1

25 3 2
                                    

—Cinco, seis, siete y ocho.

Era la señal de inicio. La forma más sencilla de  Hoseok para advertirles que una nueva coreografía estaba a punto de empezar. Había adoptado aquel hábito desde hacía mucho, casi siempre para marcar los tiempos de la melodía; sin embargo, aquella cuenta tenía, en realidad, otra finalidad: sacar a los otros seis chicos de sus inquietas y alborotadas mentes.

Desde el inicio, el joven bailarín se había dado cuenta de lo fácil que les era distraerse. Así bien, a él también le sucedía. En muchas ocasiones terminaba olvidando el siguiente movimiento que debía realizar, quedándose confuso con un baile incompleto y un público demandante al que no había logrado complacer. En general, le pasaba mas a menudo cuando estaba tenso: los molestos clientes que llegaban a molestar en el restaurante de la tía Han, un baile fallido que no lograba terminar de aprender, su apático padre que parecía ignorar su afán de convertirse en un gran músico y que por el contrario no cesaba de atiborrarlo boletín tras boletín con información de universidades especializadas en áreas como la tecnología o la medicina, la temporada de exámenes que se acercaba a pasos agigantados, pruebas para las cuales no estaba ni cerca de estar preparado.
Por eso en aquel día de práctica se encontraba tan concentrado. El verano estaba por terminar y los días siguientes no serían ni la mitad de productivos que los de las vacaciones de inicio de año.

—Paso al frente, paso atrás; izquierda, izquierda, derecha, atrás. Y un, dos, tres, cuatro...

La música continuaba su curso, una eléctrica y cada vez más energética melodía saliendo del aparato. Llevaban más de una semana con la misma  coreografía porque era muy difícil perfeccionarla dado que podían practicarla con música una sola vez. Su único medio para reproducir canciones era la vieja radio del padre de Jin, quien la tomaba a escondidas mientras este andaba en el trabajo, y como vivían en un anticuado y pequeño pueblo en Gyeongju, conseguir un disco compacto no era más que un sueño. Además, los discos eran costosos. Ninguno tenía suficiente dinero para comprar uno, así que habían estado pagando reiteradamente para que reprodujeran la canción que necesitaban en el radio. Taehyung era el encargado de llamar a la central: para entonces, los empleados de la estación ya conocían su nombre. Cada vez que solicitaba una nueva canción — o como en aquel momento, la misma canción por séptima vez—, lo saludaban con aprecio. La encargada de la estación conocía a Tae; era la mejor amiga de su madre. Quizá por eso era que le permitía hacer aquello, a pesar de que era probable que el resto de los habitantes de Gyeongju se preguntaran por qué la misma canción se repetía todos los días a las seis de la tarde.

—Y ¡salto! — Gritó el joven Jung, su voz elevada por encima de la música —. Y un, dos, tres, cuatro, ¡giro! Cinco, seis, siet-
El azabache se vio interrumpido por una sonora exclamación de sorpresa. Al girar, vio a su compañero en el suelo, masajeando su rodilla mientras intentaba ocultar una mueca de dolor que estaba impresa en su rostro. Hoseok suspiró, rendido, mientras se aproximaba al chico para ayudarlo a ponerse de pie.
La música continuaba, pero todos habían dejado de bailar. Taehyung se aproximó a la radio y la apagó. Ya no había nada que hacer. Habían perdido la oportunidad de practicar con la música puesta.

—¿Estás bien, Joon?

El mencionado asintió, aunque sus ojos contaban una historia completamente distinta. Parecía a punto de echarse a llorar.

—¿De verdad? — Escéptico, Hoseok contestó—.

Namjoon volvió a asentir, mientras se sentaba en un polvoriento banco de madera.

A Wrinkle in Time: Magic Shop - BTS! fanfiction Where stories live. Discover now