Capítulo II

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Evangeline.

La nieve del invierno estaba desapareciendo finalmente de Varis.

El día era como de costumbre, el sol estaba saliendo tras las montañas, de manera súbita y brillante. El fenómeno que siempre me encantaba contemplar.

A sabiendas de que se estaba haciendo tarde, aceleré el paso. Me acomodé la capucha de mi capa para cubrirme la cabeza, porque gracias a la humedad del invierno, mis cabellos, de un cálido tono castaño comenzarían a esponjarse en cualquier momento.

No es que me estuviera escondiendo, pero cuando un carruaje pasó por el camino, voltee el rostro. La paranoia de que alguien me reconociera crecía día con día. No era que me avergonzara, al contrario, estaba bastante orgullosa. Pero el castigo sería lo peor.

Al llegar a la librería Árbol Dorado me quité la capa.

Había comenzado a trabajar ahí aquella fatídica tarde, dos años atrás.

El señor Troutie estaba tan desesperado que contrató a una joven de apenas dieciséis años. Aunque por supuesto, a esa joven le fascinaba leer. Y por supuesto, esa joven soy yo.

-Buenos días, Sr. Troutie-. Dije alegremente. Siempre debía avisar mi llegada o podía darle al viejo un gran susto. –Le traje algunas galletas que hice anoche-.

El cabeza del señor Troutie se asomó por la puerta de la bodega. -¡Buenos días Evangeline!- Gritó felizmente mientras salía de la bodega.

Golpearon la puerta de la librería. Un joven de cabello rubio y ojos extremadamente azules entró con una gran sonrisa marcando sus hoyuelos.

- ¿En qué puedo ayudarlo, milord? - Dije bromeando. El cliente era todo menos un milord.

-Yo...busco a cierta chica con galletas para ofrecer-.

-Ya veo, me parece que a la vuelta está Ciri, seguro que le da alguna que otra galleta-.

-Estaba más interesado en las galletas de cierta bibliotecaria-. reveló con una sonrisa radiante.

Rodeé mis ojos y le sonreí. Peter era mi mejor amigo desde que tenía memoria. Habíamos asistido a la escuela pública de Veris juntos y cuando los niños nos molestaban encontramos refugio en nuestra amistad.

Venía a la Árbol Dorado siempre que podía, y al terminar la jornada comíamos juntos en mi casa con la abuela y mi hermano pequeño Ben.

-Tomaré una -. Dijo Peter mientras agarraba una de mis sabrosas galletas.

-Yo también-. Apresuró el Sr. Troutie mientras también tomaba una galleta. - Deberías pensarte en poner un negocio de postres, incluso puede tener éxito y crecer rápidamente y convertirlo en un restaurante-. evidenció, él siempre me había apoyado y motivado en lo que respectaba a mi futuro.

Según él, no necesitaba de ningún esposo para lograr una economía estable.

Claro, que esa era solo la opinión de él, ya que prácticamente toda la ciudad opinaba algo distinto.

-No le dé más trabajo Sr. Troutie, Evangeline ya apenas tiene tiempo para mí-expresó Peter.

-No sé de qué hablas Peter, si nos vemos las caras todos los días-. Apunté mientras me quitaba la capa y la sujetaba de los ganchos en la entrada. Traté de acomodar mi cabello, el cual se había salido de su moño gracias al viento de la ciudad, pero mi intento fue en vano. Para esa tarea se necesitaba un peine, de otra manera solo empeoraría el resultado.

-Hablando de eso... ¿quieres ir a cenar esta noche? Ya le pregunté a la abuela y aceptó, por lo tanto, en realidad no tienes otra opción-. Preguntó nervioso.

Antes de que pudiera contestarle, el Sr. Troutie se acercó y me atestó un sonoro beso en la mejilla. –Me retiro Evangeline, te encargo mucho la librería. ¡Nos vemos mañana! – y salió del Árbol Dorado, no sin antes tomar todas las galletas que había preparado.

Suspiré –Supongo que si Peter, ¿dónde cenaremos en esta ocasión? -.

-Es una sorpresa-. carraspeó. –Si tienes un vestido bonito te lo podrías poner-

Lo miré despectivamente - ¿Intentas decirme que mis vestidos no son bonitos? -

- ¡No! No, por supuesto que no... sólo decía, si tienes un vestido un poco más formal estaría excelente, ahora si no tienes puedes ponerte uno de siempre, en realidad no importa, solo era una sugerencia-. Respondió apresuradamente.

Le sonreí –No te preocupes, me pondré mis mejores galas-.

¨¨¨¨

Los días jueves eran mi día libre de Dwarfie, la cantina, o como a mí me gustaba decirle, el teatro en el que trabajaba por las noches.

Dwarfie había sido mi segundo hogar desde los catorce años, cuando Cassandra me contrató para su muy riguroso, talentoso y clandestino grupo de baile. No es que el baile estuviera prohibido en Varis, de hecho, a la gente le encantaba bailar. Sobre todo, a los ricos, quienes siempre aprovechaban cualquier evento para organizar otro baile.

El problema era que este baile había sido prohibido diecinueve años atrás. Cuando la Reina Anastasia había sido sentenciada a morir por el crimen más atroz.

La danza Rataciz, una de las danzas más antiguas de Orbiz, originaria del continente Igniz y umbral y hogar de mi abuela, consistía en un bello y exótico baile elemental que mi abuela me había mostrado desde que era bastante pequeña. Desde el primer momento lo amé, así que no me importó que fuera ilegal practicarlo y mucho menos ganar dinero por ello.

Peter claramente sabía que los jueves estaba disponible para cenar con él, así que aprovechaba la ocasión cuando podía. Las últimas cinco semanas habíamos cenado siempre juntos, un restaurante diferente cada jueves.

Me miré en el espejo de cuerpo completo que tenía en una esquina de mi habitación.

El vestido que había elegido para la ocasión era de un verde olivo, que dejaba mis hombros descubiertos y caía por mis brazos con unos suaves holanes, el corsé me apretaba un poco más de lo necesario, pues estaba pensado en una niña de catorce años, no de dieciocho, pero Cassandra nos hacía usarlo ya que "mantenía nuestra figura en su lugar". La cola del vestido era ancha pero no tanto, nunca habíamos tenido el dinero para comprar la tela necesaria para un vestido así. Sin embargo, a mí me agradaba, los holanes que terminaban a mis pies no se veían demasiado ostentosos.

Mi abuela siempre me recordaba que el verde no era exactamente mi tono, pues hacía verme aún más pálida, pero no tenía un vestido más elegante.

Además, me gustaba como combinaba con mis ojos grises y los hacía parecer un poco verdes.

Suspiré y salí de mi habitación. Peter ya estaba esperándome, con las mismas ropas de siempre pero sumamente limpias, y el cabello peinado rigurosamente hacia atrás. Si no hubiera sido por su rostro me hubiera echado a reír. Estaba nervioso.

Me miró y sus ojos brillaron, pensé que sonreiría al ver que, si me puse lo mejor que tenía, pero solo tragó nerviosamente.

-Será hora de que vayamos, no queremos que nos agarre el frío más fuerte, o peor, la lluvia-. Razonó. Me ofreció su brazo y lo acepté nerviosamente. Él nunca se comportaba de esa manera conmigo.

-Buenas noches abuela, regreso en un rato-. Dije. –No te duermas muy tarde Ben-. señalé a mi hermano de cinco años que le encantaba desvelarse jugando con sus barquitos de madera.

-Me dormiré cuando recupere el navío de Barbagris-. Masculló el con su voz aguda.

-Es Barbanegra Ben, no Barbagris-.

-Yo puedo ponerle la barba del color que quiera hermana-.

Sonreí, Ben podía tener cinco años, pero en ocasiones tenía el carácter de un hombre de sesenta.

-Correcto- Murmuró Peter. –Es hora de ir a cenar-. Cuadró la espalda y los hombros y salimos de la casa. 

La Nueva CorteOù les histoires vivent. Découvrez maintenant