rápidamente, mientras Neydan perdía el color de su piel, dejando en su lugar un cuerpo totalmente pálido.

—¡¡¡Neydan!!! ¡¡No!!... No te vayas... Yo... ¡¡Te amo!! —Grité, y me acerqué a su cuerpo, ahora sin vida. Sabía que ya no podía oírme, pero volví a decirlo. —Neydan, te amo.

—Qué romántico. —Dijo Saddie. Levanté mi vista y la llevé hacia ella, con un odio bastante evidente.

La mujer tomó un encendedor que estaba escondido en el bolsillo del pantalón de Neydan, y lo levantó con mirada retadora frente a mí.

Ahora más que nunca, percibí el olor a gasolina.

—Este será tu fin, Abigail. No es como me habría gustado, pero de igual manera se llegará al resultado que siempre he querido: Tu muerte. —De pronto, cayó al suelo y comenzó a retorcerse tal como había hecho aquella tarde al llegar a casa.

Me alejé del cuerpo de Neydan y me limpié las lágrimas. Aproveché el momento de debilidad de Saddie y tomé el encendedor de sus manos.

En cuanto Saddie volvió en sí, escuché el tono de voz que tanto conocía.

—Abby, debes irte. Ella va a matarte. —Era Mónica, mi madre.

—Te amo, mamá. —Dije, en tono de despedida. Y ella volvió a retorcerse.

Saddie volvió.

Mátala. —Dijeron las voces dentro de mi cabeza.

—¡Eres una perra! —Gritó ella, aún en el suelo.

—Has destruido a todas las personas importantes en mi vida. Ahora te destruiré a ti.

Presioné el pequeño botón del encendedor y una llama comenzó a tomar vida, finalmente arrojé el encendedor en donde se concentraba más gasolina.

El fuego comenzó a crecer rápidamente, hasta alcanzar uno de los pies de Saddie, y no pudo levantarse más.

Lo último que escuché, fueron sus gritos, y el crujir de la madera de la casa conforme las llamas crecían, mientras me dirigía hacia la puerta principal, abandonando el cuerpo de mi mejor amigo, y de aquel hombre que había querido protegerme.

Nunca me perdonaría a mí misma por haberlos dejado arder junto con ella.

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