Hojas I 🍃

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Tengo diez años y durante toda mi vida me venís llamando Jungkook. Mi nombre, en todos los documentos escolares y del gobierno, aparece como Jeon Jungkook, y ahora venís con que como de verdad me llamo es Jeon Jungguk. ¿Es que soy un espía norcoreano o qué?    El padre de Jungkook escuchaba a su hijo en silencio, con una cara curtida, impasible y tan carente de expresión como un pergamino. Su mujer, que sobrevolaba la conversación en vez de participar en ella, parecía tener dificultades en no esbozar una sonrisa. ¿Divertida? Y, si así fuera, ¿de qué? ¿De Jungkook? ¿Del repentino descubrimiento por parte de su marido de su intenso compromiso con el Budismo?

Fuese la que fuera la causa de su casi-sonrisa, a Jungkook no le hacía gracia alguna parecer ridículo. Incluso a los diez años, la dignidad era importante para él.
Se calmó y se puso a hablar en un tono más comedido.

 —Comemos cerdo —indicó—. Ternera. Pescado.    —Creo que los Budistas pueden comer pescado —señaló su madre, intentando ayudar.    —Les oigo cómo cuchichean. Me llaman Jeongguk y me dicen que sólo quieren correr con sur coreanos. Ni me dejan correr con ellos —dijo Jungkook—. Siempre he sido el más rápido, el mejor saltador de vallas, y ayer ni siquiera me permitieron tomar los tiempos. ¡Y eso que el cronómetro es mío!    —La verdad es que es mío —dijo Padre.    —El director no me deja que me siente en clase con los demás chicos porque no soy coreano. Soy un extranjero desleal, un norcoreano. Pues, si lo soy, ¿por qué no sé hablar en dialecto de corea del norte? Si me lo cambiasteis todo, ¿por qué no cambiasteis también eso?   

Padre elevó los ojos al techo

—¿Qué miras, Padre? ¿Rezas? Cada vez que, durante todos estos años, hablaba demasiado, mirabas al techo. ¿Qué hacías, hablar con Buda?    Padre le devolvió la mirada. Sus ojos eran densos. Los ojos de un sabio, ojerosos y blandos de mirar a través de lentes miles de hectáreas de palabras impresas.    —Te he oído —repuso el padre—. He estado escuchando a un niño de diez años que se cree muy brillante, que no hace más que quejarse y que no muestra respeto ni confianza algunos por su padre. Todo lo he hecho por ti.    —Y por Buda —añadió Madre.    ¿Trataba de ser irónica? Jungkook  jamás había podido imaginarse demasiado bien a su madre.    —Lo hice por tu bien —continuó Padre—. ¿Te crees que lo hice por mí? Mi trabajo está aquí, en Daegu, con los manuscritos antiguos. Lo que necesito de otros países me lo envían aquí por el respeto al que me he hecho acreedor. Me gano bien la vida

—La ganabas —dijo Madre.    A Jungkook se le ocurrió en aquel momento que, si no le dejaban asistir a clase, el castigo de su padre podría ser aún más terrible.    —¿Has perdido tu puesto en la universidad? —preguntó.    —Mis alumnos seguirán viniendo a verme —repuso Padre encogiendo los hombros.    —Si te encuentran —dijo Madre con aquella extraña sonrisa todavía en sus labios.    —¡Me encontrarán! ¡O, a lo mejor, no! —gritó Padre—. ¡Puede que comamos o puede que no, pero sacaremos a Jungkook —a Jungguk— de este ciudad para que pueda criarse en un sitio donde lo que diga su boca, donde esa falta total de respeto hacia cualquiera que no llegue a su eminentísima altura, reciba el nombre de creatividad, inteligencia o Visual Kei!   

—El Visual Kei es música —dijo Jungkook.    —Isang Yun es música.

El Visual Kei no consiste más que en unos listillos sin pizca de respeto. Tú eres Visual Kei. Con todos los líos en que te metes en la escuela, nunca alcanzarás la madurez para ir a la universidad. ¿Por qué eres el único niño de Corea del Sur que no aprende a doblar la cabeza ante el poder?    Padre había formulado esta pregunta antes al menos una docena de veces, y ésta, como siempre, Jungkook sabía que su padre la hacía más con orgullo que con preocupación. A Padre le gustaba que Jungkook dijese lo que pensaba, y le incitaba a ello.

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⏰ Last updated: Mar 25, 2020 ⏰

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