Capítulo IV

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Keyla sentía como cada célula de su piel gritaba de dolor. Notaba cómo el efecto de la mordida se colaba en sus sangre y se repartía lentamente, pero decidió no chillar, puesto que la oiría todo el poblado.
Vio cómo la puerta se abría y se relajó porque era Nikko.
Pero entonces, se fijó en el aspecto que tenía.

Sus ojos eran ahora dorados, de un tono casi metálico, en vez de color chocolate, y se lo veía nervioso. Su cabello estaba sin brillo ni vida, y parecía más huesudo que antes. Su capa parecía haberse roto varias veces por la espalda, y tenía ojeras, a pesar de que lo había visto hace unos minutos.

Sacó de un bolsillo el matraz con el antídoto, pero, ¿cuál había sido el precio? se preguntó.

Echó el líquido azul sobre su pierna, y Keyla sonrío satisfecha, tras haber apaciguado su dolor.

-Gracias-dijo suavemente.

-¿Lo has estado mirando?-preguntó él despreocupado señalando la enciclopedia.

-¿Estás bien?

Un silencio se extendió por la casa. Nikko escogió bien sus palabras.

-Creo que he cogido un resfriado, pero no te preocupes-comentó tranquilo-. ¿Te acompaño a tu casa?

-Sí, por favor-le pidió.

Nikko ayudó a Keyla a levantarse, aún coja, y ambos cruzaron el oscuro pasillo hacia el habitáculo.

-Muchas gracias-agradeció ella, y entró cojeando.

El chico entró en su casa, cogió otra capa, un repuesto de ropa, su báculo, una riñonera de cuero con algunos cristales y algo de comida.
Y después, se acostó en su cama, dejando preparado todo por si ocurría algo.

A la medianoche siguiente, se oyó un grito de dolor verdadero y profundo, que despertó a toda la aldea. Todos salieron de sus casas, alerta, corriendo por el laberinto subterráneo comprobando todos los barrios.
Keyla revisó las casas vecinas, y cuando entró en el cuarto de Nikko, se quedó paralizada.
La cama estaba llena de sangre. La ventana superior que hacía de techo (que no estaba hecha de cristal, sino de cuarzo transparente) estaba destrozada. Y además, por el suelo habían algunas escamas plateadas y la punta de la manta de lana de su cama ardía en llamas.

Pronto llegaron otros ciudadanos, y al ver lo sucedido, pusieron caras tristes y dieron el pésame a su madre, que vivía a dos casas de su hijo.

Sin embargo, nadie hizo un funeral, dado que en aquellas tierras frías todos los días moría alguien por alguna bestia. Solo era un fallecido más en un cementerio de hielo.

Keyla quedó marcada para siempre, y decidió que era el momento idóneo para recuperar lo que había perdido; a su familia, a su pueblo natal y a su mejor amigo.

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Holi, soy yo de nuevo. Comenten sin miedo, ¡no a los lectores fantasma!
Bueno y ya está. Fin de la nota 😂
Nos leemos,
EscritoraIdhunita

Keyla y el DragónWhere stories live. Discover now