La semana siguió su curso y con muchos trabajos; en parte de la escuela, en parte del vivero. Las clases siguieron con normalidad, pudo decirse que encontré la forma de enseñar de los profesores, un tanto sencilla. Entendí lo que muchos hablaban, de que la vida es simple a las afueras de la ciudad. Dedicar una sexta parte de mi día al vivero de la tía Sandra me agotaba, pero generaba una satisfacción que no había sentido en mi vida de citadino; hasta me sentía más indiferente usando esa palabra, como si nunca la hubiera escuchado en mi vida.
Vi en ocasiones a Micaela en los recreos sirviéndose una botella de agua mineral o comiendo una torta de Selva negra. En el almuerzo, pocas veces la veía acompañada de unas hembras (la mayoría eran de nuestro curso, las otras no supe reconocerlas), conversaban, reían y se mandaban algunas fotos por chat. Pero noté en su rostro que no le importaba en lo más mínimo lo que ellas hacían.
En pocos días estaba por tener mi primera cita, por lo que quise saber todo acerca de ella. Por suerte, estaba Raimundo para ayudarme.
—Ella a veces es algo esquiva —explicó el gato siamés—. Desde que llegó a estudiar aquí, se limitaba a leer y a deambular. Los zorros culpeos prefieren evadir a las manadas; no son tan sociales.
Entonces le hice una seña con la cabeza para indicar a la vulpina y a su grupo.
—Ah, bueno —afirmó sorpresivo—. Esa es una excepción. Ella no es una antisocial, ni mucho menos una autista. Pero hay momentos en las que uno la describiría como una solitaria.
»Una vez, en quinto, Lucas Suazo fue a pedirle pololeo con todo y bombones; fue mientras el profesor de Matemáticas estaba fuera de la sala. Ella estaba sentada en su banco y quedó con una cara de perpleja, como si la hubieran pillado haciendo una cosa indebida. Luego se levantó y se fue diciendo que tenía que ir al baño. Días después de larga espera, le dijo que no.
Lucas no estaba en nuestra clase, ya que se mudó a una comuna al norte de la región.
—Tras su fracaso, los demás pretendientes en lista de espera tomaron la delantera. ¡Oye, eso rima! En los últimos meses, Micaela aceptó a ninguno. Fue cuando los machos y yo sospechamos que era lesbiana. Pero nos equivocamos cuando Susana Herrera le pidió a escondidas que le diera un beso, y adivina qué: el bucle siguió su curso.
—¿Cómo es ella?
—¿Mentalmente?
Asentí.
—Bueno, ella siempre es ordenada —explicó mientras pinchaba con el tenedor un enorme trozo de tortilla de acelga—. En clases de Matemáticas todos los cursos dejan un desorden que haría desmayar a la reina de Inglaterra: las mesas separadas y a distintas direcciones, el suelo lleno de papeles y pelotas compactadas con cinta adhesiva; en ciertas ocasiones hay escarcha pegada en las paredes y cuadernos de más de cuatro años olvidados debajo de los bancos (a veces están rayados o con marcas de quemaduras). No te sorprendas si ves uno carbonizado.
En mi otra escuela, tenía unos cuantos pirómanos que les gustaba jugar con el desodorante que guardaban en su mochilas y ponían un encendedor delante para ver el espectáculo, o usaban el corrector para marcar su nombre al fuego vivo. Siendo racional, estoy acostumbrado a ver las llamas a centímetros de mí.
En fin, a lo que iba —continuó—. El profesor se sentía muy decepcionado por el desastre que causábamos en una hora y cuarenta minutos. Al principio se quedaba limpiando para no darles tanta pega a los conserjes, por lo que decidió implementar el uso de semaneros en su sala, ya que era su territorio. Funcionó por unos días y después ya nadie lo quiso hacer.
YOU ARE READING
UN LUGAR LLAMADO WOLFBURGO
Teen FictionHay cosas que son fáciles de entender si se tiene el valor de escuchar. Para Rubén, eso está demasiado lejos como aquel pueblo al cual se viene a vivir con su familia. Atrapado en las inseguridades de ser él mismo y de buscar ciegamente su equilibr...