4 [La polilla]

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Un grupo de risas estruendosas me hiela la sangre

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Un grupo de risas estruendosas me hiela la sangre. Son varias y se acercan de prisa, despreocupadas. De manera innata, me oculto tras uno de los pilares de la casa, agitada. Estoy agitada y la semillita del miedo comienza a recorrerme de pies a cabeza.

«¿Qué demonios fue eso?», pienso, aturdida mientras trato de mirar a lo lejos y ver qué ocurre.

—Llegaremos tarde —creo que berrea la voz de una chica joven. Sé que están cerca pero no puedo identificar dónde.

El miedo comienza a menguar, mas la curiosidad a subir.

—Shhh... —Chistea otra demasiado alto—. Haz silencio.

—Apúrense o las dejaré atrás —asevera alguien más, ¿una joven más grande, tal vez?

Con los nervios a flor de piel, logro ver tres figuras que se mueven bajo el manto de la noche. Mis ojos, ya acostumbrados a la oscuridad, captan a tres chicas que están a unos cincuenta metros. Están vestidas como para ir de fiesta al mejor antro de la ciudad.

Mi boca se cae y una especie de ira adulta que creía desconocida me recorre:

«Malditas adolescentes».

De pronto, mi madurez desaparece para dejar paso a una suerte de admiración que invade mis pensamientos. Los niños de Deeping Cross ya no pierden el tiempo; qué ilusos que éramos nosotros en nuestra adolescencia, qué ilusa era yo...

Me recuerdo que es viernes y que tiene sentido que hagan algo así. Supongo que las fiestas en alguna casona abandonada deben sonar muy tentadoras para niños sin nada que hacer durante toda la semana, más que estar siempre con los mismos vecinos.

Las chicas se detienen y, justo antes de entrar al bosque.

«Un momento... ¿qué harán?», pienso.

Las muchachas se envuelven en unas capas de color negro, listas para entrar al bosque, y no puedo evitar que parecen brujas. Supongo que lo hacen para protegerse la ropa hasta el momento de llegar a la fiesta o que pertenecen a un culto morboso.

El cosquilleo en mi espalda vuelve a aparecer; la música sigue sonando a su manera retorcida. Sin embargo, ya no tengo dudas de donde sale.

Observo el bosque que me rodea, que rodea todo este maldito pueblo: es de ahí. Pienso que la canción debe ser alguna especie de código interno o de broma —casi macabra— que no entiendo.

En un impulso de idiotez, decido seguirlas. Mi instinto me dice que se meterán en problemas y por su conversación sé que deben estar muy ebrias. Tuve su edad, no hace mucho, y cometí muchas idioteces de las que a veces me arrepiento.

No obstante, no todo es bondad. No solo quiero protegerlas, admito que también tengo curiosidad de ver dónde demonios se meterán, de entender qué clase de reuniones se montan en el bosque.

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