Capítulo 4: La dulce traición

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A lo largo de mi vida, he estado con poquísimos hombres. No consigo

rememorar ningún buen momento junto a ellos porque, probablemente, no existen. El

Señor Thompson me ha traído a una pensión mediocre. Al entrar saluda amablemente

al recepcionista, por lo que entiendo que venir diariamente a este lugar con la

prostituta de turno es, simplemente, una rutina. No hemos mencionado palabra en

todo el camino. Él solo se ha dedicado a lanzarme un par de miradas y a morderse

desesperadamente el labio. Subimos unas escaleras interminables y llegamos a la

habitación 22.

-Ponte cómoda.- me dice mientras afloja su corbata.

-¿Hay algo de beber?-pregunto.

-No, pero ya mismo pido una botella de licor.

Se retira unos segundos y yo me quito el abrigo que, sin querer, robé a alguna de las

chicas del burdel.

-Aquí está.- dice mientras sostiene una botella de licor y dos copas.

Está a punto de abrir la botella cuando le interrumpo, deslizando mis manos sobre las

suyas.

-Puede esperar.-digo arrebatándole todo mientras dibujo una sonrisa.

-Te gusta saltarte las reglas, huh.- añade.

Un escalofrío acaba de recorrer de arriba abajo todo mi cuerpo.

-Haría lo que fuera por Gloria.

Lo que fuera excepto tener cualquier tipo de relación con este hombre.

-Suerte la mía.- manifiesta desternillándose.

De repente rompo a llorar. Me siento en el borde de la cama que, junto a una silla,

conforman la decoración de la habitación. Danzan por mis mejillas unas lágrimas más

falsas que la gentileza de este hombre.

-¿Qué pasa?- pregunta, aprovechándose de la situación para resbalar su pesada mano

por mi espalda.

-Necesito ayuda.- respondo entre exagerados sollozos que, aparentemente, sonaban

naturales para él.

-¿Qué sucede? Puedes confiar en mí.- dice, acercándose y restregando su mano por mi

muslo.

-No puede ayudarme...

-¿Usted sabe quién soy?- dice con retintín.

-No quiero abusar de su amabilidad- digo, aumentando el nivel de falsedad.

-Abuse.

-Verá...Hace tiempo un hombre nos humilló a mí y al resto de mujeres del burdel,

incluyendo a mi madame. Le desafié desde mi inocencia y ahora, por mi culpa, el resto

de mujeres están viviendo un infierno.

-¿Cómo se llama ese desgraciado?

-No lo sé.- respondí, aguantando las ganas de gritar: Señor Smith.

-Seguro que fue alguno de esos gángsters. Ya sabe, el Señor Cooper, por ejemplo.

-No me suena.

El poder de las miradasWhere stories live. Discover now