Capítulo 4 de las memorias tóxicas

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—¿He hecho lo que...ellos me dijeron? ¿Yo fui el imbécil que te...?

—Fue mi idea —Nicolás se puso enfrente de mí— Yo te obligué.

—No, no intentes echarte la culpa a ti, Nicolás. Sé que fui yo el que te obligó a hacerlo —las venas en su cuello se marcan al tensar su mandíbula— ¡Soy un verdadero monstruo!

Alexander se dejó caer al suelo. Arrancó los pedazos de pasto y flores del jardín. Nicolás me tomó de los hombros obligándome a quedarme en mi lugar antes de que yo quisiera ir a ayudar a Alexander.

—¿Por qué lo hice? —se dijo a sí mismo el pelinegro— ¿Por qué?

Alexander solloza en el suelo. Su respiración errática se fue tranquilizando poco a poco y los puños aferrados al césped se abrieron.

"Que me odien con tal de que me teman" de Lucio Accio —el tono grave de Alec nos hizo retroceder a Nicolás y a mí— Por esto existimos nosotros, porque ustedes lo arruinan todo, ¿no les quedó claro que deben de cerrar sus bocas?

—Nosotros solo estábamos en el jardín, Alec. No íbamos a decir nada hasta que fuera el momento.

—Tú y yo sabemos que "el momento" jamás llegará —Alec se levantó lentamente quitándose la suciedad de la tierra en su ropa— Qué mierda son los seres humanos, solo sabemos destruir todo a nuestro paso. Siempre queremos más. "El hombre es el único animal que come sin tener hambre, bebe sin tener sed y habla sin tener nada que decir" de Mark Twain.

Alec tomó asiento en el banco y dejó colgando su cabeza con tanta tranquilidad como si no estuviéramos Nicolás y yo presentes.

—Nico, ¿crees que puedas dejarme solo con ella un rato? —preguntó Alec. Involuntariamente me apegué más al rubio— ¿No que habías dejado de temernos?

Maldije internamente que usara mis palabras en mi contra.

—De aquí no me muevo —dijo autoritario Nicolás— Ya una vez te rompí la cara.

—¿Eso?, tus golpes no se igualan a los que daba esa puta a Alexander, no me dolió tanto los moretones. Ah, ¿aún no has podido superarme, Nico? —recargó su mejilla en su mano— Fuimos unos fracasados, no pudiste ayudar a tu hermano y tampoco pudiste ayudarte a ti mismo, era de esperarse que terminaran así, siempre han vivido con unos locos. No saben de qué otra manera actuar. No. No tienen la menor idea de cómo vivir una vida normal.

—Cállate —ordenó Nicolás— Tu no existes. Eres solo una personalidad.

—Mientras Alexander me necesite, yo existiré. Aprecia que tú no tienes que lidiar con dolores mentales como yo.

—Si no fuera porque estás en el cuerpo de mi hermano, no dudaría ni un solo segundo en molerte a golpes y matarte, pedazo de mierda —amenazó Nicolás y Alec carcajeó— ¡¿Por qué te ríes?

—¡Porque quien sabe si vuelva a reírme de esta manera!, aquí dentro solo hay silencio, ninguno hablamos, no se escucha nada más que los lamentos de Alexander, ¡y estoy cansado de escucharlo llorar! —Alec rio descontroladamente— El condenado hace que mis oídos duelan, es lo único que puedo hacer mientras intento contenerme. ¿Sabes que él trata de hacerse reír, aunque le duela? Provocarse así mismo la risa para dejar de llorar, para que esa sonrisa se le quede trabada.

Carcajada tras carcajada sus venas se van exponiendo al igual que su piel se torna de un color rojo.

—¿A qué quieres llegar con esto? —me interpuse entre Nicolás y Alec para mantener la distancia entre ellos dos— Las únicas veces que hablamos es porque se dio el momento, nunca porque tú lo hayas querido o yo.

Omnia vincit amor [#3 Saga Willow]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora