Parte 11: Barrio de Monserrate

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Barrio de Monserrate, inicios de febrero de 1776


—¿Está muy segura que esta es la casa? —Alba preguntó a María confusa por lo que veía frente a ella. Un enorme solar de dos niveles, color verde con maderas tan brillosas que deslumbraban y una serie de columnas que aporticaban el ingreso de manera ostentosa.

—No, pero toquemos. —se acercó a la puerta, alzó el brazo con cuidado y en cuanto sus nudillos iban a rozar la madera oscura de la puerta, esta se abrió.

—Buenas noches. — saludó Marilia. La mujer de cabellos rizados y de acento extraño, propio de la ciudad del Cusco, retrocedió y abrió la gran puerta, dejándolas pasar. —Pensé que no vendrían.

—Su merced plantó la curiosidad en mi compañera. —encogió los hombros María. —Aquí estamos.

—Vuestra merced habla de abolir esclavitud e infundir la igualdad, pero vaya que vive bien. —mencionó Alba.

Sumercé comprenderá que aliados y seguidores tenemos muchos. Esto no se asemeja a mi modesta casa en Cusco. —respondió a la rubia y esta le sonrió. Le caía bien aquella mujer, sin pelos en la lengua.

Marilia las condujo hacia un gran salón en donde no más de sesenta personas yacían conversando entre sí. Alba se sorprendió al notar que la gran mayoría de ellos hablaba quechua, el idioma originario de los indios, con una fluidez increíble. Se le hacia extraño notar españoles que no fueran los ya expulsados jesuitas hablar dicha lengua.

No tardaron en tomar asiento en una gran mesa redonda que compartían con tres personas más, dos indios y una mulata. Al parecer, los dos primeros eran una pareja de esposos y la mulata, de su edad, una asidua asistente y compañera de Marilia. Minutos después, se subió a una especie de estrado, habilitado a unos metros más adelante, un hombre alto de cabellos por debajo de los hombros y de etnia indígena, su voz grave sacudió toda la sala.

—He venido a la ciudad de Lima a denunciar la explotación abusiva que sufren mis hermanos, sus hermanos, nuestros hermanos indígenas. Y no solo ellos, sino también aquellos mestizos, negros y toda casta nacida en este suelo—empezó el hombre tan crudo discurso—Estos reclamos han sido negados a escuchar por el oidor y por ende por el mismísimo virrey Amat, cuyos únicos ojos yacen bajo las faldas de la Perricholi.

El cúmulo de personas reunidas alzaban su voz de protesta y asentían mientras dicho individuo terminaba una oración. No era un hombre con discursos improvisados, había sido forjado bajo estudios, quizás de algún colegio de indios.

—Pero Señores y Señoras, no es complicado oír nuestro cambio de estructuras coloniales que dominan estas amadas tierras. ¿Qué pedimos? —preguntó el hombre y arengó a la gente.

—¡Abolición de esclavitud! —gritó una mujer de tez oscura que descansaba cerca de aquel estrado.

—¡No a los invasores! —vociferó un hombre levantándose de su silla desde el fondo del salón. Alba miraba con los ojos abiertos como la masa se levantaba mucho más ante aquello.

—Derogación de esos infames tributos, alcabalas, diezmos, catastros, estancos y quintos. ¿Por qué he de pagar todo ello por trabajar en mis propias fincas? —siguió aquel hombre del estrado. —Liberación de esclavos, indígenas y mestizos de los obrajes, mitas y la servidumbre.

—¡No hemos nacido para servir! —gritó Marilia, llena de energía.

—Pedimos que restituyan nuestros dominios a sus dueños originales, no más santuarios indígenas saqueados por su necesidad imperiosa de oro. —volvió el hombre al ataque. —Integremos todas nuestras regiones para liberarla de los invasores, necesitamos más gente que se sume a esto.

olvídate de míWhere stories live. Discover now