Capítulo 1: La Estrella

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Sentada en la bañera de hierro, deslizo suavemente una esponja amarillenta

sobre el lado izquierdo de mi cuello. Escucho a Fiona tararear una melodía desde su

habitación y, a medida que eleva el tono, reposo mi torso en el frío respaldo. La

punta de mis dedos roza el suelo y mi cabeza se mueve de un lado a otro, dibujando

un medio círculo. Extiendo sutilmente uno de mis brazos y, cuando logro alcanzar el

albornoz, me levanto rápidamente alarmada por unos golpes. Envuelvo mi

cuerpo en la seda suave y corro ansiosa a abrir la puerta. Cuando está casi entornada

descubro el rostro de Gloria, que denota cierta preocupación.

- ¿No te vas a espabilar o qué? Te dije que hoy teníamos clientes especiales. Vístete

rápido y baja.

-¿Te vas a enfadar conmigo?- Le digo en un tono pícaro.

- No me vaciles hoy, Marga.- Dice mientras acaricia suavemente mi barbilla.

Nunca he puesto en duda la seriedad de Gloria. Es más, entiendo que su situación la

requiere: una mujer de medio siglo que ha levantado sola un burdel. Admiro

completamente su rigurosidad y, también, agradezco profundamente todo lo que ha

hecho por mí.

Cierro la puerta en un movimiento seco y vuelo hacia el tocador. Mientras mis

muslos juguetean con el terciopelo rojo de la silla, cepillo cuidadosamente mi hermosa

melena rubia. Acto seguido, perfilo mis labios carnosos con carmín vino tinto, maquillo

mis párpados con una sombra ceniza y decoro mis mejillas con unos polvos rosáceos.

Camino lentamente hacia mi cama, ignorando que, probablemente, Gloria esté

desesperada. Me despojo de mi albornoz para sentir la suavidad de las medias negras

de algodón. Alzo uno de mis pies y veo como la prenda se fusiona perfectamente con

la piel. Tomo mi ropa interior no tan extravagante y, sobre ella, coloco uno de mis

múltiples vestidos rojos que definen meticulosamente todas y cada una de las curvas

de mi cuerpo. Por último, sumerjo mis pies en unos tacones altísimos y, mientras

intento abrocharme un collar de perlas, abandono la habitación al compás de un

taconeo cautivador.

Noto como mis compañeras me clavan una a una sus miradas. Algunas añaden

algún piropo y otras simplemente se quedan calladas. No hay día en el que no me

recuerden lo mucho que me envidian, pues soy la única mujer que no ha tenido que

aguantar un solo varón que no le guste. En su burdel, Gloria solo me deja cantar. Según

ella, es una manera de atraer más hombres que, al no poder satisfacer sus deseos

conmigo, buscan cariño en las demás mujeres. No sé cuántos negocios ha roto Gloria

porque sus enemigos, pues desde ese momento empezaban a serlo, me han querido convertir

en cláusula. No soy una persona devota del amor, pero si algo tengo claro es que quiero a Gloria

El poder de las miradasWhere stories live. Discover now