Caballero Oscuro

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Las calles de la cuidad están llenas de gente por el feriado.

A pesar de la lluvia.

Escondida en el caos, está la delincuencia, esperando atacar como serpiente.

Pero él también está allí.

Observando.

Esperando.

Después de tantos años viviendo de noche se había convertido en un animal nocturno.

El batarang atravesó la mano del hombre, logrando que saltara el arma que sujetaba en la contraria. El objeto acabó perforado sobre un pequeño mueble viejo que había al final de la tienda.

El murciélago le echó una mirada rápida al trabajador detrás del mostrador, tratando de advertirle sobre lo que seguiría.

No dudó en salir corriendo por la puerta de emergencia.

El hombre tronó sus nudillos, ahora informando al tipo en el suelo sobre su, para nada agradable, futuro.

Las manos del gótico trabajaron de maravilla sobre el joven ladrón. Pero las sirenas de la policía hicieron de su diversión, prematura.

Con una eficaz salida, en minutos se encontraba sobre la azotea de EMPRESAS WAYNE.

Estaba seguro que su futuro tampoco sería tan prometedor.

Podía sentirlo.

Una voz advertía peligro a gritos desgarradores.

Debía calmarse, antes de perderse por completo.

Tenía que regresar cuanto antes a la cueva.

Sus pensamientos, distorsionados. Acompañados del fuerte sabor a madera de roble.

Apoyó su mano sobre la mesa de cristal, con vista a la gran y hermosa ciudad.

Cerró los ojos por un segundo, permitiéndose sentir.

Sentimientos que creía olvidados.

Un pensamiento atravesó su mente como espada afilada, y rápidamente se puso de pie.

No podía darse la libertad de sentir debilidad.

Parpadeó perplejo ante sus emociones cargadas de vulnerabilidad.

¿Desde cuándo se sentía así?

Frunció el entrecejo disgustado consigo mismo y apretó el pequeño baso de vidrio haciendo que estalle en varios fragmentos. La gran parte atravesó la piel del millonario, dejando cortes de variados diámetros.
No visualizó la sangre. No hasta que una gota, y luego seguida por más, chocaron contra el suelo, produciendo un pequeño y tranquilizador sonido, que lo ayudó a entender lo que estaba ocurriendo.

Presionó, con los dedos de su mano sana, las heridas apenas recientes.

Cerró los ojos, nuevamente, perdiéndose en el placer otorgado por el dolor.

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