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No salgo de mi compartimento en todo el día. De hecho, hasta el día siguiente no abro los ojos. No comprendo cómo he podido dormir tanto, pero lo que más me preocupa con diferencia es el hecho de que cuando lo hago, cuando abro los ojos a la salida de los primeros rayos de sol, el tren sigue circulando.

Suspiro al mismo tiempo que me dirijo al baño incorporado. Me aseo, me lavo la cara y me miro al espejo. Las ojeras parecen pozos profundos bajo mis ojos marrones y mis mejillas carecen de color, se mantienen pálidas. Intento mejorar mi aspecto recogiéndome el pelo y poniéndome las gafas, pero los indicios de exceso de sueño persisten y para ello siempre hay una solución infalible: comer.

Salgo del compartimento y me dirijo al vagón bar-restaurante, donde hago funcionar la cafetera a base de mi intuición. Acompaño la cálida bebida con un croissant de chocolate que encuentro expuesto en la barra.

Mientras ingiero los alimentos sentada en una de las mesas cercanas a la ventana, hipnotizada por el paisaje fugaz, me paro a pensar en Connor. No tengo ni idea de dónde puede estar, pero supongo que a estas horas estará durmiendo porque deben de ser las seis de la mañana aproximadamente.

De hecho, no lo veo en todo el día. Me encierro en mi habitación con unas cuantas bolsas de comida basura hasta que la noche está a punto de caer y el tren continúa en circulación. Entonces decido ir a la búsqueda de Connor para preguntarle si tiene alguna idea de dónde nos encontramos.

Me dirijo a la parte inicial del convoy, el lugar en el que lo vi ayer por última vez, pero no hay ni rastro de él. Avanzo revisando cada compartimento con la esperanza de encontrar sus despeinados mechones rubios reposando sobre algún cojín mientras descansa. Sin embargo, no es así. No lo hallo en ningún sitio.

Hasta que llego nuevamente a la cafetería. Bajo los últimos rayos de luz del día, Connor me observa dando la espalda a la ventana en la que está arrimado. Alza las cejas cuando ve que llego con una cara de desesperación, fatiga y alivio.

—¿Dónde has estado? —es lo primero que pregunta.

—Buscándote.

Tomo asiento frente a él.

—¿Quieres un café? —cuestiona.

—Me he tomado uno esta mañana —indico al mismo tiempo que frunzo el ceño—, pero creo que otro no me iría mal.

Inmediatamente, se alza, pone en marcha la cafetera y me trae una taza humeante con el aroma fuerte característico del café. Pongo el recipiente entre mis manos para que me las calienten entre sorbo y sorbo.

—¿Tienes alguna idea de dónde podemos estar? —suelto.

Antes de contestar, él posa sus ojos verdes en el paisaje del mismo color momentáneamente y, mientras habla, los mantiene puestos en sus manos, que están entrelazadas firmemente rodeando su taza.

—No lo sé, sinceramente.

Asiento levemente.

—Creo que a Cupido se le está yendo un poco la cabeza —comento.

La luz natural del vagón va cesando al paso de los minutos, hasta que, poco a poco, vamos quedándonos a oscuras.

—Lo mismo digo —coincide—, pero lo que más lamento de todo esto es mi mala suerte.

—¿Qué parte de tu mala suerte?

—Hay millones de personas allí fuera —aclara señalando en dirección a la ventana con su brazo— y hemos tenido que ser nosotros dos el fallo en el sistema de flechas infalibles de Cupido S. A. por primera vez. No lo entiendo. —Niega con la cabeza varias veces.

Cupido S. A.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora