Parte 41: Don Carlitos I

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Lomas de Amancaes, finales de abril de 1776

Don Carlos Derecho, hijo menor del General Carlos Derecho y Cruz, de apenas veintidós otoños. Provisto de una mirada limpia, barba siempre bien cuidada, facciones aniñadas similares a las de Nicolás, cuerpo vistoso y buena presencia. 

Abnegado hijo de su madre hasta el deceso de ésta, a manos de la viruela cuando él bordeaba los ocho años. Criado bajo los celos de ver la preferencia de su padre por su primogénito, abocado en brindar esfuerzos desmedidos para hacerse un lugar como fuere posible a los ojos del mismo y errando en cada uno de ellos.

Espabilado en los estudios, instruido en lucha y con capacidad para los negocios.

La fachada provista bajo la premisa de un mozuelo honesto, escondía en sus pieles, una historia de envidia.

Tuvose que agachar la cabeza y morder la lengua tras la sucesión de la Baronía a su deleznable hermano. Y teniendo que mudarse al otro lado del mundo después de presentado el compromiso del mismo, con el desde siempre e inalcanzable amor de su vida, Alba.

Un "amor" que surgió desde la llegada de los Derecho a Elche, cuando él cumplía los nueve años. Su fijación por aquella pequeña rubia de siete abriles, en esos días, habiase ido acrecentando con el pasar del tiempo, al punto de creerse con la potestad de llamarse así mismo como su futuro prometido, sin siquiera tener algún tipo de relación. 

Asentado en Lima con el alma rota, como solía contar en las noches de copas, jamás ocurriose volver a verle, sintiendo el fuego volver a arder después de tener contacto con ella, la tarde que la rubia, corría a su encuentro con Natalia a orillas de río Rímac.

—Mi amada Alba, desapareciendo a Nicolás, obtendré lo que por esfuerzo y trabajo merezco. A tí y a mi tan preciado título noble.—sentenciaba en voz alta, mientras montaba a caballo por las lomas de Amancaes, cercanas a su molino.—Miguel Ángel al fin notará que soy digno de ti y me amarás, sé que lo harás.

Haló con fiereza las riendas del animal, siguiendo el recorrido bajo la espesa niebla del amanecer que bañaba el lugar, dando un aspecto un tanto lúgubre.

Detuvose en cada detalle sin importarle el tiempo, para armar un plan sin fisuras. Siendo el único causante de dar aviso a Don Miguel Ángel sobre el paradero de Alba, aduciendo tenerla bajo estricta vigilancia y quedando a la espera de sus indicaciones para proceder.

El Conde de Elche, había dado respuesta inmediata a su misiva, anunciando su pronta llegada la capital del Virreinato del Perú.

Ni bien llegado a la ciudad, buscó con desespero a Carlos, quien explicó que su primogénita hospedabase a buen recaudo, en uno de los solares que él poseía, de igual modo, explicó que había dado aviso a su hermano para que tanto el padre, como el futuro yerno, tomaran las medidas respectivas.

Todo basado en mentiras.

—¡Das honor a la fidelidad y nombre de tu padre!—felicitaba el marido de Doña Rafaela.— Pídeme lo que desees, muchacho.

—Qué más honor que servirle, señor.—Carlos soboneaba de manera vil y cínica.

—¡Qué alegría encontrar a mi hija!—volvía a inferir.— Había perdido ya esperanza alguna, esto gustará a Nicolás.—Golpeó la espalda del más joven de manera gratificante y sin reparos, siguió con la celebración.


Así pues, el arribo del flamante prometido, diose semanas después. No esperó dilatar el tiempo y desmedido de lujuria, pidió llevarse de regreso a Alba cuanto antes, pero Carlos, haciendo uso de aquella máscara descarada, hurgó bajo los deseos de su hermano.


—¿No te gustaría tomarla y darle un par de escarmientos por su travesura antes de ello?

Una fuerte carcajada fue emitida de parte del mayor, el cual, con el rostro ensombrecido y reducido por los efectos de su propia degradación, asintió, lamiendo sus labios con lascivia.

—Empezaba a creer que eras un desviado asqueroso.—bebió de su copa de vino.—Esta ciudad te ha hecho aprender un par de cosas buenas, esa tal Julia se nota que sabe lo que hace.—volvió a reír sin pudor.

Carlos siguió el juego obsceno, mofándose de su propia prometida, sabiendo que jamás había posado dedo alguno sobre la piel de la mujer, ya que esta, había parado toda señal de progresión en su relación íntima.

—Tengo el mejor mentor.—respondió a las demandas de aquel hombre repulsivo.

—No esperaba menos de mi hermanito.—avivó Nicolás.—Deberías dar uso del látigo que he traído, parecen cerdas gritando.

—Quizás te enseñe los míos.

Nicolás enfundó un nuevo trago y levantose para vitorear a Carlos.

—Entonces, Carlitos, ¿Dónde escondes a ese pequeño venadito?—interrogó.— Estoy ansioso porque sepa que su león llegó.

—En dos días tendrás a tu presa, hermano.—acompañó su respuesta, volviendo a probar bocado de su plato.

—¿Por qué debo esperar tanto?—preguntó reflejando cierta molestia en su rostro.— Por mí, ya sabes que me la llevaría hoy mismo. Poco me importa la opinión o el permiso de Miguel Ángel y la amargada de su mujer.

—¡Vaya Don ansias!— alzó los brazos en respuesta, en una clara señal de calma.— Debo ir a por ella y prepararla para tí, tengo el lugar indicado.

—¿Será el que recorre mi mente?—mordiose los labios, haciendo uso de su mente torcida y aglomeró sus fantasías.

—¡Es tu bienvenida!—clamó en una sonrisa.

—Dos días no serán problema si me agasajas así, al fin y al cabo, he de esperarla por mucho años.—arrastró su silla lejos de la mesa y levantose para retirarse, soltando un regüeldo a su paso.


—Creeme que llevo esperando más años.—respondió Carlos, llegando hasta la entrada de su molino, sacudiendo la cabeza para difuminar los recuerdos de hace dos noches.

—¡Don Carlos!— uno de los trabajadores acercose hasta el muchacho, que abandonaba su caballo y arreglabase el cabello por el esfuerzo.— Los muchachos están en sus posiciones y a la espera de su orden.

La maldad vistió su rostro y sus dientes blancos por la sonrisa echada, pudieronse ver reflejados entre la niebla.

Pronto serás mía, Alba, dijose para sí.


olvídate de míWhere stories live. Discover now