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Lo último que Christine vio fue la maliciosa sonrisa del ángel Tiberius, de la nada estaba frente a una roca gigante de color negro carbón, parecía una roca volcánica pero no era acorde al panorama, todo era bosque y árboles, lo único distinto allí era esa roca, la tocó y parecía sólida así que decidió sentarse sobre ella a esperar a que la llevarán de vuelta con los demás.

A penas posarse sobre la roca cayó directo colina abajo, lo que era imposible. La roca había cedido y Christine rodó colina abajo en un lugar que no pudo visualizar muy bien, la caída se le hizo eterna, y cuando por fin tocó un suelo estable agradeció a los dioses ya que iba a terminar vomitando de tanto rodar.

Totalmente mareada y desorientada intentó ponerse de pie sosteniendose de la colina por la que había caído, pero al intentar poner la mano el aire fue todo lo que la recibió, la colina no estaba y tampoco había salida de allí, solo estaba ella parada en un lugar relativamente oscuro.

Lo que iluminaba el lugar le llamó la atención a la pelinegra pero hizo que el corazón le diera fuertes golpes en el pecho, montones de personas, transparentes como fantasmas pasaban a través de un canal susurrando y lamentando todo lo que había sido su vida. No. No no no no no, no podía ser, Tiberius no podía haberla lanzado a su suerte en el inframundo sabiendo el peligro que representaba su padre para ella.

Le faltaba el aliento y las lagrimas amenazaban con brotar, estaba entrando en un ataque de pánico tal que estaba temblando sin notarlo siquiera, la chica se estremecía al ver el montón de almas corriendo como si de agua se tratase, era el río de almas del inframundo y a lo lejos visualizó una mancha distinta, una canoa, y sobre ella un hombre portando un remo.

Parecía ser ciego, pero no era como el viejo barbudo que siempre pintan en las mitologías ni en las películas, era un hombre realmente apuesto, alto y realmente musculoso, tenía ojos amarillos con la forma de los ojos de un gato y un cabello tan largo que le llegaba a la cintura, era de un azul blanquecino, Christine se preguntó como un cabello así podía ser naturalmente real tal como parecía ser su caso.

-Tu sangre reclama tu casa -sentenció el hombre con una voz sumamente gruesa, aunque no más gruesa que la de Rick pensó la pelinegra con una pequeña sonrisa dibujada en el rostro-. Tu padre seguro sabe que has venido -El comentario le erizó la piel a Christine.

-¿Cómo podría saberlo? -la pelinegra frunció el ceño.

-La sangre llama a la sangre -dijo el hombre con una sonrisa en el rostro y los ojos puestos en un sitio que no era su rostro.

-El ángel Tiberius me ha lanzado aquí, ¿No hay una manera segura de volver? -dijo la pelinegra mirando con fobia el río de almas.

-La hay, enfrentando a Cerbero -amablemente extendió su mano a la chica, ésta la miro dudosa-. No muerdo, soy lo más dócil del inframundo, no haría nada a ninguna doncella indefensa -Christine tomó su mano de mal humor y se subió a la canoa.

-Tus comentarios parecen de hace quien sabe cuantos siglos -murmuró la chica nada reconfortada mientras el hombre empezaba a remar.

-Son comentarios de cuando tenías unos dieciocho en tu edad verdadera, comentarios que quizás yo mismo te los hubiera dicho acompañado de algún cortejo si Hades no hubiera decidido retrasar tu crecimiento -las palabras de aquel hombre hicieron que a la pelinegra se le fuera la sangre a las mejillas.

-¿Perdona? -dijo confundida y con el corazón martilleandole en el pecho, de hecho era de lo más apuesto y que él le hubiera querido coquetear hacía que la chica quisiera matar a su padre por retrasar su crecimiento.

-Mi destino era desposarte, Hades lo había decidido y Perséfone no replicó, pero algo hizo a Hades cambiar de opinión y decidió que no ibas a crecer como se debía -contó algo triste el muchacho.

-Oh Dios mío -se le salió a la pelinegra-. Es decir, ¿Qué debería hacer con eso exactamente? -dijo mirando la madera de la canoa con el rostro de Richard en su mente.

-Nada, ya no se puede hacer nada -sonrió tristemente el chico-. Ahora tu corazón pertenece a alguien más, ¿No es así? -La chica asintió algo mal, el muchacho guió la canoa hasta la orilla-. Entonces apresurate y vuelve, si tu destino es con él, entonces debes cumplirlo sin dudar -Él sonrió con sus ojos posados en una roca junto a ella, Christine bajó.

-Lamento que esto no se haya dado, quizás hubiéramos estado juntos -la pelinegra estrechó su mano y le dejó un suave beso en la mejilla-. ¿Cuál es tu nombre?

-Ao -murmuró algo confundido.

-Es algo extraño... Pero lo conservaré, si lo mío con Richard se da, nombraré a nuestro hijo Ao -dijo la pelinegra para asentir y despedirse.

Caminó por el pasaje algo triste por Ao, y mucho más consigo misma pues dudaba que Rick viera algo atractivo en ella cuando ella era de lo más común. Gruñido. Christine alterada buscó su arma de insofacto, pero su revolver doble no estaba, nunca antes había peleado sin el, y solo una vez arrebató la vida a una persona, pero no estaba lista para un ser mitológico.

Retrocedió ante el gran can guardián del inframundo, sus tres cabezas estaban relativamente adormiladas pero cuando la del centro la detectó, todas se despertaron por completo y lanzaron un agresivo mordisco a la semidiosa, sin quererlo ésta salto y rodó a un lado, su cuerpo se estaba moviendo solo ya que estaba totalmente asustada.

El perro alzó una pata y siendo más rápido que la chica la estampó contra la pared, la pelinegra escupió sangre, sus costillas dolían de una manera infernal, aun así era capaz de moverse, corría mucho más lento que antes, y no podía evitar tambalearse, se sintió inútil.

Por eso todos incluso Richard podían luchar tan poderosamente contra grandes oponentes y ella se quedaba atrás como una cobarde a disparar desde la seguridad de sus espaldas, se impulsó y dio un puñetazo al perro, pero las otras dos cabezas la agarraron en la caída y le clavaron los colmillos a lo largo de su cuerpo.

Esta vez vomitó sangre, y la pérdida de sangre le estaba asustando, alzó los codos y los bajó con fuerza sobre las cabezas del can, éste cedió y Christine cayó al suelo, a penas aferrándose a su fugaz vida, el perro tomó lo que hubiera sido el último impulso para acabar con su vida, pero el can se detuvo, parecía paralizado, no se movía.

Por alguna razón a Christine le empezaron a picar los ojos y el can estaba paralizado mientras gruñía, una sombra de su tamaño surgió de atrás del perro y entonces lo vio, su sola presencia hizo que le dieran más ganas de vomitar a la pelinegra.

El dios de la muerte estaba acercándose a ella meticulosamente, como si de un gato a punto de arañarle se tratase, Hades tomó a la pelinegra en contra de su voluntad y ella cerró los ojos lista para sentir el golpe final.

Nada, Hades solo la llevaba cargada a algún lugar más adentro, la dejó reposando en una especie de cama de piedra donde podrían perfectamente hacerse sacrificios, una muchacha sumamente apuesta la miraba curiosamente y luego cayó en cuenta de que no estaba muriendo, de hecho se estaba reponiendo.

-¿Por qué? -exclamó Christine-. Si has tratado de matarnos -la gruesa carcajada de Hades hizo que se le erizara la piel.

-La culpa siempre es del Dios de la muerte, un clásico, ¿No lo crees hija mía? -Christine calló, todos habían hablado de un traidor, pero ellos sólo habían concluido precipitadamente que el culpable era su padre.

-Pero en mi sueño, me amenazabas con la muerte de mis compañeros... -Hades chasqueó la lengua.

-No soy el único Dios que puede manipular tus sueños -replicó.

-Mi edad -reclamó la chica.

-Esta era es la que te necesita -dijo sin chistar.

-Al costo del corazón de Ao -gruñó la pelinegra.

-Robo almas, ¿Esperabas flores? -dijo el dios molesto-. Hay cosas que se deben sacrificar, además, tienes a Richard -dijo Hades.

-Richard... -murmuró Christine.

-No creas que desapruebo al muchacho, siempre los he estado vigilando, y no es malo, se lo debes, ahora podrás protegerlo; ve hija mía y con tus nuevos ojos, haz justicia para tus amigos

Y de nuevo lo último que vio fue la amable sonrisa de su padre.

Amor En Nombre De Los DiosesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora