Parte 3

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Desde la altura que nos proporcionaba el Monte Longdon podía ver sombras que corrían para todos lados, no podíamos disparar. Me encontraba desorientado por el sonido de los proyectiles y los gritos de los soldados. Las balas trazadoras nos zumbaban las cabezas y calentaban el aire alrededor. Mi compañero estaba atento a todo lo que pasaba. El sargento Villegas estaba adelante aun cuando el reglamento dice claramente que el jefe de grupo tiene que estar en el medio, otros dos se le acercaron para mirar lo que pasaba, parecían los héroes de alguna película de bélica, no era algo que hubiesen aprendido o estudiado, adelantarse era algo que les nacía de adentro.

Uno de los que estaba ahí, un cabo, le grita al sargento:

-¡Villegas, saltemos ahora que los ingleses están corriendo!

-Tries, pasa la voz de que vamos a saltar. -Dijo el sargento.

Cuando saltamos no hicimos más de cinco pasos que nos cayó una lluvia de balas. Primera lección de ser soldado: apoyé con fuerza la cara contra el lodo. Las balas pasaban por encima de mi cabeza.

Cuando la lluvia de balas amainó un poco escuché a alguien decir: "Estoy herido". A mi izquierda vi a un soldado con un balazo en el brazo al que Tries rápidamente le aplicó un torniquete y le dijo: "Quédate aquí, ahora te sacamos".

Nos arrastramos un poco tratando de avanzar y vimos que más adelante, en una zona más elevada, estaba el sargento Villegas.-¡El sargento Ruso está herido! -le gritó Tries.

-¡Yo también! -le respondió Villegas- ¡Tengo un disparo en la panza!

Seguido de eso nos ordenó que disparásemos justo al frente de él de donde se veían salir los disparos de las trazantes. Tries apuntó así que yo también lo hice, el sargento estaba en medio y no nos daba un tiro limpio.

-¡Sargento, quítese que usted está en medio! -le gritó Tries.

-¡Dispare igual que yo estoy liquidado!

Tries vuelve a apuntar pero rápidamente desiste y le grita.

-Mi sargento, usted está en el medio, si yo les disparo lo voy a matar.

-Dispáreles igual porque yo estoy liquidado. -respondió Villegas.

-¡No les voy a disparar mientras usted siga ahí!

-Está bien, lo haré yo. -dijo el sargento.

Boca abajo, como estaba, Villegas estiró su brazo para agarrar su fusil y de repente un tirador, que hace tiempo podría haberlo matado, le disparó en la mano. Un hombre herido es más favorable para el enemigo que un muerto; los heridos sacan del combate a dos o tres soldados. Vimos a Villegas girarse y ponerse boca arriba, con mucho dolor se quitó las correas con las granadas que le hacían presión.

-¡Sargento, lo vamos a buscar! -gritó Tries.

-¡Quédense ahí que nos tienen rodeados, esperen órdenes!

Levanté la vista y vi miles de bolas de fuego que comenzaban a caer arriba nuestro.

-¡Me quemo! -gritó alguien.

-Luquín, vamos a buscar a Villegas. -Me dice Tries.

Le respondí que sí y cuando estábamos por salir dijo-: Pará, dejá el fusil acá.

-Tries, nos van a matar. -Le contesté.

-¡Dejá el fusil acá, mierda!

Le obedecí y tiré mi fusil, él hizo lo mismo pero de manera ostentosa, quería que lo vieran. Levantamos las manos y salimos. Caminamos los diez pasos que nos separaban de Villegas y lo enganchamos de las axilas para arrastrarlo hasta detrás de unas piedras, el francotirador no nos disparó. Al sargento le salía sangre a borbotones de debajo del pecho, no había gazas, no había morfina ni médico; el hospital estaba a 8 kms. Pidió agua y Tries le dio un poco de whisky y le puso nieve en la boca. Nunca bebimos agua potable en Malvinas.

-Tries, -habló Villegas con dificultad- cuéntale a mi familia como me quedé en el campo de batalla, a mi mamá, a mi mujer, a mis hermanas, como veas que vayan a sufrir menos, y a mi hija...

La voz se le quebró al pensar que ya no iba a volver a ver a su familia, se puso a llorar y rezó un padre nuestro hasta el final. Después continuó-: Tries, no me pongo en el papel de héroe ni en el de tonto, esto es una braza de fuego lo que tengo arriba de la panza. ¡No aguanto más el dolor! Pégame un tiro y hazte cargo del grupo.

-Sargento, me hago cargo del grupo, pero aún tenemos que comer ese asado que prometió.

-Pero qué dices, soy hombre muerto.

-Luquín -me dice Tries-, a los doce que hay acá, a cada uno, avísales que tenemos que bajar. No hay más nada que hacer.

Avisé a mis compañeros y nos dispusimos a salir. El Sargento Villegas, que ya había perdido absolutamente todo el liderazgo, pedía a los gritos que lo dejáramos. Contra su voluntad lo cargamos y empezamos a bajar el monte, no por donde habíamos venido, sino que por el campo de batalla a la luz y el calor de las trazantes. Mientras alrededor muchos de nuestros compañeros combatían como feroces guerreros de alguna antigua leyenda.

Caminamos los 8 kms hasta el hospital y los médicos, con nada, salvaron cientos de vidas ese día. A Villegas le dieron morfina y los cirujanos trabajaron en él inmediatamente.

Más de noventa compañeros, que también tenían que haber replegado, aún seguían combatiendo. Un suboficial ordenó organizar un grupo para volver al campo de batalla a rescatar a los heridos que no habían podido bajar por sus propios medios. Yo y otros treinta de mis compañeros de dieciocho años nos ofrecimos como voluntarios. Rescatamos a veintisiete heridos y cargamos con cuatro muertos. Volvimos a ese infierno no por nuestra bandera ni por ese otro abstracto al que llaman Patria, lo hacíamos por nuestros compañeros a pesar del miedo que teníamos, todos queríamos volver a nuestras casas.

Lo había perdido de vista a Amarilla hacía horas, lo buscaba con desesperación por todo el campo hasta que de repente vi en el suelo el casco con la pica blanca que mi compañero había comenzado a usar luego de la muerte de Rola

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Lo había perdido de vista a Amarilla hacía horas, lo buscaba con desesperación por todo el campo hasta que de repente vi en el suelo el casco con la pica blanca que mi compañero había comenzado a usar luego de la muerte de Rola. En el instante en que me agaché para recogerlo un balazo hizo volar mi casco unos cinco metros, inmediatamente me tumbé al suelo. Tendido en el lodo, dolorido y totalmente agotado, sin saber qué tan herido estaba, la inconsciencia se presentó como una opción placentera que invadía todo mi organismo. Yo me dejé conquistar.

El Argonauta (neutro)Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon