Vi una deslumbrante luz nívea al abrir los ojos. Reconocí la habitación como una de las de la casa de Emily.
—Por fin despierta señorita O'Sullivan —susurró una voz con acento sureño.
—Jasper —sonreí inconscientemente tras ello — ¿Qué haces aquí?
— ¿Quieres que me vaya? —preguntó con su sonrisa torcida.
— ¡No! —grité, creo que demasiado alto. Tapé mi boca mientras Jasper reía —Me refería por el tratado.
—Sam me permitió estar aquí solo hasta que despertaras —aclaró.
Asentí despacio y me incorporé, él cogió la mano más cercana a la suya y dio un beso en el dorso.
—Estaba muy asustado, no sabía que podías curarte...
—Lo siento, no se me pasó por la cabeza comentártelo.
—Soy yo quien te ha expuesto y te disculpas tú, eres increíble —negó mientras sonreía, aunque no le llegó a los ojos.
—Era necesario, ¿Qué ocurrió después de que acabara sopa?
—Edward quemó los restos de James, entre tú y Sam lo habíais hecho trocitos —me explicó acariciando mi mano—, eres una chica ruda. Tengo que tener cuidado.
—Oh, claro que lo soy —aseguré mientras me acercaba a él.
Besé su mejilla y me levanté de la cama.
Una semana había pasado y solo dos días había necesitado Alice para encontrarme un vestido, me abrió la puerta para entrar en su coche. Con cuidado de no pillar el largo de la falda.
Se sentó en el asiento del conductor después ello y recorrió el largo y estrecho camino de salida.
— ¿Te había dicho ya que estás hermosa? —preguntó con una sonrisa.
—Sí, pero por favor no pares. Mi ego te lo agradece.
Volvió a sonreír. Hasta ese instante, jamás le había visto vestido de negro, y el contraste con la piel pálida convertía su belleza en algo totalmente irreal.
—Humm —miró atentamente mi pierna más tiempo del necesario—. Recuérdame que le dé las gracias a Alice esta noche.
— ¿Alice va a estar allí? —pregunté ignorando su comentario.
—Con Edward, Emmett y Rosalie —asintió él.
Para entonces ya habíamos llegado al instituto. Un coche destacaba entre todos los demás del aparcamiento, el descapotable rojo de Rosalie. Hoy, las nubes eran finas y algunos rayos de sol se filtraban lejos, al oeste.
Se bajó del coche y lo rodeó para abrirme la puerta. Luego, me tendió la mano.
—Sigo insegura con este rollo.
Suspiró.
—Hay que ver, eres una loba valiente cuando alguien quiere matarte, pero cuando se menciona el baile... —sacudió la cabeza.
Aun así salí, el aparcamiento se encontraba vacío. Supuse que era lo suficiente tarde como para que todos estuvieran dentro.
Me quedé de pie frente a él, obstinada, con los brazos cruzados.
Entonces Jasper sonrió ante lo infantil que parecía.
Apoyó las manos sobre el coche, una a cada lado de mi cabeza, y se inclinó, obligándome a permanecer aplastada contra la puerta. Se inclinó más aún, con el rostro a escasos centímetros del mío, sin espacio para escaparme.
—Ahora, dime —respiró y fue entonces cuando su efluvio desorganizó todos mis procesos mentales—, ¿qué es exactamente lo que te preocupa?
—Esto, bueno... la multitud de adolescentes hormonales—tragué saliva—. Ah, y el estrés de sentirlo todo.
Reprimió una sonrisa. Luego, inclinó la cabeza y rozó suavemente con sus fríos labios el hueco en la base de mi garganta.
— ¿Sigues preocupada? —murmuró contra mi piel.
— ¿Sí? —luché para concentrarme—. Me preocupa terminar trasformada delante de todo el mundo.
Su nariz trazó una línea sobre la piel de mi garganta hasta el borde de la barbilla. Su aliento frío me cosquilleaba la piel.
— ¿Y ahora? —susurraron sus labios contra mi mandíbula.
—No se bailar—aspiré aire—. Podría ponerte en ridículo.
Levantó la cabeza para besarme los párpados.
—Enya, en realidad, no es tan malo socializar, ¿a qué no?
—No, aunque podría —repuse sin mucha confianza. Él ya olía una victoria fácil.
Me besó, descendiendo despacio por la mejilla hasta detenerse en la comisura de mis labios.
— ¿Crees que dejaría que te transformaras?
Sus labios rozaron levemente mi tembloroso labio inferior.
—No —respiré. Tenía que haber en mi defensa algo eficaz, pero no conseguía recordarlo.
—Ya ves —sus labios entreabiertos se movían contra los míos—. No hay nada de lo que tengas que asustarte, ¿a qué no?
—No —suspiré, rindiéndome.
Entonces tomó mi cara entre sus manos, casi con rudeza y me besó en serio, moviendo sus labios insistentes contra los míos.
—Vamos a llegar tarde —me las arregle para murmurar.
Jasper asintió y tras coger mi mano caminamos dentro.