siete

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       Tras el incidente de la noche anterior a Harry sólo le apetecía quedarse bajo las sábanas, acurrucado contra los cojines para ocultarse del frío, pero tenía que trabajar  y no le quedaba más remedio que ponerse en pie y dar comienzo a la jornada.

     Heidy abandonó la casa a las ocho de la mañana, dejando preparado el desayuno para las gemelas, para Kenya y para Harry: tazas de leche, vasos cargados de zumo, algunas pastas, y galletas untadas con mermelada y otras con pepitas de chocolate, las favoritas de las pequeñas de la casa.

     Harry estaba detrás de la silla de Zoe recogiéndole la maraña de pelo en una coleta alta para que los mechones no cayeran dentro de su taza cuando Kenya apareció por el pasillo, frotándose la cara. En cuanto vio la escena en la cocina sonrió.

     ―Me alegra saber que lo ocurrido ayer tan sólo quedó en un susto―le dijo a Harry, pasando por su lado al entrar en el perímetro―. ¿Estás bien?

     ―Sí―asintió con la cabeza―, gracias por preocuparte.

     ―Toma―le sirvió una taza de chocolate caliente y tomó asiento junto a él.

    A las nueve menos cinco el joven abandonó la casa con Zoe y Dana aferradas a sus manos, cubiertas por guantes negros de lana. Las dejó en el recinto escolar una vez su profesora las divisó entre la multitud y las llevó a su clase, allí donde Harry sabía que estarían a salvo de personajes hostiles.

     Llegó a la tienda antes de las nueve y media, e inmediatamente se puso a trabajar, tomándose un descanso de quince minutos entre las diez y las once, hasta que el reloj marcó las doce.

    Al volver a casa tras recoger a Zoe y a Dana, puso en práctica sus dotes culinarias y preparó risotto acompañado de bolitas de bacalao.

     Kenya llegó a casa a las tres, y Heidy no llegó mucho después. Mientras saboreaba las bolas de pescado que había preparado Harry hizo un extenso resumen de cómo había sido su primer día de trabajo y lo agradable que había sido la gente que trabajaba con ella. Le habían hecho un recibimiento caluroso y no habían tardado en hacerla sentir como si llevara allí toda una vida.  

     ―¿Cómo está yendo tu día, Harry? ―le preguntó al percatarse de que sólo prestaba atención y no abría demasiado la boca. Muy poco después de su llegada días atrás Heidy ya se había dado cuenta de que Harry era un chico silencioso y que sabía escuchar, y eso le gustaba. Era agradable. No quedaba mucha gente así. Pero también le gustaba escucharle hablar y conocer sus historias, saber cómo le iban las cosas allí, lejos de casa y de su familia. No para todos era fácil hacer algo tan atrevido como integrarse en una familia desconocida durante meses.

   ―Muy bien―contestó mientras seguía lavando los platos―. Zoe y Dana me dieron conversación durante el camino de casa al colegio y del colegio a casa, así que no me aburrí, y la mañana en la tienda fue bastante tranquila. Henry me dijo que los lunes no suele haber mucho movimiento.

   ―Debes estar agotado. Ayer caminaste durante horas. ¿No te duelen los pies?

    ―Tengo agujetas en las piernas―confesó Harry―, pero se me pasará en un par de días. Hacer algo de deporte me vendrá bien.

   ―Te pasas el día yendo de un lado a otro. Ya haces suficiente ejercicio, Harry, y estás fantástico―lo aduló Heidy―. Estoy segura de que tienes un séquito de chicas siguiéndote.

    Kenya soltó una pequeña risita.

     Harry esbozó una tímida sonrisa, pero no dijo nada.

    ―¡Oh! ―exclamó entonces Kenya al acordarse de algo― Mamá, Boobear me llamó al salir de clase―informó―. Hoy tuvo su último examen. Este fin de semana podrá volver a casa a hacernos una visita y podrá quedarse durante más tiempo.

Mariposas Perdidas | Louis & HarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora