Los energúmenos

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Lima, Perú - 5:38pm

Suenan las notificaciones sin parar.

Veo la pantalla del teléfono y noto que en mi grupo apenas se han intercambiado palabras. El sueño de ser una familia unida se diversificó cuando cada uno quiso hacer la suya propia.

Tomo otro sorbo de mi té.

Es curioso saber que la humanidad no vaya hacia un solo fin. Cuando está unida por mucho tiempo, se quiere diversificar. Y cuando está separada por mucho tiempo; se quiere volver a unificar. Es como si la novedad fuera la única regla.

Bajo el brillo de la pantalla del teléfono; pues su fulminante luz me estremece. Tengo curiosidad por saber si en algunos de esos nuevos intercambios he sido mencionado.

Miro la pantalla con suspicacia.

Los administradores y yo caminamos por el estrecho camino del corredor. Y es que el salón de al lado es el que ha comenzado a ser director.

Al abrir la puerta, no podemos creer lo que nuestros ojos ven. Algunas tienen el cabello pintado, sin cerquillo. Otras llevan pelucas de lana; cual zorrillo. Se encontraban haciendo una fiesta, pero era una fiesta algo singular.

Las personas de ahí se podían enamorar, pero no se podían tocar los labios. Es como si la física de ese lugar no les permitiera dar rienda suelta a sus pasiones. Un paraíso de imágenes era lo máximo a lo que podían aspirar.

Ese universo los limitaba.

De pronto, Pilar gritó:

- ¡El mundo está de cabeza!

Y Joselyn, corriendo a lo largo del salón, le respondió:

- ¡Pues, mira como se endereza!

Ella y otros chicos se encontraban jugando a las escondidas. Con sus movimientos, tiraban pupitres al suelo, arrastraban las mesas y luego se refugiaban detrás de ellas.

A lo lejos, diviso a Perla. Ella ya no está hablando con varias personas al mismo tiempo, como lo hacia siempre. Ahora es una Perla cabizbaja y solitaria en un rincón. Una sombra negra parece cubrirle la cabeza.

Doy unos pasos hacia su lugar. En el trayecto, recuerdo las innumerables veces en que ella se mostraba feliz sin importar la circunstancia. En aquellos tiempos, Ella y Franci se asomaban por sus respectivas ventanas. Ambos bromeaban cuando veían que eran del 52. Y no se referían al año en que nacieron, sino a los prefijos de sus teléfonos.

- El amor es muy triste -me dice ella, apenas me ve llegar.

Y, en efecto, yo estaba de acuerdo con ella. O al menos, esa era la impresión que me había dejado el primer amor. Pero yo no estaba ahí para desanimarla más.

- ¿Por qué lo dices?

Perla levanta la cabeza de su escritorio, muy lentamente. Por primera vez, veo de cerca aquellas cejas pobladas que la acompañan. El maquillaje que les ha echado encima, las hace ver como dos rastros del más fino y exquisito chocolate. 

- Yo no sé si él me quiere -ella murmura.

-¿Cómo? Si son los que se demuestran más cariño.

- Eso fue al inicio.

- Hablen. Yo los ayudo -le respondo.

- Eso ya no serviría.

- ¿Por qué?

- Él no quiere pasar tiempo conmigo -Perla suspira. En su respiración, puedo notar algo de lentitud. Sus labios rosados han perdido un poco de su color- En su lugar, prefiere un lugar con desorden y grescas.

De pronto, volteé a ver el lugar. El ruido volvió. Inspeccioné con la mirada cada detalle que ella había mencionado. Las sillas y los escritorios del lugar eran empujados hacia todos los rincones posibles por muchos energúmenos que pretendían jugar.

Había peleas, incluso. De hecho, había de todo en ese salón.

Algunos luchaban con fuerza titánica para arrebatarse las calcomanias que iban apareciendo en la pizarra. Otros, se reunían en círculo y gritaban cada vez más alto para demostrar que su libro era el mejor. Otros, simplemente, hacían girar un botella e iban contando sus secretos como si estuvieran deshojando pétalos.

- Están interactuando en su máximo esplendor -dice Perla.

De lejos, veo algo que me llama la atención. Es una cabellera rubia. Aquel chico acababa de arrebatar una calcomania a uno de su competencia. Levantando los brazos, desdeñaba con alarde la debilidad del contrincante.

Perla vuelve a sollozar.

- No llores, Perla. Quizás no perteneces a este lugar.

- Quizás no pertenezco a ninguno -responde, Perla.

La estruendosa vibración en el ambiente que producían aquellas personas eran difíciles de ignorar. Confesiones, discusiones y palabras de tristeza iban y venían sin parar. Un individuo escapa por la puerta.

Levanto la mirada de la pantalla.

El número de notificaciones que está llegando es espantoso. En esta gigantesca conversación, también se notifica cuando alguien sale del calabozo.

- Los "Te quiero" deben tener alguna clase de maldición -dice, Perla- sobretodo, si se dicen antes de tiempo.

- Es solo un caso aislado, Perla -le respondo.

Poco a poco, las palabras dichas se pierden; los sentimientos se quedan inertes. La distancia enfría el clima; y la ventana gris, las alegrías.

Ventanas grises, ventanas verdesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora