Prelude. A bullet for your soul

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Alemania respiró profundo intentando quitar la sensación de asfixia. El olor a pólvora, humo, (sangre), le llenaba cada resquicio de sus pulmones, y parecía cargarle los pulmones pesados. No pensó que...que otra vez...

Desearía que su hermano estuviera con él, tal como en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, esta vez el frente oriental se le había dejado a Prusia como su proyecto personal (tú campo de acción, dijeron algunos soldados con sendas sonrisas). Era egoísta desear tener que compartir la responsabilidad, cuando la culpa, sin duda, recaía en él y su jefe.

—Lo encontramos, señor —murmuró uno de sus generales a su lado; el asintió con un movimiento de cabeza y ausencia absoluta de palabras (aunque hubiera querido decir algo, su voz hubiera sido casi un gemido contenido, creyó).

Mientras caminaba a donde lo tenían (al parecer, una pared solitaria que sobrevivió de la explosión que sin duda debió ocurrir en esas ruinas de lo que fue un edificio), a su espalda escuchaba los murmullos, (las risas victoriosas de una masacre en la que sentía sus manos enrojecer de crímenes que aún estaban comenzando). Escuchó las palabras.

—Mi abuelo me contó un poco sobre la Gran Guerra —dijo uno de los soldados a su espalda que los iban siguiendo—. Supongo que es diferente, pero de cualquier forma los polacos cayeron en forma similar...

—¡Mantengan la disciplina! —profirió Ludwig con el rigor militar que se le conocía; su voz grave parecía no dar nunca lugar a ir en su contra: aquello ayudó a ocultar su malestar.

Tal vez si hubiera estado presente en todas las juntas con las negociaciones a Polonia, lo hubiera podido convencer de entregarle aquel territorio (aun si la petición estaba fuera de lugar). Quizás, de haber tenido la oportunidad, todo eso no hubiera sido necesario...

¿Era necesario?

A veces no estaba seguro donde sus ideales y convicciones comenzaban, o donde estaban enraizando los de sus jefes. Una parte de él, se alegraba un poco de todavía sentir las náuseas ante los futuros planes de su jefe.

—Aquí esta, Herr Beilschmidt —indicó un sargento señalando con su cabeza—. Polen.

—¿No se cansan? Aunque no me sorprende otra guerra, considerando lo que Prusy ha hecho —interrumpió una voz suave. A pesar de estar sosteniendo un brazo cubierto en su sangre por una herida de bala, les estaba sonriendo con sorna—. Como que eso de volver a declarar una guerra, es un hábito súper feo.

—Herr Łukasiewicz—contestó Ludwig con cierta solemnidad. Era siempre increíble pensar que una representación que aparentaba debilidad, hubiera sobrevivido divisiones y casi desaparecer durante cien años—. Será arrestado como prisionero de guerra, y estas tierras caerán bajo nuestra gestión.

Algunos soldados escucharon confundidos el respeto y tranquilidad con que le hablaba a aquel hombre (aunque algunos comenzaban a deducir, especialmente los que habían escuchado rumores, quién era ese joven de ojos verdes que no dejaba su brío al encararlos).

—Primero muerto antes que rendirme —escupió, ensanchando su sonrisa.

—Pues no hay otra manera —dijo un general, apuntando con una pistola hacia donde estaba Feliks, recargándose contra la pared, sin mostrar inquietud ante la amenaza.

—Yo lo haré —detuvo Ludwig. La idea de que se tratara de esa manera a la nación que había regresado de su muerte, le irritaba.

Lo respetaba, y podía decir que su hermano también: al menos de las ocasiones en que hablaba de su historia, donde irremediablemente conectaba con Polonia.

—Esto se puede evitar, si vienes de forma voluntaria...

—¿De verdad, como que, esto se puede evitar? —Interrumpió Feliks, haciendo una mueca cuando se movió un poco lastimando una herida en su costado—. ¿Me llevaras a platicar y pasar un buen rato? —Provocó, agitando a los soldados alrededor de Alemania, que con una mano los silenció—. Totalmente estoy seguro.

Ludwig bajó sus ojos, y el sombrero militar que complementa su uniforme, ensombreció cualquier pensamiento que cruzó por sus ojos.

Alemania quitó el seguro del arma. El eco aún resonó en el silencio de la noche, una de cientos donde no podría dormir.

Aun recordaba el peso del cuerpo inerte de Feliks en sus brazos, cuando negó a cualquier otro llevar a su prisionero. Los ojos de muchos soldados a su alrededor siguieron su figura, preguntándose quién era el hombre muerto en sus brazos.

Él y su hermano esperaron hasta que Polonia despertó.

La paradoja de lo eterno e interminable | Hetalia [Pruspol]Where stories live. Discover now