3. La paradoja de los sueños

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Gilbert tenía una rutina bien establecida, a pesar de lo que pudieran creer de él (aunque poner disciplina en lo que hacía venía desde que fue una Orden de Caballeros), era ordenado y le gustaba ordenar sus actividades por objetivos; podría no tener mucho trabajo, más que ser un apoyo con su hermano menor, asistir a reuniones en su lugar, o administrar algunas cosas del territorio que su hermano nombró como él para mantenerlo existiendo.

No era de extrañar, entonces, que Ludwig hubiera resultado ser la nación severa, disciplinada, y muy trabajadora que era, aunque el carácter reservado era un misterio que Gilbert no podía descifrar. Suponía, con mucha razón, que su hermano menor había sido una de esas desafortunadas naciones que nació ya con la responsabilidad de la guerra apenas dio el primer paso de su existencia.

Así que, en otras palabras, Gilbert no había dejado de lado sus viejas costumbres militares de antaño en su forma de vida; por lo mismo, no era difícil para Ludwig notar cuando había algo inusual en su hermano, especialmente cuando éste hacía algún cambio en sus actividades, pues sus agendas muchas veces eran bien sabidas por el otro para evitar que ambos dupliquen alguna actividad, o que se les pasara algo.

—¿Vas a salir, Brüder? —dijo Ludwig extrañado al ver a su hermano cerca del recibidor mientras iba por unos papeles a su oficina.

Alemania observó cómo Prusia se quedó paralizado en su lugar, con su chaqueta en una mano, de frente a la puerta de salida de su casa. Su hermano salía con frecuencia, pero normalmente era en fin de semana, siendo él el primero en saber que saldría por unas copas con España y Francia, pues si algo caracterizaba a al prusiano, era ser incapaz de la discreción cuando emprendía cualquier actividad.

En otras palabras, el desconocer que su hermano tenía algo que hacer, era, sin duda, inusual.

—Ah, Ja, solo un poco —se aclaró la garganta, para intentar reír con ganas, mientras seguía de espaldas a Ludwig—. Tenemos... ¿tenemos algún trabajo? Revisé mi agenda, y no vi nada —dijo Prusia, volteando a ver a su hermano de perfil, mientras terminaba de colocarse el abrigo, mirando al suelo.

—No que yo recuerde —respondió Ludwig, mirando con atención a su hermano, esperando que éste dijera algo más con respecto a ese cambio de rutina, sin éxito alguno.

—Ja —asintió Prusia, dejando que el silencio siguiera su escueta respuesta.

A final, al ver que Prusia no iba a decir nada, Ludwig decidió no presionar. Suponía, que su hermano también tenía sus secretos, y como él, necesitaba su espacio (aunque con menos frecuencia de la que Alemania, u otra persona, pensarían como necesario).

Despidió a su hermano, sin dejar de sentir una creciente curiosidad del itinerario de ese día que tendría el prusiano, o qué sería aquello tan personal que Gilbert optó por mantenerlo en el más absoluto secreto.

Cuando despidió a su hermano, mientras este sacaba su automóvil de la cochera, Alemania decidió aprovechar su tiempo libre, y hacer algo que no se había atrevido a hacer en presencia de otros, una intención que también buscaba saciar un poco de curiosidad, y apaciguar algo de ansiedad.

—Polen? —saludó un poco ronco, por la súbita aparición de nervios que sintió al escuchar a la otra nación contestar su llamada.

—Polen? —saludó un poco ronco, por la súbita aparición de nervios que sintió al escuchar a la otra nación contestar su llamada

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La paradoja de lo eterno e interminable | Hetalia [Pruspol]Where stories live. Discover now