Prologo:

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La luna brillante y enrojecida relucía en las oscuras callejuelas de aquella ciudad, las sombras de los perros y caballos se veían difuminadas, mientras el ruido de las carretas lejanas se perdía pesadamente. Las pisadas de las gentes apartaban los sonidos del desierto, no era difícil percibir que sería una noche más, en aquellas tierras que se esparcían distantes.

En aquellas áridas tierras, una casa pequeña de madera tenía una luz encendida, el candil de cera se veía débil e insoluto, encendido, sobre la oscuridad de una mesita de noche, junto a una cuna de pino, con sábanas y cojines blancos, la madre sostenía a un pequeño en brazos, el niño entre cerraba sus ojos de color café oscuro, siguiendo con la vista el reflejo de la luz, las formas y los colores, eso hasta que un estruendo sacudió las distancia.

Un hombre entro corriendo al lugar, solo se lograban distinguir sus botas negras, sus pasos resonaban constantes en la habitación, tomo como pudo a su hijo, a su mujer y aperando cosas en una maleta, la brisa salina aumento el aroma cuando un olor a sulfuro y escarcha emergió, embetunando de oscuridad las mismas luces rojizas que otrora brillaban refulgentes y ahora se esparcían en un carnaval de destrucción y horror.

Los tres partieron cabalgando sobre un corcel de blanco color, mientras la ciudad prospera caía entre cenizas, el hombre, sin poder vislumbrar su rostro cubierto con un sombrero, y una manta, miraba constantemente hacia atrás, sabía que le seguían los pasos, estaban pronto a alcanzarlo, dejo al caballo y tomando a su mujer, corrió, hasta llegar a una quebrada desértica, un mercader descansaba junto a un fogón.

- Menos mal te he hallado, pensé que te habrías marchado de las cercanías a estas horas- agrego la voz gruesa del padre del niño.

- Es demasiado pronto, ellos han venido...- el hombre asintió sin decir una palabra- supongo que iras a enfrentarlo-

- Por eso recurrimos a ti- el hombre extrajo un reloj de bolsillo de su chaqueta, lo puso junto al niño y le beso en la frente- uno debe ser hombre para enfrentarse al destino, te molestaría dejarlos en el próximo pueblo del desierto-

- Es una promesa de caballeros...- agrego taciturno el mercader cuyo rostro se veía abrillantado por las llamas rojizas que se propagaban frente a sus ojos.

La mano de la mujer sostuvo la del hombre, sin poder evitar dejar caer unas lágrimas, esta le beso, dejando que su hombre se marchara, ella sabía en su alma, conocía el destino que le esperaba a su amado, vivir no sería una opción, pero, ¿era la decisión correcta dejarlo enfrentar solo aquel destino?, si no fuera por su hijo, quizás habría pensado en eso.

Aquel valiente hombre se adentró en la oscuridad infinita del desierto, las estrellas se veían apagadas por el humo que se acrecentaba a la distancia, aun se oían gritos, resonaban, llenaban el habitual silencio del desierto y culminaban en eso, el hombre saco del costado de su caballo un fusil Winchester, cargado, apunto a sus oponentes. Los disparos resonaron, pero, las tres sombras... bajo la luz de la luna se asomaban dejando tras de sí un charco de brillante color carmesí, el hombre daba sus últimos respiros, las tres sombras la pisaron sin darle importancia.

- Un sacrificio necesario...- una voz de hombre resonó potente y neutra- ¿Qué opinas? -

- No me pidas opiniones, estoy ensuciando mis botas nuevas con sangre de un bastardo como este- unas botas de dama blanca se manchaban con el cálido y burbujeante líquido que ensuciaba las pálidas arenas- lo bueno es que el portal ha sido abierto, eso permitirá que el páramo sea nuestro.

- Ni hablar- dijo una remilgada tercera voz- es por la gloria de la ciencia, nada más, no es necesario detenernos a pensar en esto-

El mercader roció agua y arena, monto a la mujer tapándola con sacos en su carreta, mando que mantuviera en silencio al niño, conocía el peligro que encaraban, su sombrero de alas anchas y sus ojos verdosos, disimulaban muy bien las arrugas que marcaban una vida en el desierto; estaba seguro de que sus manos marcadas por la edad, que sostenían las riendas de los dos caballos no tendrían la fuerza para pelear contra aquellos tres demonios, venidos desde la misma profundidad del infierno.

Se aseguraba de intentar disimular lo mejor posible, su destino según la posición de las estrellas del sur, y su nada escaso conocimiento en la posición de los poblados del desierto, debía ser un refugio minero de cobre, llamado Moon City, un pueblucho feo, agreste, con una taberna, un casino, un prostíbulo y un monasterio pequeño, sabía que no era el mejor lugar para esconderse, pero, por lo menos, podría dejar a esa mujer y al niño en el lugar.

Luego de dos horas, logro calmar en parte sus pulsaciones, tenía la certeza, de seguro esos tres bastardos habían creído que la familia había muerto en el incendio que ellos causaron, el mismo que devasto la ciudad hasta convertirla en cenizas, ya con esta premisa, le ordeno a la mujer calmarse y beber agua, las luces del poblado minero se veían a la distancia, se acercaban a su destino.

El pueblo estaba extrañamente callado, debía de ser la hora... eran las 5AM, fue un largo recorrido, al llegar, el mercader toco una puertecilla de madera en un convento, una monja anciana con cabellos plateados y ojillos de rata, le miro:

- Señor, es muy tarde para que venga a molestar...- el hombre saco un sobre de bajo su sombrero, el cual dejo ver sus largos y revueltos cabellos blancos, con algunas rallas negras- Ya veo, espéreme un minuto, hablare con la madre superiora y le diré que es una emergencia-

Resonaron las pisadas de la hermana en el piso de madera, las luces lentamente empezaron a iniciar su recodo, mientras se abrían y cerraban puertas, una mujer arrugada como una uva pasa, de ojos cubiertos por unas gafas extremadamente gruesas y un traje negro, con un largo rosario colgando en su falda. Miro a los tres de pies a cabeza y les hizo pasar a un cuarto, con un escritorio de madera ennegrecida, una pila de hojas, una pluma y un tintero, dejo caer su cuerpo en una silla de madera y poniendo la carta sobre el contorno grueso y áspero de una biblia:

- El pueblo fue destruido... era de esperarse, esos tres son una amenaza para todo pueblo que exista en el desierto- la mujer hojeo nuevamente la carta- ¿Qué deseas Ferguson? -

- Iré directo al grano, recurrimos a ti pues eres la mejor opción para darle refugio a esta joven...-

- ¿y el niño...? Sabes que no podremos criarlo en el convento-

- El viajara conmigo, hasta que pueda sostenerse solo, además, estará más seguro con un alma errante como mi persona- el hombre suspiro- luego, encontrare un lugar adecuado donde le den un hogar- miro fijamente a la joven quien mecía al niño en brazos- lo siento, es la mejor opción-

La joven tomo a su hijo con más fuerza, apretándolo contra su pecho, su alma entendía que no podía de forma alguna dejarlo con ella, el dolor era intenso, el joven muchacho no tenia mas de un año, sería difícil la vida que el destino le había deparado, dejo caer un par de lagrimas y le beso la frente, entregándolo al mercader, quien le cobijo y llevo hasta la puerta de salida, luego de despedirse, la chica fue acompañada a sus nuevos aposentos, mientras, su hijo y Ferguson se disponían a continuar su viaje.

Luego de despedirse, el camino se veía iluminando, color escarlata por la luna de la noche roja, el hombre anduvo con el niño arropado entre sacos dentro de su carreta, durante días, durante meses y luego años, cuando el chico cumplió 13 años, le dejo en un establo, con solo una carta dirigida a "un amigo suyo", con las palabras, de que en el momento que fuere indicado le alcanzara, en el lugar donde la noche y las estrellas se encuentran, en aquella tierra conocida más allá de la jungla de concreto, donde los periódicos son un mito, en el páramo desconocido. 

El Paramo Desconocido.Where stories live. Discover now