Paquete marcado con «devolver al remitente»

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Mi vecino es uno de esos famosos de YouTube que haría lo que fuera para aumentar su número de suscriptores. En estos últimos años, lo he visto comer cucharadas de canela, tirarse baldes con hielo sobre la cabeza y recostarse encima de la capota de su auto mientras este baja por una colina; todo esto mientras grita cosas como epic fail, fuck y otras tantas expresiones que honestamente, me tienen cansado.

Fue por eso que la semana, pasada, cuando tocó a mi puerta y anunció que se tomaría unas vacaciones, no pude sentirme más aliviado. El no tener que presenciar su estupidez por un tiempo supuso un descanso mental para mí.

Accedí a recoger su correo mientras se encontrara fuera y durante los primeros días, no recibió nada interesante fuera de las facturas acostumbradas.


Hasta que un día, vi que le había llegado una caja de madera fina enorme, con la etiqueta «Frágil» estampada en un costado y otra que ponía «Devolver al remitente». Fue un trabajo arduo arrastrarla hasta mi garaje para poder guardarla, aunque tuviera que estacionar mi auto en la acera. Mientras lo hacía, perdí el agarre sobre el paquete y se me cayó al suelo en las escaleras de piedra del pórtico.

«Joder, a ver si no se ha roto nada», pensé en ese instante. De ser así, ya le diría a mi vecino que era como había llegado el encargo.

Total que dejé la caja en una esquina y me olvidé de ella varios días. Ahí se quedaría, hasta que su dueño viniera a reclamarla. Por eso me sorprendí al entrar un día y detectar un olor pútrido, que provenía de aquel rincón. Lo primero que pensé fue que debía contener carne de algún animal y se estaba echando a perder.

Busqué una palanca y abrí la tapa. No había carne de ningún animal dentro.

El cadáver de mi vecino se encontraba en el interior, pudriéndose. Tuve que esforzarme para no devolver el estómago ahí mismo y con mucho miedo, llamé a las autoridades.

Habría sido muy fácil que me tomaran por el sospechoso de su muerte, debido a las circunstancias. Sin embargo, después del interrogatorio, a la policía no le quedaron dudas de que mi historia era cierta. Sobre todo después de ver el último vídeo que mi vecino subió a su canal.

Él aparecía en la oficina de correos, bromeando y anunciando que iba a enviarse a sí mismo a casa en aquella gran caja. Llevaba consigo mantas, comida, agua y una linterna para afrontar el viaje. Un amigo suyo a quien ya había visto en otros vídeos, le ayudó a meterse dentro y cerró el paquete entre risas estúpidas. Por un rato, el infeliz se había estado grabando dentro de la caja, que viajaba a través de las líneas estatales del país, por tráiler. Súbitamente, la cámara se sacudió y quedó desenfocada.


El camión tuvo un movimiento brusco y el tipo se había roto el cuello. La batería de la cámara se agotó.

Llegó muerto a casa.

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