I

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La casa estaba allí, tal cual y como la recordaba. Un edificio de cuatro pisos, ni bonito ni feo, enclavado entre otros de idéntica apariencia. Se detuvo en la esquina y sonrió, enviándole un saludo de alegría, con la absurda sensación de que también la casa se alegraba de verla.
Junto al portal, angosto y oscuro, brillaban la luces de Cbez catberine, el 《bistro》 donde tantas veces cenaron. Al otro lado, la tienda que exhibía grabados antiguos y dibujos de Picasso y Juan de Gris. Una tienda regentada por tres viejitas inverosímiles, poseedoras de un perro enorme que siempre se las arreglaba para tirarlas al suelo, ora a una, ora a otra. Casi a diario una de las viejitas estaba en cama por culpa de aquel condenado Bijou, al que, sin embargo, no se decidían a abandonar.
---Lo compramos tan chiquito...¿Como íbamos a imaginar que crecería tanto...?
Todo continuaba igual en la calle. Esperó encontrarla cambiada, tan cambiada como ella misma. Pero las ciudades no cambiaban tan de prisa como las personas. París estaba idéntico. Embriagador y delicioso.
Fue andando hasta allí desde el Clarid ge. Eligió el Clarid ge para alojarse y una habitación cuyas ventanas se abrían a la maravilla de los campos Elíseos. Había descendido por la avenida, saboreando el encanto de I'beire gris de Paris, aquel atardecer peculiar que lo inundaba todo de plata. Plaza de la concordia, rue Royale y en seguida la perspectiva de la iglesia de la Madeleine.
París estaba lleno de perspectivas.
Y de recuerdos...
Por ejemplo aquellos escalones de la Madeleine A Jimin y a ella les gustaba sentarse un rato y contemplar desde lo alto la animación de la plaza, el gentío que desfilaba por el bulevar des Capucines... Si tenían dinero cenaban después en el Bernard's, donde un camarero bajito y malhumorado les servía sopa de cebolla con queso.
Jimin...
Cerrando los ojos podía verle aún, con su traje siempre arrugado, su ceño un tanto adusto y sus dedos sucios por el barro de modelar.
---Te juro, chiquita, que me restriego con el cepillo, pero no consigo limpiar esto. No hay remedio...
Lo decía en un tono muy dramático, por que él se ponía dramático para todo. Al principio de conocerle, aquel modo de hablar, un poco teatral, le daba risa.
Luego se acostumbró e incluso acabó contagiándose. De vez en cuando, ella también se llevaba la mano al corazón por decir:
---¡Si, Jimin! Te lo juro por nuestro anhelos de arte... Estoy aquí esperándote desde las seis y media.
Cuando dos personas están enamoradas, acaban por copiarse gestos y palabras. Y Jimin y ella estaban enamorados. Al menos, ella lo estaba. Quizás ----...
No. No quería dudar. Con toda seguridad lo había querido y continuaba queriéndola... a pesar de aquellos seis años.
Cruzó la calle y sin titubear entró en la casa. El corazón le latía absurdamente. Era un tanto atrevido lo que pensaba hacer. Y posiblemente no obtendría el mejor resultado. Pero probaría.
Piso primero..., piso segundo..., piso tercero. Se detuvo allí y oprimió el timbre. Instintivamente contuvo el deseo de sacar la llave y entrar de aquella puerta.
La espera le pareció larga. ¿No habría nadie en casa?
Al fin oyó ruido de pasos. La puerta se abrió.
Un hombre joven, alto, guapo.
Habló ella en francés:
---Perdone... ¿Puedo pasar un momento...? Querría proponerle un negocio.
Tragó saliva. Él miraba con profunda atención, abarcando de una ojeada el conjunto elegante, desde el sombrerito rojo hasta los zapatos impecables, pasando por el traje de chaqueta negro y las pieles. Debió de aprobarlo todo subconscientemente, porque abrió un poco más la puerta sin perder su aire de sorpresa, repitiendo:
---¿Negocios...?
Su acento no era francés. Tras nueva vacilación habló ella en un correcto coreano:
---Supongo que es usted coreano...
---Lo soy.--- Inició una sonrisa----. ¿Y usted? Pero ¿Comó lo ha adivinado?
--- Soy tailandesa. No es difícil de adivinar. Aparte de sus rasgo este piso siempre es alquilado por coreanos. Pasa de unos a otros como reliquia familiar.
Esta vez rió él francamente.
---También sabe eso, ¿Eh?--- Se pasó una mano por el cabello tratando de alisarlo---. ¿Oí mal... o dijo usted 《negocios》...?
--- Dije 《negocios》.
---Entonces... haga el favor de entrar. Supongo que usted no existe y que es sólo un sueño de mi fantasía, pero no importa. Prolongaré el sueño un poco más. Una tailandesa bonita y elegante que llama a la puerta diciendo la sacrosanta palabra 《Negocios》 es demasiado maravilloso para ser cierto. Pase, por favor. No se asuste del desorden del estudio. Estamos en París... y el desorden hace bohemia. Encenderé la luz. Podría usted tropezar con cualquier de los mil obstáculos. Siéntese...
No. Ahí no. Esa silla está rota. Mejor en este sillón. ¿O no quiere sentarse? Haga lo que le plazca, pero no se esfume en el aire todavía... Un poquitito más..., se lo ruego...
Estaba adsorba, contemplándolo todo. Tampoco allí había cambiado. El empapelado de las paredes era el mismo. Las consabidas rosas amarillas desvaídas sobre sobre fondo azulado. La mesa redonda, que cojeaba. Los dos sillones tapizados de pana roja, estropeada por la polilla. La chimenea de carbón que nunca tiraba y llenaba el estudio de humo. El espejo con marco negro. El jarrón de porcelana rosada al que le faltaba una asa... La cortina que ocultaba la diminuta cocina. Incluso, para que todo resulte idéntico, estaban también los cuadros. Montones de cuadros apoyados en un ángulo, en el suelo, unos concluidos y otros a medio pintar. Bocetos y más bocetos ocupando la superficie de los muebles. Cogió uno al azar. Una perceptiva del Sena con Notra-Dame al fondo. Bien dibujado, con cierta personalidad.
--- No mire ese. Es horrible. Tengo cosas mejores.
Volvió a la realidad, con la voz del muchacho.
--- Supongo que los ha pintado usted---dijo sintiéndose aún bajo el hechizo del ambiente. Aquellos muebles familiares... Aquel gran ventanal al que se le asomaban en verano.
--- Supone bien. Soy el responsable. No digas que son buenos. Sé que no lo son. No comprendo aún por qué quiere comprar algunos. ¿Quien le habló de mi y de mis cuadros?
Estaba un poco nervioso, tratando de poner en orden el estudio y en sí mismo. Nerviosamente bajaba las mangas de la camisa y vestía una chaqueta gris que olía a pintura, mientras trataba de esconder los pies, calzado con unas sandalias horribles.
Lisa se echó a reír. No le costaba gran esfuerzo imaginarse sus sentimientos. Ella, en cierta ocasión, creyó que un elegante señor iba comprarle un cuadro. Se trataba de alguien que se había equivocado de piso babette, la vendeuse de Schiaparelli, de ojos inmensos y talle de avispa. Salía cada noche con un pretendiente distinto. Un día no volvió.
--- Perdone que me ría. Debo parecer una tonta.
--- Me encanta la gente risueña.
--- Lo que pasa es que... Bueno, explicaré desde el principio.
--- Puede empezar desde el final. Suele ser más interesante.
--- Pues... yo no quería comprar cuadros.
El rostro del muchacho pasó por alternativas de desencanto y esperanza.
--- ¿No quería...? ¿Ahora quiere...?
--- No.
--- Esa vehemencia resulta cruel. Piense que son mis cuadros. Hijos de mi arte. Hijos de mi espíritu... y todo es que suele decirse.
--- Pienso en ello, pero...
--- Y ni siquiera los ha mirado... Además, usted fue quien pronunció la palabra 《Negocios》. ¿O yo soñé...?
--- Dije 《Negocios》. Pero no dije 《cuadros》. --- Dirigió una mirada a la mes, sobre la que descansaba una taza de café con leche a medio vaciar y unas galletas---. Quizá le he interrumpido...
Él enrojeció un poco.
---No, no. Temo que está ahí desde ayer. Madame la concierge se olvidó hoy de hacer la limpieza.
Lisa evocó la cara de la portera, una mujer huesuda y huidiza que apenas salía de su madriguera y que se ocupaba de limpiar los pisos cuando los inquilinos le pagaban bien.
--- Pensaba salir a cenar más tarde. Aún es temprano.
Sí. En París se cenaba pronto. Pero, sin embargo, la noche era larga para los que no tenían horas fijas. Existían aquellos deliciosos repas de minuit. Cenas de medianoche... Hasta el nombre era sugestivo.
---El negocio que quiero proponerla quizá le parezca raro. Y nisiquiera es un negocio---habló Lisa--- Deseo alquilar este estudio.
Mostró una absurda sorpresa, como ella esperaba. Otra vez se volvió a alisar el pelo. Un pelo negro, abundante, que no llevaba largo, a la moda de los artistas de la rivegaucbe, sino corta, al gusto coreano. Al gusto auténticamente masculino.
--- ¿Alquilar mi estudio?
--- Me haría un favor enorme. No puede imaginarse hasta qué punto lo deseo... Es para mí cuestión de... vida o muerte.
Ya estaba dramatizando. Reliquias de trato con Jimin. ¡Vida o muerte!
¿Sería, en efecto, cuestión de vida o muerte para ella...? Quizá si perdía aquella oportunidad, no sabría cómo seguir viviendo. Durante seis años no pudo pensar en otra cosa.
Hay otros hombres...
Mil veces le repetía la frase su prima, que era también su socia en el negocio de la tienda y su única amiga.
《Hay otros hombres, Lisa ¿Por qué estas siempre pensando en uno a quien probablemente no volverás a ver?》
Pero iba a verle. Insistió en realidad el viaje a París con el pretexto de adquirir géneros para la tienda. En realidad, porque sabía que Jimin estaría en París tres días. Tres únicos días. Lunes, martes y miércoles. Ella había llagado a París el día anterior.
Otra vez París y Jimin.
Y aquel estudio, a lado de la Plaza de la madeleine.
El muchacho se detuvo frente a ella y la miró con curiosidad.
--- ¿Puedo saber por qué necesita mi piso? Este piso, precisamente...
---Porque...--- Se retorció las manos, nerviosa. Le avergonzaba explicar el motivo. Parecía ridículo. En realidad 《era》 ridículo---. Estoy dispuesta a pagar lo que pida. Soló lo necesito por tres días.
---¿ Tres días...?---Rió---. No le importará que me ría yo ahora ¿verdad? Creo que tengo derecho a sorprenderme.
--- Sí, pero no lo haga. Los artistas deben aceptar como lógicas las cosas mas extravagantes. Nuestra imaginación no es normal.
---¿Nuestra...?
Sonrió Lisa, procurando recuperar su aplomo.
---Durante algún tiempo creí que llegaría a asombrar al mundo con mis cuadros. Pero el mundo me desengaño. Abandoné París y los pinceles; ahora tengo un negocio.
--- ¿En Tailandia..?
--- En Corea. Una tiendecita elegante y cara... de ropa interior.
--- ¡Que negocio tan indiscreto...! ¿Un dulce?---Le ofreció un paquete casi vacío---. Puede aceptarlo sin remordimientos. Por algún lado tengo otro paquete sin empezar.
---Gracias ahora dígame. ¿Acepta mi oferta? Estoy nerviosa hasta no saber...
---Humildemente confieso que no me interesa en lo más mínimo. Adoro esta conglomerado de cosas horribles. Me encuentro a gusto entre ellas, como una horrible cosa más. Son la música de fondo de mi personalidad de pintor bohemio. ¿Ve usted aquel jarrón color rosa, sin asa? Alquilé el estudio por su culpa. Es un jarrón delicioso, tan feo y tan humano; sin ese brazo que de todos modos no le hubiera servido para nada...
《Yo también adoraba ese jarrón》, pensó Lisa. Y alzó la cabeza, temiendo haber pensado en voz alta. Pero su interlocutor no dio señales de oído.
---...y ese diván, cubierto con la colcha de damasco que en un tiempo debió de ser de maravilla--- prosiguió él.--- Y esas cortinas, tan terriblemente francesas. Y el trozo de tapiz, que me obliga a pensar en una Persia decadente..., y...
---¿...y qué me dice de esa imaginación estupenda que usted posee..?--- Rieron a dúo, y él se sentó ahorcajadas en una silla frente a ella.
---Confieso que la tengo. Sin imaginación no se puede vivir en este delicioso y horripilante hogar.--- Hizo una pausa, tiró la cascara de otro dulce y la miró escrutadoramente---. ¿Porque la quiere?
Vaciló Lisa y al fin confesó:
--- Viví aquí durante tres años. Los tres mejores años de mi vida. Existía ya el jarrón color rosa, el trozo de tapiz persa y las cortinas con bordado Richelieu. Esto se consideraba un estudio de lujo, lleno de confort..., si se comparaba con los de mis amigos, y yo me creía una gran artista selecta. Apenas vendía cuadros, pero tomaba clases de arte, cenaba en Cbez Dupont y discutía a ratos con los locos de Saint-Germain-des-Prés. Me consideraba el eje del mundo. Una sensación deliciosa.
---La misma sensación me ataca, por pequeños chispazos. Demasiado rápidos para poder saborearlos. Aveces creo que pierdo el tiempo lastimosamente, y estoy ya decidida a regresar a Corea, a trabajar en cosas prosaicas y normales..., como, por ejemplo, un negocio de ropa interior. Esa ropa interior que a usted le permite llevar esa ropa exterior tan elegante.
¿Quiere quitarse el sombrero? Me gusta el color de su pelo. Puro Tiziano... O quizá no... Puro Cézanne. Si. Ahí encuentro todos los tonos. Castaño, dorado y rojo.
--- Solamente una pizca de rojo--- opino ahuecándoselo.--- Ese mechón de aquí... Ya imagina que hice mi autorretrato. Resultó detestable.
--- Al mío acabé por ponerle un fondo de lagarto, sierpes enrollados y cráneos humanos y lo vendí con el título 《Esquizofrenia》. Es curioso que estas cosas se vendan siempre tan bien.
--- Eso y los jarrones con flores.
--- ¡Jarrones con flores! Al fin los ha nombrado. Deseaba que me diese una oportunidad para decirle, sin pecar de inmodesto, que vivo de los jarrones con flores. Soy Especialista Número Uno de París. Mire. Observe aquel enorme montón de bocetos. ¿A que no a divina que son?
--- Quizá... quizá... ¿Jarrones con flores?
---Increíble... ¿Los había mirado antes...? Pues sí. Exactamente. Lo son. Crisantemod, amapolas, claveles. Glandiolos. Ésos son más caros. Es una flor de lujo. También tengo rosas, por supuesto. Lilas, no. Demasiado fatigosas de dibujar. En cambio, margaritas..., un verdadero plantal. Hago margaritas con los ojos cerrados y aveces leyendo le Figaro.
--- Yo me especialicé en amapolas. Jarrones negros con amapolas rojísimas.
Hubo una pausa, durante la cual Lisa volvió a ponerse el sombrero, como si de aquel modo la escena recobrase seriedad. A la vez se levantó y anduvo uno pasos hacia la ventana.
--- Si me alquila el estudio por tres días, le pagaré treinta mil francos--- dijo sin mirarle.
Él lanzó un silbido.
--- Se permite unos caprichos muy caros
Como si no hubiera oído su frase, Lisa consiguió en idéntico tono:
--- Con esa cantidad podrá pasar tres días en un buen hotel... al cabo de ellos le prometo que lo encontrará todo en orden. Pagaré adelantado, y usted me dará un recibo.
--- Perfecta mujer de negocios. Imagino que esa tienda indiscreta de Corea debe de marchar como la seda.
--- Bueno ¿ acepta o no...?
Al mirarle se sintió turbada por la burla que expresaban sus ojos. Sin duda estaba juzgándola desaprobadoramente. Enrojeció irritaba consigo misma.
---Si acepta, vendré a instalarme aquí esta misma noche.
---¡Caramba..! ¡Qué prisas!
--- Es que tengo que limpiar esto un poco.
Le tocó a él el turno de enrojecer
---No tendrá que tomarse tanta molestia. La verdad es que no pienso ceder mi casa a ningún precio. Lamento no complacerle.
Quedaron callados, enfadados el uno con el otro repentinamente, sin saber exactamente por qué. Al final ella habló:
---¿Es su última palabra?
---No se ponga tan solemne. Eso de 《última palabra》 suena a melodrama antiguo. Lo cierto es que no estoy dispuesto a coger mi hatillo y lanzarme al mundo sólo porque una mujersita caprichosa quiere vivir una aventura bohemia en mi estudio.--- Cogió un pincel de un bote y lo estrujó mecánicamente, ensuciándose los dedos, que luego se secó en los pantalones.
Silenciosamente, Lisa se dirigió hacia la puerta. Desde allí se volvió, con las mejillas enrojecidas.
---Perdóneme.--- dijo desalentada---. Tiene usted toda la razón. En su lugar, yo habría contestado lo mismo.
Le desconcertó. Perdió el gesto hosco y pareció descontento de sí mismo.
--- Por lo general, me gusta hacer favores a la gente. Y sobre todo no me agrada ser brusco con las mujeres.---dijo volviendo a juguetear con el pincel y manchándose de nuevo, lo obligo a tirarlo con rabia.
--- Repito que tiene usted razón---atajó ella---. Si mi prima Jennie se enterase de esta tontería que acado de hacer... ---pensó en voz alta.
--- ¡Por Dios! No me diga que tengo razón. No me haga caso sentirme maligno y cruel... Y.... ¿quién es esa prima Jennie?
--- Mi socia en el negocio de ropa interior. Me acusa de tener un cerebro desorbitado... Con ideas fijas que me obligan a hacer disparates. Pero en realidad soló tengo una.
---¿Una prima?
--- Una idea
--- Por ejemplo..., la de alquilar este estudio, ¿No?
Lisa contempló con forzada fijeza la punta de sus enguantados dedos.
--- Creo que estoy obligada a aclarar la cuestión. Me molesta que la gente forme mal juicio de mí...
--- Yo no he...
Ella atajó su protestas.

Hasta aquí si mis lectores, esta adaptación es Liskook en el siguiente capítulo van a ir entendiendo mas, perdonen si hay alguna mala ortografía y espero sus votos.
En serio que la estoy adaptando porque me encanto el trama asi que no se preocupen ya van a ir entendiendo mas.
Elibel🌻

Glosario
Un bistró (del fránces bistrot o bistro) o tasca es un pequeño establecimiento popular de Francia, donde se sirven bebidas alcohólicas, café, quesos y otras bebidas. Pueden ser también pequeños restaurante de comidas a precios económicos.
Inverosímil: Que parece mentira o es imposible o muy difícil de creer.
Regentar: Dirigir [una persona] un negocio
Consabida: Conocido, habitual, característico

Hay otros hombres/Adaptación/•Liskook•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora