Capítulo 8

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Kongpob sintió el frío viento golpear su cuerpo tan pronto como dio el primer paso fuera de aquel gran edificio. Su mente enseguida se transportó a aquel fin de semana en el que estuvo bajo la comodidad de sabanas tibias y una cama suave. Más en ese momento que era evidente la llegada del invierno.

Cada célula de su cuerpo le gritaba para que se diera la vuelta y caminara de regreso al aquel lugar seguro que lo había alejado de la realidad. Incluso sus pies vacilaron en si su delgada ropa sería capaz de proteger a su cuerpo recién recuperado del duro clima...Y quizá, sólo quizá un poco de efectivo podrían ayudarlo a sobrevivir unos cuantos días. Después de todo eran un merecido pago que Arthit le había dado por sus servicios, además de que seguramente él no extrañaría la ausencia de estos.

No fue hasta que una persona salida de la nada le tocó el hombro, regresándolo a la realidad. Viendo a esa persona juzgándolo con el ceño fruncido por estar mal vestido y merodeando en la entrada de un edificio tan lujoso como ese.

La vida le había dado otra oportunidad el día en que Arthit decidió detener su automóvil frente a él una semana atrás. Pero ya era momento de regresar a la normalidad, agradecer al cielo por estar vivo, y abandonar ese lugar de una vez por todas. Esperar que esa noche de sexo significara algo para Arthit no sólo sería estúpido de su parte, sino también peligroso. Por mucho que Arthit hiciera por él, ese hombre era solamente su salvador, y debía estar agradecido. Pero, sobre todo, tenía que seguir adelante.

Dando una respiración larga y fría, apretó con los puños la tela de su chaqueta, con una mueca casi permanente en su rostro por el dolor constante en la parte baja de su espalda, comenzó a avanzar lentamente hacia cualquier parte donde sus pies lo llevaran.

Le tomó seis horas poder llegar con sus pies cansados al lado opuesto de la ciudad. Su estómago que había sido consentido los días anteriores, lleno de comida a cualquier hora del día, comenzaba a sentir el usual hambre regresar. Las ampollas abiertas en carne viva de la semana pasada amenazaron con regresar a sus pies cuando sus ojos al fin vieron una extensa construcción levantándose frente a él. Y en esta, por lo menos un par de cientos de trabajadores con chalecos anaranjados y cascos amarillos corriendo de un lado a otro con costales de cemento.

La idea llegó rápido a su cerebro.

Si tan sólo él pudiese ser uno de ellos. Un hombre con un trabajo, viviendo por un propósito. Con un medio para ganar dinero y sustentar su comida. Alguien que tuviera un lugar donde dormir.

Un hombre que no mendigara...Quien no tuviera que recurrir a vender su cuerpo para conseguir algo de dinero.

Kongpob miró hacia abajo, sintiéndose avergonzado de su ropa harapienta, suspiró y enderezó su postura tanto como le fue posible. Al menos estaba limpio, igual que ellos, a diferencia de todas las veces anteriores en donde había tratado de buscar un empleo. De las cuales, la mayoría de las veces terminaban ahuyentándolo por su olor desagradable. Estando limpio, al menos podría tener una oportunidad.

Kongpob aclaró su garganta, se peinó el cabello y empezó a dar pasos nerviosos hacia el remolque de la administración.

Fue una inesperada sorpresa que fuera rechazado a los diez segundos después de haber puesto un pie dentro de esas oficinas improvisadas.

Aunque ¿qué esperaba Kongpob exactamente? ¿Qué el hombre no frunciera el rostro después de quedarse callado cuando comenzó a preguntar su dirección y número telefónico? Los cuales, Kongpob había dejado de tener mucho tiempo atrás. Así que si, después de eso fue echado del remolque con quejas a su espalda sobre hacerlos perder el tiempo.

Y a pesar de que el rechazo fue un amigo íntimo toda su vida, después de que le cerraran la puerta en la cara, se sintió avergonzado de que más de una persona arrugaran la nariz. Aunque eso no debía ser sorpresa, esa era una actitud que ya conocía. Las personas se alejaban de él a diario, mirándolo con asco. Y, a pesar de su experiencia en situaciones así de vergonzosas, tal vez el haber conocido a Arthit, le hizo crearse ciertas expectativas de sí mismo, como el no tener que aguantar que lo trataran como una mosca a la que sólo buscaban aplastar.

Kongpob sacudió la cabeza con fuerza para deshacerse de su autocompasión, sacando el pecho con falsa confianza antes de salir de nuevo hacia la avenida. Renunciar a una vida más justa justo cuando comenzaba a contemplar las posibilidades de una, no era algo que él haría. Aunque si quería una iba a tener que atravesar más obstáculos de los que esperaba poder soportar. ¿Y que más daba si lo habían rechazado de en ese lugar? Cuando estuvo con Arthit en su automóvil había visto al menos otros seis sitios iguales. Por lo menos uno de ello podría tomarlo en serio.

Animándose a sí mismo, dándose frases de aliento, Kongpob se dio cuenta de que incluso a él le costaba trabajo imaginarse del otro lado de la balanza.

El aire frio atravesó sus delgadas capas de ropa mientras cerraba lentamente los ojos en una esquina, imaginando el incandescente resplandor de una vela en un cuarto oscuro. Suave y olorosa en la nada hasta que la sensación nerviosa de su estómago al recordar los labios húmedos y expertos de Arthit cerrándose alrededor de su pene. Recordando la delicada sensación al tacto de las sabanas bajo sus manos mientras las apretaba con fuerza.

—¡Oye, tú!

Su fantasía se desvaneció al instante cuando abrió los ojos y vio a un hombre desconocido acercándose directamente hacia él.

—¿Yo?

—¿Quien más? Anda apresúrate.

El hombre alto, encorvado y con el cabello lleno de canas además de su piel arrugada ladeó la cabeza con desaprobación antes de dar media vuelta de regreso, como si esperara que Kongpob naturalmente lo siguiera.

—¿Disculpe?

—¿Todavía quieres el trabajo o no?

—¡Si, por supuesto!

—Entonces apresúrate, el jefe ha dicho que necesitará más hombres para poder cumplir con el plazo límite.

—¿En serio? ¿Entonces, lo tengo? ¡Muchas gracias, estoy realmente agradecido!

Con los ojos aun abiertos por la sorpresa, Kongpob comenzó a inclinar la cabeza una y otra vez con furiosa gratitud, aunque el anciano realmente no pareciera interesado en escuchar los agradecimientos de un niño callejero.

—Lo que sea, si realmente lo quieres, date prisa antes de que el jefe cambie de opinión.

El anciano, o como Kongpob comenzó a verlo, un ángel caído del cielo le indicó que debía volver a la oficina improvisada, es decir, al remolque. Pero incluso aunque Kongpob pensó que ese hombre era generoso, el supuesto jefe intentó regatear con él un sueldo más bajo. Lográndolo, por supuesto, y casi obligando a Kongpob a firmar todos los papeles del contrato.

Su ya jefe se detuvo un momento antes de dejarlo marchar, dándole un vistazo completo bajo su escrudiño.

—¿Tienes un lugar donde dormir?

—¿Yo? Bueno, en realidad...

—¡Era de suponerse! ¡Lo sabía!

—¿Lo lamento?

—Olvídalo.

Volviendo a la actitud amargada de antes, el hombre murmuro gruñón mientras sacaba una libreta de un cajón para escribir rápidamente un par de palabras y plantar el pedazo de papel en la palma de Kongpob.

—Toma. Ve a esa dirección y diles que Gin te envió. Seguramente te encontraran un espacio para dormir.

—Yo...Quiero decir, muchas gracias, señor.

Kongpob continuó mirando el pequeño trozo de papel en sus manos. Preguntándose como su día dio un giro total hacia el lado afortunado. No sólo consiguió un trabajo, también un lugar donde pasar la noche. Sus labios no pudieron evitar curvearse hasta convertirse en una gran sonrisa en su rostro, agradeciendo efusivamente a ese hombre, bajando la voz sólo cuando se dio cuenta de que este ya se había ido. 

El hombre del automóvil rojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora