II

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Identificar a los de nuevo ingreso resulta sencillo, son almas individuales perdidas entre toda la escuela, en el baño, en los bebederos conjuntos y emparejados a dirección, los árboles para trepar, la tienda pintada de Coca-Cola; todas las madres atrás de los barrotes recién pintados esquinados con la barda, todo niño trepado habla con la madre y come almuerzo caliente, a comparación del de Edgar, frío y algo húmedo, él se termina el desayuno y muchos más alumnos platican, Edgar escucha nombres familiares y se acerca a donde los nombran —¿Hablan de 'dragon bol'?.

—Sí —le asevera Hernán y Gonzalo en conjunto, Hernán acaricia el armazón de sus lentes.

—¿Wacharon el capítulo de ayer?—vuelve a preguntar Edgar, ahora Hernán y Gonzalo sí responden, y entre los tres forman un triángulo de discusión.

En el graderío paralelo a la cancha, media sombra del techumbre de la escuela y medio sol tangente se posa en cabellos negros olor gel alcohol, Manuel y Andrés y Luís, hablan del calor de las vacaciones.

Pablo, Fátima, Federico y Gustavo, niños conocidos por vivir todos en la Calle Quevedo, desayunan en compañía de sus madres; Pablo el tartamudo, Fato, Fede y Tavito. Por los demás, son niños solitarios, uno de pocas palabras: Alán, quien aún no termina de comer, sentado fuera del salón, abre unas sabritas de envoltura verde, acumuladas al sándwich de jamón, queso, lechuga, otra rebanada de jamón y más queso, los bordes arrancados y panes embarrados de mayonesa y mostaza rancia. Piensa en la grandeza del mundo perdido en toda la colección de memorias vespertinas.

La segunda parte del día pasa veloz y los niños regresan con papá y mamá.     

Antes de dar a luzWhere stories live. Discover now