I. Cuando conocí a Nana

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"Él tenía la dulzura de un alma femenina, y yo, oculta en la debilidad de mi espíritu, forjaba el valiente corazón de un hombre."



Hisashi es una máquina de golpear, (de golpearme), Inko jamás ha estado aquí. No puedo nombrarlos mis padres.

Cuando cumplí ocho años, él dijo que debía hacer algo para dejar de ser un inútil, yo sabía que él me amaba y quería que yo creciera, pero su detestable voz no daba para decir más que eso, para decir que era un inútil.

Además, me veía tratando torpemente de bailar hasta cuando me ataba los zapatos.

Cada vez que él ponía música de Tchaikovsky o hasta de Chopin en su estudio y sonaba por toda la pequeña casa, yo andaba tirando las cosas de los muebles de la sala en el intento de dar un par de vueltas y pasos complicados.

Hacía apenas unos meses o quizás semanas que había vuelto a Musutafu la famosa bailarina originaria de ahí mismo, se había ganado cientos de premios importantes en todo el mundo durante los últimos 40 o 50 años.

Había puesto un par de anuncios sobre una nueva pequeña academia de baile dirigida completamente por ella, de cupo limitado, y no tardó ni dos días en colmarse de llamadas.

En ese entonces no pensé en esto, pero Hisashi sí que tenía ganas de que ella me atendiera (quizás para tenerme dos horas menos en casa). No teníamos el dinero ni para pagar la renta puntualmente, menos lo tendríamos para pagar a tan afamado personaje, pero él quiso que yo tomara la instrucción.

La primera vez que entré a aquella escuela no supe a dónde mirar, todo estaba, aunque ordenado, mal distribuido espacialmente, había que dar media vuelta tras entrar por la puerta y toparse con una pared a un metro para poder ver la palestra.

Había un aroma fresco a hierbabuena un tanto artificial.

En las bancas a modo sala de espera, se encontraban unos ocho o nueve niños de entre seis y 14 años, cada uno al lado de sus tutores, al parecer esperando la hora de la clase.

En el exacto centro de tal escenario, se encontraba la reputada bailarina.

Quieta como la superficie de un lago sin vida que no es tocado ni por el ruido.

Perfectamente erguida, no tan alta, y con la mirada proyectando una línea recta exactamente horizontal hacia el gigantesco espejo que se encontraba en la pared del fondo frente a nosotros. Portaba un traje de elástico, color ébano, tal vez más caro que mi propia casa, sin mangas y de una sola pieza hasta los tobillos, con un pequeño collar dorado que iba del centro de una clavícula a otra y que encajaba tan perfectamente con la arista de su traje que parecía pegado a él, y a partir de cada extremo de la fina tira, una pequeña mantilla blanca que colgaba hacia sus omóplatos, hoy sé que era el más icónico de sus atuendos; su cuerpo parecía una escultura griega, con la proporción áurea sin faltas ni sobras. Ni hoy me cae en la cabeza cómo una persona de más de 64 años podía conservar tales músculos.

El largo cabello recogido en media coleta y un flequillo desparejo en la frente. Los grandes tendones de su alto cuello parecían cables de contención, y no cualquiera, sino los que protegen la central eléctrica de Tokio. Sus hombros recortados parecían hechos de arcilla y dejados convertirse en piedra, también los gigantescos y simétricos músculos de sus piernas separados por angostos pero profundos surcos que llegaban de sus rodillas casi hasta sus caderas, sí, como una escultura griega, pero viva.

Algo sobre la muerte de la Gran Shimura | BnHA fanfiction | Artists AUWhere stories live. Discover now