Caminemos.

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-¿Y bueno?

-¿Y bueno qué?

-Estuvimos caminando hace cinco minutos y todavía no decís nada.

-Ah, perdón. Estoy muy dormido...

-Se nota.

Los dos caminaban a paso lento, con más frío que ganas. El invierno no estaba siendo gentil con las noches, menos con las mañanas. El más alto con un vaso de café hirviendo en su mano. El más bajo se calentaba las manos con los bolsillos de su sobretodo, y su cara, con arrugas frescas, se estremecía. La calle estaba vacía, aparte del ocasional animal sin casa, que busca una mirada piadosa. Emilio, el más alto, toma la palabra.

-¡Gaspar!

-¡¿Qué?!

-¿Qué pasa?

-Ya te dije, estamos yendo al muelle. ¿Qué?, ¿cambiaste mucho?, ¿no te gusta caminar ahora?

-No me gusta desaprovechar mi mañana.

-No es desaprovechar. Estás descansando, tomando aire. Disfrutá un poco.

-Bah.-Dijo, como si escupiera la palabra.

-Dios santo...seguís diciendo "Bah".

-No cambié tanto.

El más alto sonríe victoriosamente.

Mientras caminaban, trataban de evitar los charcos de agua que dejó la lluvia del día anterior. El cielo seguía gris. Había un aire fúnebre y nostálgico, combinado con los pequeños edificios grises del pueblo. Cada calle, como en todo reencuentro, parecía revelar otro recuerdo más que fue borrado por el paso del tiempo.

La sonrisa de Emilio se apagó.

-Evitaste mi pregunta.-Sin mirarlo.

-¿Y qué querés que te diga?, no es fácil la vida acá.

-¿No?, si tenés todo, un pueblito lindo, alejado, sin contaminación por donde respires, tu mujer que te sigue amando, que no me pasa...

-Falleció hace 5 años.

Silencio. Emilio se había quemado con el café.

-¿Cómo?

-Nos habíamos comprado un auto usado, un Dezta, era una porquería. No servían ni los frenos. Yo estaba trabajando. Ojalá me hubiera muerto también.-Contó, mirando sus zapatos sin lustrar.

-¿Cómo van a comprar un Dezta?, qué marca más chota.

Las ojeras de Gaspar se hicieron más grandes.

-Ya, en serio: qué lástima. ¿Por eso me llamaste?, ¿necesitás plata?

-No.-Dijo secamente.

-¿Es porque me la cogí cuando te gustaba?

Silencio.

-¿Es por eso?, ya te dije que era un pelotudo. Además no cogimos en serio, habremos tenido 16. No sabíamos ni qué era un condón, ¿me entendés?

-No fue eso. Pero no me olvidé.

-Hey, animate. Tuvieron el matrimonio más feliz que habré visto, y un hijo hermoso. Me sigo acordando bien de los ojazos que tenía Ramiro de chico. Bien azules, bien inocentes, preciosos.

-Sí...era precioso.-Gaspar le sonreía al cielo.

-Qué feo que le pasó...lo que le pasó.

-¿Por culpa de quién?...

Emilio suspiró estrés.

-No vamos a tener esta discusión de nuevo. Ya te dije mil veces que no sabía que mi hij...

-Está bien. Te perdono.

Ambos pararon, en el borde entre la pequeña ciudad y el camino al muelle.

-¿Me estás jodiendo?

-No. Ya pasó. Tranquilo.

-Gracias...

Emilio, impulsivo, inició un abrazo. Gaspar apenas levantó el brazo y le dio unas palmadas. Pero todavía no sonreía.

-Sigamos caminando.-Dijo.

Cuando llegaron a aquel muelle solitario en el bosque, rodeado por una laguna, Gaspar tenía una pequeña mueca de felicidad. La conversación que tuvieron en ese pequeño trayecto fue menos incómoda, un alivio para ambos.

Emilio lo miró por unos segundos.

-Lindo traje ese, eh.

-Sí...me gusta. Con este saco se casó mi viejo.

-El saco de la mala suerte...

-El tuyo también está bueno.

-No tanto...me lo regaló el dueño de la marca cuando anduve por Capital. Lo traje porque no me importa mucho que se ensucie.

-Qué bueno...

Ya se encontraban al final del muelle. El sol había salido, y apreciaron el hermoso paisaje verde y celeste que tenía su pueblo natal. Gaspar usó su tono más amable.

-Che, ¿te puedo sacar una foto?

-Dale.

Gaspar sacó su anticuada cámara familiar y apuntó. Emilio posó con los pulgares arriba.

La foto se había tomado. Gaspar bajó la cámara lentamente, y cuando se pudo ver su rostro, estaba sonriendo.

-¿Ya está?

Gaspar empezó a reír.

Esa risa duró diez segundos enteros. Metió la mano izquierda en el bolsillo y se acercó hacia Emilio.

-¿Todo bien?

Gaspar le negó con la cabeza.

-Todavía no.

Dos tiros impactaron contra el cuerpo de Emilio, quien soltó un pequeño alarido antes de caer dormido en la laguna. 

Flotaba, dejando un rastro fino de sangre por donde iba. Su expresión parecía de todo, pero menos de sorpresa.

Parado, al final de muelle, estaba un Gaspar que Emilio no conoció. Sacó una caja de cigarrillos y empezó a fumar pacíficamente. Miraba cómo el cuerpo se alejaba, se perdía en esa vista que solamente podía ser pintada por un maestro.

Había una amargura en el rostro de Gaspar, y sus arrugas frescas se fundieron en su frente como una mancha que no se iba a poder limpiar.

Cuentos ArgentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora