Sentada en la bañera de hierro, deslizo suavemente una esponja amarillenta
sobre el lado izquierdo de mi cuello. Escucho a Fiona tararear una melodía desde su
habitación y, a medida que eleva el tono, reposo mi torso en el frío respaldo. La
punta de mis dedos roza el suelo y mi cabeza se mueve de un lado a otro, dibujando
un medio círculo. Extiendo sutilmente uno de mis brazos y, cuando logro alcanzar el
albornoz, me levanto rápidamente alarmada por unos golpes. Envuelvo mi
cuerpo en la seda suave y corro ansiosa a abrir la puerta. Cuando está casi entornada
descubro el rostro de Gloria, que denota cierta preocupación.
- ¿No te vas a espabilar o qué? Te dije que hoy teníamos clientes especiales. Vístete
rápido y baja.
-¿Te vas a enfadar conmigo?- Le digo en un tono pícaro.
- No me vaciles hoy, Marga.- Dice mientras acaricia suavemente mi barbilla.
Nunca he puesto en duda la seriedad de Gloria. Es más, entiendo que su situación la
requiere: una mujer de medio siglo que ha levantado sola un burdel. Admiro
completamente su rigurosidad y, también, agradezco profundamente todo lo que ha
hecho por mí.
Cierro la puerta en un movimiento seco y vuelo hacia el tocador. Mientras mis
muslos juguetean con el terciopelo rojo de la silla, cepillo cuidadosamente mi hermosa
melena rubia. Acto seguido, perfilo mis labios carnosos con carmín vino tinto, maquillo
mis párpados con una sombra ceniza y decoro mis mejillas con unos polvos rosáceos.
Camino lentamente hacia mi cama, ignorando que, probablemente, Gloria esté
desesperada. Me despojo de mi albornoz para sentir la suavidad de las medias negras
de algodón. Alzo uno de mis pies y veo como la prenda se fusiona perfectamente con
la piel. Tomo mi ropa interior no tan extravagante y, sobre ella, coloco uno de mis
múltiples vestidos rojos que definen meticulosamente todas y cada una de las curvas
de mi cuerpo. Por último, sumerjo mis pies en unos tacones altísimos y, mientras
intento abrocharme un collar de perlas, abandono la habitación al compás de un
taconeo cautivador.
Noto como mis compañeras me clavan una a una sus miradas. Algunas añaden
algún piropo y otras simplemente se quedan calladas. No hay día en el que no me
recuerden lo mucho que me envidian, pues soy la única mujer que no ha tenido que
aguantar un solo varón que no le guste. En su burdel, Gloria solo me deja cantar. Según
ella, es una manera de atraer más hombres que, al no poder satisfacer sus deseos
conmigo, buscan cariño en las demás mujeres. No sé cuántos negocios ha roto Gloria
porque sus enemigos, pues desde ese momento empezaban a serlo, me han querido convertir
en cláusula. No soy una persona devota del amor, pero si algo tengo claro es que quiero a Gloria
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El poder de las miradas
RomanceTodos creen conocer a Marga, pero nadie sabe lo que ella. Una mujer empoderada del siglo XIX no puede ser simplemente hermosa. ¿Podrá sobrevivir el ingenio de Marga a la oleada de tentaciones y pasión?