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—Y ahora, ¿qué?

Es lo primero que pregunto en voz alta tras minutos de silencio entre Connor y yo. Como siempre, no acabo de descifrar sus expresiones, dado que se mantiene serio con lo que creo que son millones de pensamientos recorriendo su mente.

Lo único destacable que hace es darse por vencido, tomar asiento y observar con sus ojos verdes los paisajes que se forman y se desvanecen rápidamente a nuestro paso. También suelta un leve suspiro.

—Podríamos empezar buscando si hay alguien más —propone.

—De acuerdo —acepto.

—Tú comienza por detrás y yo lo haré por la parte de delante.

Asiento.

Recorro el pasillo central de todos los vagones hasta llegar al final del tren. A partir de este momento, me dedico a inspeccionar cada asiento o abrir cada compartimento, ya que algunos van más acomodados como, por ejemplo, aquellos que tienen literas o baños incorporados por el hecho de ser de primera clase. También me encuentro con la sección de bar-restaurante totalmente equipada con comida.

Pero no hay ningún indicio de ninguna otra persona. Nada.

Llego más o menos a la mitad del tren de nuevo y sigo avanzando porque no encuentro a Connor. Continúo caminando y no aparece. Mi pulso se acelera ante la desesperación de que él también haya desaparecido, simplemente por un motivo: no quiero quedarme sola en un tren que no sé hacia dónde va.

Sin embargo, cuando llego al principio del transporte, lo encuentro de pie, parado. Cuando se percata de mi presencia, se vuelve hacia mí.

—Tenemos un problema —murmura cuando estoy lo suficientemente cerca de él como para escucharlo.

—Creo que tenemos más de uno —expreso tras fruncir los labios—, pero, dispara, ¿de qué se trata?

—No hay conductor; es automático.

Señala la parte frontal del tren y, efectivamente, donde tendría que haber una cabina para los conductores o las conductoras, hay una ventana que deja ver el exterior como cualquier otra.

Pongo los ojos en blanco.

—Genial, yo tampoco he encontrado a nadie más —afirmo—. Aunque, tienes tu móvil, ¿no?

—No —niega como si fuera una obviedad—, Cupido me lo ha quitado. No sé cómo, puesto que ni me lo ha pedido, pero lo ha hecho. Seguro que habrá sido con su magia o algo así. Sospecho que tú tampoco, ¿verdad?

Niego con la cabeza para no tener que explicar cómo lo ha hecho en mi caso: a costa de mi ingenuidad.

—¿No sabrías cómo parar esto? —Señalo el convoy con mis brazos—. Alguna idea de su funcionamiento debes tener, ¿no? Si has podido construir una de las empresas más potentes de tecnología, algo sabrás.

Lo digo más para convencerme a mí misma que a él.

—No es tan fácil, Irina. —Niega con la cabeza un par de veces—. Hago dispositivos móviles y ordenadores, no trenes de alta velocidad. Esto no se soluciona cortando un cablecito. Está todo programado a gusto de Cupido, así que creo que la única opción que nos queda es esperar y ver adónde diablos llegamos. De momento, solo nos tenemos el uno al otro.

Se deja caer en un asiento y me mira directamente a los ojos a lo largo de varios instantes.

—Bien, pues a esperar se ha dicho —manifiesto desanimadamente—. Estaré en uno de los compartimentos de primera clase —indico haciendo ademán de irme. Aunque, antes, añado—: La comida está en uno de los vagones del final.

Finalmente, me doy la vuelta y paseo por el tren hasta que encuentro la sección de habitaciones y escojo una aleatoriamente. Me acomodo en una de las camas, me quito las gafas y el paisaje borroso del exterior me hipnotiza de tal manera que hace que me quede dormida.

Cupido S. A.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora