Parte 1

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El dos de Abril de 1982 me debatía entre leer "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?" de Philip K. Dick, en su versión inglesa que me había mandado mi primo para que yo practicara esa lengua, o "Un paseo con Gerónimo". Dudé un momento pero me terminé decantando por el texto de Daniel Barbieri porque me intrigaba su temática de dos amigos que se extravían en una dimensión paralela a la nuestra. Por la casa se oía el murmullo de la radio y se sentía el olor a las tortas fritas que preparaba mi madre en la cocina para desayunar con mates*. De pronto mi hermana grita mi nombre:

-¡Luca!

Bajé corriendo las escaleras y la vi abrazándola a mi mamá que lloraba.

-Escuchó por la radio que estamos en guerra. -Dijo mi hermana.

Me acerqué y abracé a mi mamá, ella se prendió de mi con sus fuertes manos llenas de grasa y harina. Traté de tranquilizarla.

-Yo no soy soldado, má, tengo un solo día de práctica de tiro.

Había estado todo el año de servicio militar obligatorio en el tiro federal limpiando baños y cebándole mates a don Armando, un jubilado ferroviario que era el encargado del lugar. Esa había sido toda mi preparación. Estaba realmente convencido de que no me podían mandar así a la guerra, con eso intentaba tranquilizar a mi madre. Tres horas después mi padre me estaba llevando en automóvil rumbo al cuartel, había orgullo en su rostro, ahí me reuniría a cientos de chicos como yo.

El doce de abril paramos en la ciudad de Río Gallegos en la provincia de Santa Cruz* , durante el trayecto de Chaco* hasta ahí me había hecho amigo de un correntino*, Amarilla, que era estudiante de ingeniería en Córdoba* y con el cual charlábamos sobre ciencia-ficción para no aburrirnos tanto.

Las botas y los abrigos que nos habían dado protegían bien del viento y el frío que eran muy diferentes a los que había sentido toda la vida en mi provincia litoraleña*. Acampamos en la plaza central un par de días. Nadie nos confirmaba si íbamos a ir a Malvinas, por lógica pensaba que nuestra unidad, siendo de llanura sin aclimatación*, iba a permanecer en Río Gallegos y que de ahí solo los preparados iban a ir a las islas.

El catorce, dos días después, desembarcamos en Malvinas. Al principio algunos superiores nos decían que los ingleses no iban a venir. Villegas, nuestro sargento, decía que si venían lo iban a hacer en barcos subsidiados, muertos de frío y de hambre y que al finalizar la guerra él nos iba a invitar a comer un asado para festejar. Amarilla conjeturaba que a los ingleses al poco de desembarcar les iba a agarrar "pie de trinchera"* por el frío y la humedad. Tries, uno de los jefes de mi grupo, nos tranquilizaba diciendo que nuestra posición iba a convertirse en una fortaleza inexpugnable y nos mandó a cavar pozos para dormir y a armar el campamento.

-Luquín -me dijo Villegas- ¿Vos habías dicho que hablás inglés?

Le contesté que sí, gracias a lo cual evité ir a cavar los pozos y desde entonces pasaba varias horas al día en la sala de radios tratando de captar algún mensaje enemigo. Amarilla fue quien diseñó la madriguera donde dormiríamos junto a otros dos compañeros y serviría de protección contra el viento helado que en ocasiones alcanzaba los 80 Km/h. Pasaban los días y esas largas horas en la sala de radios no rendían fruto. Rola, un infante de marina que había venido a instruirnos, nos dijo que los ingleses tienen mucha experiencia en asuntos de guerra y que era probable que no captásemos sus comunicaciones. Al oír eso a mis compañeros y a mí se nos inflamó el pecho de un sentimiento nacionalista y nos pusimos a gritar insultos. Que nos importaba que los ingleses tuvieran experiencia en guerras si los íbamos a hacer mierda de todas maneras.

Una mañana de Mayo empecé a darme cuenta de mi pérdida de peso cuando tuve que reajustar mi cinturón dos orificios al poco tiempo se le sumó uno más y luego otro. La comida escaseaba y algunos de mis compañeros salían a robar gallinas que en algún momento les habían pertenecido a los isleños. Yo, por miedo a los tiradores, a las minas y a los escarmientos por robar, prefería ir a juntar mata para el fuego en una zona que consideraba segura. Hay muy poca vegetación en la isla, es un bioma extraño para mi.

Ese día decidí alejarme un poco más y tras apoyarme en unas piedras, que eran más altas que yo, sentí algo curioso: una brisa cálida desde el sur. Extrañado volteé en esa dirección para poder sentir el calor en la cara y por un breve momento me perdí en esa sensación placentera y apacible. Divisé justo al frente un árbol con unas frutas amarillas, parecían manzanas, y bajo el árbol unos arbustos con racimos de bayas rojas. Comencé a salivar al imaginarme lo dulce y ácido de aquellas frutas. Oí unos gritos a mis espaldas que me sacaron de esa ensoñación, un grupo que merodeaba por la zona había cazado una oveja.

Al día siguiente a Amarilla y a mí nos dieron la misión de acompañar a Rola a revisar unas casas en busca de equipos de radio, yo iba como intérprete por si nos encontrábamos con algún isleño. Teníamos que cruzar un campo minado para lo cual contábamos con un mapa dibujado a mano alzada que a Rola le costaba interpretar por lo precario del croquis, en ocasiones me preocupaba mucho su cara de perplejidad.

-Es por acá. -dijo señalando al suroeste.

-Disculpe, jefe -dijo Amarilla- ¿Puedo preguntarle algo?

Rola asiente con la cabeza sin dejar de mirar el camino.

-¿Qué significa la pica en su casco?

-Es para la suerte. -respondió de manera seca.

Ya había notado en otros el uso de pequeñas estampas de santos y crucifijos. Yo hubiera deseado haber traído al menos una foto de mi familia, los extrañaba mucho y quería verlos.

-¿Qué les pasó a los del grupo anterior? -preguntó el correntino.

-Esos tontos murieron mientras patrullaban. Por lo que encontraron de ellos en la playa parece que habían robado un bote de una de las casas y cuando intentaron navegar volaron en pedazos por una mina, una mina nuestra. Si hubieran respetado las ordenes eso no les habría pasado.

Tragué saliva y le devolví la mirada a Amarilla que me veía con cara de haber bebido algo sumamente amargo.

Llegamos a las casas que teníamos que registrar. Entré yo primero con las manos en alto y avisando que no iba armado.

-Hello! Hello! is anyone there? hello! i'm unarmed! ¡Parece que no hay nadie! -grité a mis compañeros que se metieron de inmediato.

Rola se fue para el garaje a ver si encontraba algún equipo de comunicación. Yo fui a registrar una habitación que tenía una cama matrimonial. Instintivamente tomé unos suéteres que encontré en el ropero, le llevé uno a Amarilla y nos los pusimos bajo el uniforme. Me sentí mal al tomar cosas que no eran mías de una casa de familia pero al menos les estábamos dando un uso. A cambio del suéter el correntino me convidó la mitad de una barra de manteca que había encontrado en la cocina.

-Es lo único que no estaba podrido. -Me dijo- Ni latas había, que mala suerte.

-Amarilla, el otro día deliré que veía unas manzanas raras, pero acá no hay un solo árbol.

-Uh, manzanas -cerró los ojos y esbozó una expresión de placer-. Yo extraño los buñuelos que prepara mi mamá. Los días de llovizna, como este, ella prepara sus buñuelos y yo me voy a pescar con mi papá a la costa del río. Claro que en Corrientes no hace tanto frío como acá.

Mientras engullíamos la manteca volvió Rola.

-Ni mierda, y ustedes. ¿Encontraron algo?

Respondimos que nada y emprendimos el regreso a la base.

El once de junio nos bombardearon desde el mar y desde la tierra. Fue el día más horrible de mi vida. La madriguera que diseñó Amarilla soportó bien los temblores y nos salvó la vida aquella noche.

El Argonauta (neutro)Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ