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La rodilla de Ruggero se sacudió todo el camino de regreso a Los Ángeles. Cuando puse mi mano sobre su pierna se dedicó, en su lugar, a jugar con mi anillo de boda, dándole vueltas en mi dedo. Parecía que los dos estábamos sintiéndonos nerviosos, dadas las circunstancias.

Nunca había subido a un helicóptero antes. La vista era espectacular, pero era ruidoso e incómodo. Podía entender por qué la gente prefería los aviones. Una cadena de luces desde la calle hasta las casas y hasta las torres brillantes de gran altura en L.A, iluminaban el camino. Todo lo relacionado con la situación había cambiado, pero seguía siendo el mismo manojo de nervios que necesitaba dormir que cuando deje Portland hace unos días atrás. Gaston se acomodó en un rincón, cerró los ojos y se durmió. Nada le molesto. Por supuesto, no había razón para eso. Era parte de la banda, pegado a la vida de Ruggero.

Aterrizamos un poco después de las cuatro de la mañana, retrasándonos un poco por el papeleo de salida. Sam, el guardaespaldas, se quedó esperando en el helipuerto con cara de negocios.

—Sra. Pasquarelli. Señores. —Nos acompañó a una gran SUV negra que esperaba cerca.

—Directo a casa, gracias, Sam —dijo Ruggero. Su casa, no la mía. L.A no tenía buenos recuerdos para mí.

Luego estábamos instalados en el lujo, encerrado detrás de las ventanas oscuras. Me dejé caer hacia atrás contra los blandos asientos, cerrando los ojos. Me sorprendió que pudiera estar tan condenadamente cansada y preocupada a la vez.

En la mansión, Laura esperaba, apoyada en la puerta principal, envuelta en algún pañuelo rojo que parecía caro. Su asistente personal no me daba buenas vibras. Pero me decidí a encajar en este momento. Ruggero y yo estábamos juntos. Que se joda, tendrá que adaptarse. Su pelo negro brillaba, fluyendo sobre sus hombros, nada fuera de lugar. No había duda de que mi apariencia era de alguien que había estado despierto durante más de veinte horas.

Sam abrió la puerta de la SUV y me ofreció una mano. Podía sentir los ojos de Laura concentrándose en la forma en que Ruggero pasó un brazo alrededor de mí, manteniéndome cerca. Su rostro se endureció cual piedra. La mirada que me dio era veneno. Cualquiera que fueran sus problemas, yo estaba condenadamente cansada como para lidiar con ellos.

—Lauri—cacareó Gaston, corriendo por las escaleras para deslizar un brazo alrededor de su cintura— Ayúdame a encontrar el desayuno, oh, bellísima.

—Sabes dónde está la cocina, Gaston.

El despido brusco no detuvo a Gaston de llevarla con él. Los primeros pasos de Laura vacilaron pero luego se pavoneaba una vez más, siempre exhibiéndose. Gaston había despejado el camino. Podría haberle besado los pies.

Ruggero no dijo nada mientras subíamos por las escaleras hasta el segundo piso, nuestros pasos resonaban en el silencio. Cuando iba a girar hacia el cuarto blanco, en el que me había quedado la última vez, me condujo derecho. Nos detuvimos en un conjunto de puertas dobles y sacó una llave fuera de su bolsillo. Le di una mirada curiosa.

—Tengo problemas de confianza. —Abrió la puerta.

En el interior, la habitación era simple, carente de antigüedades y de una decoración llamativa como el resto de la casa. Una enorme cama hecha con sábanas de color gris oscuro. Un cómodo sofá a juego. Un montón de guitarras. Un armario abierto, lleno de ropa. Sobre todo, había espacio vacío. Era una habitación para que él pudiera respirar, creo. Esta habitación se sentía diferente al resto de la casa, menos llamativa, más tranquila.

—Está bien, puedes mirar a tu alrededor. —Su mano se deslizó hasta la base de mi columna vertebral, descansando justo por encima de la curva de mi trasero— Es nuestra habitación ahora.

Las Vegas [Ruggarol] Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang