Capítulo I

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Apenas acababa de anochecer, aunque Keyla solo podía saberlo por el viejo reloj de muñeca que había heredado de su bisabuela. Su poblado vivía bajo tierra para protegerse de las inclemencias del gélido tiempo.

La ley principal consistía en no salir a la superficie de día a menos que uno participase en una partida de caza, y que estaba terminantemente prohibido salir al exterior de noche pasase lo que pasase, sin excepciones. Sin embargo, Keyla se regía por sus propias normas. 

Salió a hurtadillas de su nueva casa, sin despertar a su marido (aún no acababa de acostumbrarse a la palabra, pues como acababa de cumplir diecisiete, la habían obligado a contraer matrimonio), se puso todos los abrigos térmicos que tenía, cogió su arco, su carcaj lleno de flechas, un par de matraces para recoger las muestras de la escasa vegetación extremófila y salió de allí.
Apenas unos instantes después de salir y haber recibido de golpe la bofetada del viento gélido, a oídos de Keyla llegó una hermosa melodía.

¿Quién decide quién es monstruo
 o qué es salvaje?
Una raza que busca refugio en la humanidad
Lo único que me queda 

emi espíritu atormentado
e

n el fondo de mi corazón

que a veces se manifiesta

Me han arrancado el alma...

Jamás volveré a volar

en un cuerpo que no es el mío

Por un bien mayor

Me han arrancado el alma...

Era una voz lastimera, que cantaba sus penas y lograba transmitir a aquel que lo oyera todas sus emociones: furia, tristeza, opresión, incomodidad, disgusto...
A Keyla por poco se le saltan las lágrimas. Al girarse, vio sentado a lo lejos, con los pies colgando en un precipicio a su amigo, Nikko.
¿Dónde habría aprendido a cantar así?, pensó la chica.
A medida que se acercaba lo veía con más claridad y se fijaba en otras cosas
Sus ojos castaños eran ahora de un color dorado, y su cabello negro estaba mojado por la escarcha.

Nikko estaba callado reflexionando, observando el horizonte como si más allá de la nieve, el hielo y las escarpadas y mortales montañas hubiera algo más. Sin embargo, en aquel paisaje níveo, hasta los críos sabían que no había sino monstruos: licántropos, dragones, y otros animales que desconocían, pero que probablemente también matarían sin dudar. Ella se sentó junto a él.

-¿Qué haces fuera de la aldea?-preguntó él.

-Lo mismo podría cuestionarte yo.

Se quedaron callados unos minutos, con el único sonido del silbido constante y desagradable en sus oídos.
Y entonces, arruinando el momento, se oyó un leve gruñido animal. Keyla, nerviosa, cogió el arco y sacó una de sus flechas con punta de plata y madera de enebro. Aquel animal no era un lobo normal, pues se habían extinguido hace varios milenios. Era algo oscuro y salvaje, aterrador y poderoso, todo al mismo tiempo.

-Un hombre lobo-dijo Nikko en un susurro.

En efecto, apenas unos instantes después, un enorme lobo negro asomó. Caminaba a dos patas, pero sabían que era solo para llamar la atención. El animal era cuadrúpedo, aunque podía mover con total libertad cada una de las garras de sus patas delanteras. Sus ojos destellaban con la malicia de un asesino, pero sabían que durante el día podría ser incluso su vecino, el obsesionado con las gemas.
Y entonces saltó sobre ellos gruñendo.

Keyla y el DragónWhere stories live. Discover now