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No soy una gran fanática de los gatos, hasta podría decirse que no tengo afinidad alguna con dichos animales.

Su desinterés, o lo que podría llamarse independencia, siempre hizo que no los vea como una mascota que quisiera tener.

Mantenía mi distancia de ellos, con cierto recelo, debo admitir. Pero estaba bien, había llevado toda mi vida lejos de los gatos y no era algo que me molestase o quisiera cambiar.

Todo cambió una mañana lluviosa de verano. El mal clima me había despertado desde temprano, y me limitaba a contemplar la noche aún oscura con una taza de café en la mano.

Observaba las ramas sacudirse por el viento y entonces distinguí, en mi pequeño patiecito, un par de ojos observarme a la distancia. Mi primer instinto fue ponerme de pie y alejarme de la ventana, pero mi brusco movimiento no lo alertó, sino que siguió mirándome a la distancia.

Un rayo de luz iluminó todo el lugar, y entonces fue cuando pude divisar su pequeña figura. Era una gato negro, posiblemente adulto, con unos enigmáticos ojos amarillos que imitaban dos hojuelas de oro.

Movida por un impulso, mi mano se dirigió hacia la puerta corrediza de vidrio y la deslicé, dejándola lo suficientemente abierta para que pequeñas gotas caigan en el piso rojizo de mi cocina. Me volví a sentar en la mesa, mirando directamente al patio, pero el animal no se movió.

Cuando terminé mi taza de café, elevé la vista y me encontré con que el animal había avanzado y estaba ahora dentro de mi casa. Estaba sentado en una esquina, moviendo la cola lentamente, y en el suelo caían las gotas de su pelaje.

Me levanté y me dirigí a la habitación, y posteriormente continué con mi día con regularidad. Cerca de las doce volví a la cocina y me encontré con que el animal se había marchado, así que cerré la puerta para evitar que el agua siguiese mojando el suelo.

Al otro día, mientras calentaba el agua en la pava, recordé al animal color azabache y me dirigí a la puerta y la deslicé, abriéndola lo suficiente. Para cuando me senté en la mesa redonda de mi cocina, observé al animal sentado en la misma esquina, moviendo la cola con calma y mirándome con sus grandes ojos de oro.

Y esa pequeña rutina se comenzó a volver pan de cada día, porque sabía que ni bien abriese la puerta, el animal se sentaría en esa esquina y movería su cola en mi dirección.

No puedo decir que el pequeño me haya hecho cambiar mi opinión con respecto a los gatos, pero ahora sentía respeto hacia él, y es que había algo reconfortante en el gato negro que me acompañaba casa mañana mientras bebía mi ración diaria de cafeína.

No soy una persona supersticiosa, no creo en que ver un gato negro sea un mal augurio, más bien todo lo contrario, porque ver al pequeño era una señal de que todo estaría bien.

Así que cuando abrí la puerta corrediza un día y esperé a que el gato negro entrara, pero no lo hizo, sentí una sensación de malestar en el pecho. Esperé sentada hasta que el pude ver el fondo liso de mi taza, e hice lo mismo el día siguiente, y todos los días durante una semana. No podía evitar preguntarme si estaría bien, si algo le habría pasado, pero en mi interior pensaba que el gato negro de la buena suerte volvería algún día, como una aparición, y volvería a irse una vez más.

Estaba en su naturaleza.

Y un día como tantos otros, me senté en la silla de la mesa redonda de mi cocina, taza en mano, me encontré con un par de ojos de oro mirándome desde la ventana.

Estás de vuelta, pero pronto te volverás a ir. Pero está bien, porque no eres un gatito ordinario, tu eres un gato negro de la suerte y tienes cosas más importantes que hacer.

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⏰ Last updated: Jan 28, 2020 ⏰

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El gato negro de la suerteWhere stories live. Discover now