Quidditch

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El castillo estaba en completo silencio, con algunas ventanas que dejaban entrar el frío de la mañana. En Escocia siempre parecía haber humedad, una humedad mucho más salvaje e indomable que la de Londres.

Le gustaba Escocia.

Con los huesos crujiendo y saliendo de su sitio, heridas amenazándose con abrirse y la cara un poco más magullada que de costumbre, Remus fue a paso lento hasta los campos de quidditch del castillo. Debería permanecer todo el día en la enfermería, lo sabía, así que únicamente se echó encima una pesada manta de colores terrosos y verdes.

Gryffindor tenía un partido contra Ravenclaw para llegar a las finales de la copa. Sirius tenía un partido y, aunque estaba seguro de que sus amigos le perdonarían, ese pequeño orgullo de león escondido en su escuálido cuerpecito quería ver a su casa ganar.

No llegó a subir a las torres: no se veía capaz. Allí, desde el suelo, Remus podía ver a Sirius volar en su escoba y batear las bludgers. El impacto del hierro y el palo de madera llegaba a sus oídos como la batería en su canción favorita: por encima del jolgorio y los comentarios de la gente, imperceptible para muchos, pero no para Remus.

Una vez James vio la snitch, toda la atención se centró en él. Sirius permanecía vigilante, como un perro dispuesto a conseguir su hueso. La persecución duró poco: el buscador de Gryffindor atrapó la snitch con gran habilidad y maestría y, tras declarar la victoria para los leones, todos los jugadores descendieron a tierra.

Sirius prácticamente saltó de su escoba para placar a Potter, y Remus aprovechó la ocasión para huir de vuelta a la enfermería.

Todos estarían de buen humor. Según su experiencia, eso significaba que estarían dispuestos a planear la gran broma de navidades y que irían a visitarle a la enfermería.

Remus mantuvo una sonrisa divertida todo el camino de regreso: Los Merodeadores empezaban el curso.

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