III

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El día del accidente, Ivan llegó a casa, se asustó al no encontrar a Gilbert por ninguna parte. Pasó horas buscándolo por los mismos rincones. Recorrió varias áreas del edificio y volvió al departamento. Eran cerca de las doce de la noche, cuando lo llamaron y le informaron que Gilbert había sufrido una caída desde una altura considerable. Tuvo un golpe en la cabeza que lo dejó inconsciente, afortunadamente no sufrió ningún tipo de traumatismo craneano, sólo tenía un tobillo fisurado. Como si el demonio lo amenazase, acudió al hospital con una rapidez impresionante. En medio de la noche, en pleno invierno, las calles estaban nevadas. El transporte público no lo estaba favoreciendo, decidió tomar un taxi hasta la clínica.

En el hospital, encontró a Gilbert postrado en una cama durmiendo, sólo tenía una catéter, el cual le suministraba suero. Ivan se sintió aliviado. Se acercó sigilosamente a él, le asió la mano, no respondía. Tomó asiento cerca de la cama.

Aguardó unas horas. Cuando era de madrugada, la cabeza de Ivan estaba a punto de explotar. Cayó rendido ante el agotamiento en la incómoda silla.

El sol de enero se filtró por la ventana, y Gilbert sintió la calidez abrazar su piel, abrió sus ojos lentamente. A su lado, encontró al prominente ruso, durmiendo en una posición incómoda. El albino intentó extender su mano para tomar la de Braginsky, falló en el intento.

—¿Ivan? —Lo llamó. Se sentía una pesadumbre excesiva sobre su ser. Dolor en la espalda y la base del cráneo. Observó la habitación blanca, comprendió que estaba en el hospital; mas no entendía por qué. —Ivan. —Volvió a intentar.— ¡Ivan! —Subió un poco la voz. El hombre se desperezó, abrió sus ojos amatista; graves ojeras bordeaban sus orbes.

—¡Oh! ¡Has despertado!— Un prominente acento ruso sonó al lado de Gilbert; quien observó a Braginsky, que no llevaba una bata de médico, blanca, impoluta, en ese momento. El ruso tomó la mano de Gilbert y la estrechó. —¡Has vuelto! ¡Bienvenido!

—¿Ivan? ¿Qué sucedió?

—Te caiste, te golpeaste y perdiste el conocimiento, tuviste una lesión en el tobillo. No hubo traumatismo de cráneo ni ningún tipo de herida interna que comprometa el organismo. Eso me informaron. ¿Cómo te sientes? —Informó Ivan acercando más la silla a la cama.

—Tengo sueño.— Contestó el albino cerrando los ojos.

—Entonces duerme un poco.— Habló Ivan arropando al otro hombre.

—Quiero ir a casa. —Exigió el alemán en un susurro.

—Pronto. —Respondió el médico.

—Ivan, eres médico, dame el alta. ¡Me quiero ir!

El ruso se rió ante tal pedido.

—Me temo que me es imposible. Yo no soy el médico a cargo.

—No importa, Vanya. ¡Haz algo!

Ivan no pudo evitar reírse de manera estentórea.

Gilbert continuó quejándose un rato más, hasta caer rendido por el sueño. 

InmigrantesWhere stories live. Discover now