A lo largo de mi vida, he estado con poquísimos hombres. No consigo
rememorar ningún buen momento junto a ellos porque, probablemente, no existen. El
Señor Thompson me ha traído a una pensión mediocre. Al entrar saluda amablemente
al recepcionista, por lo que entiendo que venir diariamente a este lugar con la
prostituta de turno es, simplemente, una rutina. No hemos mencionado palabra en
todo el camino. Él solo se ha dedicado a lanzarme un par de miradas y a morderse
desesperadamente el labio. Subimos unas escaleras interminables y llegamos a la
habitación 22.
-Ponte cómoda.- me dice mientras afloja su corbata.
-¿Hay algo de beber?-pregunto.
-No, pero ya mismo pido una botella de licor.
Se retira unos segundos y yo me quito el abrigo que, sin querer, robé a alguna de las
chicas del burdel.
-Aquí está.- dice mientras sostiene una botella de licor y dos copas.
Está a punto de abrir la botella cuando le interrumpo, deslizando mis manos sobre las
suyas.
-Puede esperar.-digo arrebatándole todo mientras dibujo una sonrisa.
-Te gusta saltarte las reglas, huh.- añade.
Un escalofrío acaba de recorrer de arriba abajo todo mi cuerpo.
-Haría lo que fuera por Gloria.
Lo que fuera excepto tener cualquier tipo de relación con este hombre.
-Suerte la mía.- manifiesta desternillándose.
De repente rompo a llorar. Me siento en el borde de la cama que, junto a una silla,
conforman la decoración de la habitación. Danzan por mis mejillas unas lágrimas más
falsas que la gentileza de este hombre.
-¿Qué pasa?- pregunta, aprovechándose de la situación para resbalar su pesada mano
por mi espalda.
-Necesito ayuda.- respondo entre exagerados sollozos que, aparentemente, sonaban
naturales para él.
-¿Qué sucede? Puedes confiar en mí.- dice, acercándose y restregando su mano por mi
muslo.
-No puede ayudarme...
-¿Usted sabe quién soy?- dice con retintín.
-No quiero abusar de su amabilidad- digo, aumentando el nivel de falsedad.
-Abuse.
-Verá...Hace tiempo un hombre nos humilló a mí y al resto de mujeres del burdel,
incluyendo a mi madame. Le desafié desde mi inocencia y ahora, por mi culpa, el resto
de mujeres están viviendo un infierno.
-¿Cómo se llama ese desgraciado?
-No lo sé.- respondí, aguantando las ganas de gritar: Señor Smith.
-Seguro que fue alguno de esos gángsters. Ya sabe, el Señor Cooper, por ejemplo.
-No me suena.
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El poder de las miradas
RomanceTodos creen conocer a Marga, pero nadie sabe lo que ella. Una mujer empoderada del siglo XIX no puede ser simplemente hermosa. ¿Podrá sobrevivir el ingenio de Marga a la oleada de tentaciones y pasión?