El voyeur

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EJERCICIO Nº14 EL VOYEUR

Se trata de sacar el voyeur que, como cualquier escritor, seguro que lleváis dentro.

Para este ejercicio has de salir a la calle, visitar un lugar público o asomarte por la ventana. Necesitas localizar a una persona que llame tu atención, un transeúnte, alguien a quien no conozcas y observarlo unos instantes. Cuando lo hayas hecho, ponle un nombre, imagínate dónde vive, a dónde se dirige, a qué se dedica, cómo es su vida...

Ahora escribe un texto protagonizado por esa persona donde la describes física y psíquicamente al mismo tiempo que narras el instante en que se va a dormir. Si necesitas un empujón, puedes empezar el texto con la frase: "Ha sido un día agotador..."

MARÍA

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MARÍA

Ha sido un día agotador. Para María este tipo de días siempre lo son. A su edad, estar de pie recibiendo los pésames de toda esa gente, había sido más que cansado. Es cierto que había tenido el apoyo de sus hijos, pero la verdad era que estaba realmente cansada. No solamente era su viejo cuerpo el que se resentía por el último acontecimiento, era también su alma. De verdad que ella hubiera preferido quedarse en casa y no volver a pasar por todo esto. Pero su marido lo había dejado todo estipulado así antes de su muerte, ¿y quién era ella para cambiarlo ahora?

Mientras se despojaba despacio de sus ropas negras de luto riguroso, pensaba en que la historia debía repetirse una vez más el año siguiente. Y el siguiente. Y el siguiente... Veinticinco eran los años que Juan, su marido, había dejado estipulado en su testamento y contratado con el cura del pueblo para que celebraran una misa y paseo conmemorativo hasta su tumba en el cementerio. Un lugar ese, que estaba en lo alto del cerro. Una cuesta hecha con un estrecho camino empedrado por el que no podían subir los coches.

La necesidad imperiosa del alcalde y de la mayoría de los vecinos de mantener el cementerio asilado, había hecho que el acceso quedara olvidado de la mano de Dios. Nadie se preocupaba de ampliar y pavimentar aquél camino, más que cuando moría algún vecino y lo llevaban a enterrar. O como era el caso de su marido, cuando celebraban el aniversario de su muerte. Aunque que ella supiera, su marido era el único que así lo había querido.

Mientras se daba una ducha caliente, porque su marido ni siquiera se había muerto cuando hacía buen tiempo, María pensó en la vida que había tenido al lado de aquél hombre. Estaba segura de que podría haber sido peor. Mucho peor. Sabía por su amiga Carmen, que el marido de ésta tenía la mano ligera y el bastón también. Un par de veces había corrido al hospital de la capital acompañándola con el miedo en el cuerpo por si el Aurelio las seguía. La verdad es que fue un descanso cuando el hombre se murió por aquel derrame. Desde ese momento, Carmen parecía otra, como un ave fénix que resurgiera de sus propias cenizas. María se alegró cuando su amiga se fue de allí, a vivir a la capital con sus hijos, dejando atrás toda aquella amargura.

Con un suspiro melancólico, María se puso su pijama de gruesa tela. Una cosa buena había tenido su marido Juan, era que con él en la cama, nunca había pasado ni una gota de frío. Claro que, eran otros años. Ella había sido más joven, tenía más vigor y su marido también. Empezó a secarse el pelo gris con la ayuda del secador y el cepillo para alisarlo y recordó la época en la que su cabello había sido negro, tan brillante y sedoso. Su rostro, ahora surcado de profundas arrugas, tuvo lozanía y frescura de juventud. Nunca se había puesto más maquillaje que un poco de rubor, khol en los ojos y carmín rojo en los labios gruesos.

Ah, sus labios. Su marido había adorado besarla y a ella le había gustado, eso era verdad. Le encantaban las cosquillas que su esposo le hacía con el bigote cuando la besaba de aquella forma tan dulce. Otras veces había sido un hombre pasional. Ella, en cuanto a eso, no tenía demasiada queja. La pobre Carmen nunca había disfrutado del toque de su marido.

Cuando terminó de secarse el pelo, fue hacia la cocina para calentarse un poco de leche con cacao. Eso siempre la ayudaba a dormir. Ella no creía en pastillas y no había fantasmas en su vida, ni en su pasado que vinieran a atormentarla por las noches y la desvelaran. En realidad, solía dormir de un tirón y se levantaba con fuerzas y descansada por las mañanas.

La gata que había acogido en su pequeño patio trasero, la saludó con un par de fuertes maullidos. María abrió la puerta de la cocina para dejarla entrar y le puso un poco de leche en el tazón destinado al animal.

—Hola gata, ¿quieres un poco de leche? —se rio cuando el animal se restregó por entre sus piernas— ¿Qué es esto, es que me has echado de menos?

Después de darle otro maullido, la gata fue hacia su cuenco y empezó a lamer la leche ronroneando contenta.

No tardaron mucho ninguna de las dos en terminar. Como una sola, se dirigieron al interior del dormitorio. Con un bostezo, María se metió entre las mantas. Enseguida aquella gata remolona se subió a los pies de la cama con ella. Siempre dormía a los pies de María y a ella le parecía bien.

María apagó la luz y con un profundo suspiro de placer, se arrebujó ente las mantas, ya pensando en lo que le esperaba al día siguiente.

—Buenas noches, gata, hasta mañana —dijo y con el calor de las mantas y el suave ronroneo de la gata, se quedó dormida.


FIN


Espero que os haya gustado este ejercicio

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Espero que os haya gustado este ejercicio. Contadme si pensáis hacerlo y qué os parece como disparador creativo. ¿Habéis practicado el voyerismo para vuestros personajes?

Nos vemos en la siguiente actualización, hasta entonces, un saludo para todos y muchas gracias por leer mis pequeños relatos. 

24 Ejercicios de EscrituraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora