Normalidad

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Este texto me daba algo de miedo publicarlo, pero decidí hacerlo ya que me gustó mucho el resultado y es algo más parecido a lo que yo suelo normalmente escribir.

Su discreción y críticas (constructivas POR FAVOR) serian enormemente agradecidas.

-.-.-.-.-.-.-

Saviott

...

El amor entre ellos no era normal.

Cada cuando las emociones iban en caída y había frecuentes peleas las cuales sólo los llevaban a amarse aún más profundamente.

Un azul potente inundaba los ojos del menor. Un azul que lograba ahogar al mayor en sus aguas. Era un azul gentil, pero al mismo tiempo valiente y lleno de seguridad. Esa mirada volvía loco al rubio, prendiendo fuego en el bosque que eran sus ojos.

Calor.

Calor es una palabra que perfectamente describe lo único que nunca desaparecía entre ellos. Un calor que los envolvía, aunque no existiera el más mínimo toque entre ellos. Estaba en sus miradas. En la manera en la que con una discreción lejana miraban sus labios y se nublaban su consciencias. Ambos lo supieron desde la primera vez que se vieron. Sabían misteriosamente que nada entre ellos se iba a poder llamar "normal".

Su corazón era tan noble como el azul de sus grandes orbes. Se rompía ante los actos del mayor, pero no importa que, se curaba y perdonaba. El corazón del mayor era tan feroz como la intensidad del verde de sus agresivos ojos. De alguna extraña manera, sabía que el menor lo iba a perdonar. Sabía que iba a poder acariciar una vez más sus rizos y sentir sus labios encajar perfectamente con los suyos. Sabía que podía romperlo y reconstruirlo con facilidad. En el fondo, le importaba. En el fondo no quería tratarlo así. El rubio de ojos feroces de verdad estaba embobado con el rizado de mirada noble. Pero había algo en ese juego tan cruel que le tenía apresado. Ese poder. Poder tomar su corazón y moldearlo a su gusto. Eso le gustaba, y aunque no quisiera, era de lo que más le gustaba del rizado. Su traicionera nobleza.

El amor entre ellos era real, de eso no hay duda. Era real y viviente, casi tocable al extender sus dedos. Era un amor lleno de pasión y dolor. Un dolor agridulce sin el cual ninguno de ellos dos podía vivir. Un dolor que traía frío en su compañía de día y fuego en su compañía de noche.

Placer.

Las noches en ese amor siempre se podían describir así. Placer. Un placer que los mantenía a borde de la existencia. Gracias a ese placer no habían perdido la cordura. Cada toque entre ellos prendía llamas en sus seres y les hacía suspirar débilmente. En las noches, el rizado duplicaba su delicadeza, y al rubio le gustaba aún más romperlo con el doble de intensidad. En las noches, el azul y el verde de sus ojos se hacía un solo color, desastroso e ilegible, pero dulce. En las noches, el menor pertenecía al mayor, y nada era capaz de convencerlos de otra cosa.

En las noches, ninguno funcionaba el uno sin el otro.

Si las parejas se hacen en el cielo, ésta es prueba viviente. No había lugar de sus cuerpos que no conocieran uno del otro. Y eso para ellos era perfecto. Sus manos quedaban perfectamente la una con la otra y con suavidad se acariciaban transmitiendo hasta la más pequeña emoción que existía en sus mentes. El oji-azul conocía al mayor como la palma de su mano. Sabía leerlo y admirarlo como si de obra de arte se tratase, y a sus ojos así era. Cada mirada le cortaba como cristal pero le curaba con el calor que ésta transmitía. El mayor conocía al rizado como nadie. Amaba cada parte, por más defectuosa que fuera, de él. Sus labios en cada beso quedaban perfectos juntos, y cada toque del rizado le volvía loco, pero le sanaba la locura al mismo tiempo. Eran uno sólo, y así fue desde la primera vez que sintieron sus labios juntarse y saborearse sin control alguno. Se necesitaban como si de oxígeno se tratase y se amaban más que a nada en el mundo.

Éste amor era más de lo que podían manejar. El rizado de noble mirada necesitaba una parte del mayor que le era casi imposible sacar. Un lado lleno de dulzura y suavidad que el mayor tenía miedo de mostrar. El rubio estaba lastimado. Había demasiado dolor en su corazón y abrir éste significaba nada menos que memorias desgarrantes y pensamientos muertos.

El rizado reemplazaba esa parte de él que tanto odiaba. Cada sonrisa sanaba una parte de su destruido corazón, pero sin piedad le recordaba porqué se odiaba a sí mismo. El rizado era su mejor parte, pero al mismo tiempo su mayor dolor. El rubio sabía. Sabía que aquél chico de corazón noble se merecía el mundo entero. ¿Qué le daba a cambio? Un amor inestable y un corazón que a duras penas funcionaba con normalidad. Una mente enferma que necesitaba una medicina que no se podía conseguir en ninguna parte de aquél cruel mundo. Un amor cálido, pero dudoso y lleno de miedo, de igual manera y curiosamente el que justamente necesitaban para sobrevivir.

Funcionaban. ¿Cómo? Nadie lo sabe. Ni siquiera ellos dos.

Llegó un tiempo en el que finalmente se dejaron de necesitar. Ese tiempo que simbolizaba curación y perdón. Un tiempo que les rogaba que se dejaran. Les pedía a gritos respirar y abandonarse. Les pedía olvidar. Pero no era posible olvidar. Al menos no después de tanto agonizante dolor y descontrol. Curiosamente, ese ciclo vicioso que era su perdición se convirtió en su más grande adicción. Curiosamente, ese dolor les curaba. Y no se dejaron. No se separaron por más que el tiempo se los rogara. Ellos fueron más fuertes que el cruel y malicioso ser que era el tiempo. Sus corazones se volvieron desastres, listos para ser aún más destruidos el uno por el otro. Y así fue.

La crueldad de su amor lo hacía especial.

¿Pero, qué amor no es cruel?

Cada amor es cruel a su manera, cada amor transforma a su manera, y en cada amor hay un calor diferente.

En éste era un fuego agresivo y sin piedad, adornado por el noble azul de unos ojos que domaba el intenso verde de otros. Unas noches calientes acompañadas de cálidas mañanas y fríos días. Dolor que desgarraba y curaba a la vez sus almas. Cuerpos que se conocían en su totalidad y que sin saberlo se complementaban. Un rizado que aún con tristeza y decepción perdonaba las maldades de un rubio que sin saber por qué no podía dejar de amar. Una cruda manera de completarse y a la vez desmoronarse.

Ese era su amor.

No era normal, pero aun así, sus imperfecciones lo hacían perfecto.

Fierce FeelingsWhere stories live. Discover now