Épocas del reflejo

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Las primeras etapas de mi vida son algo mágicas, innovadoras; sentí como la fuerza de unos titanes iluminaban mi mente, y eran las piezas del mayor rompecabezas que puedo conocer.
A los cinco años me adentré en un mundo complejo, aburrido en realidad, sin embargo, mi madre me obligó, decía eso que dicen todas las madres de la época "debes aprender para ser alguien en la vida", ¿a qué se refiere con alguien en la vida?, y ¿quién soy yo entonces?.

Un problema bastante grave, incluso mil veces peor que eso que resalta el profesor de matemáticas todos los días, ¿cuánto es dos más dos?, no lo sé señor por lo que más quiere, no me insista.

Debo de aclarar que el Instituto era muy básico, aunque acogedor sin enfatizar en las materias esas, cuando acababa de entrar, nos daban eso..., eso a lo que llaman reglas, como caminar, como vestir, llevamos vestimentas iguales, es decir, aparentemente nos tratan como soldados a punto de ir a la guerra, no lo sé, no me convence. Debo estar delirando, el primer día todos estaban muy agobiados, entre lágrimas de chicos y chicas, yo era el único que le era indiferente a sus dramaturgos.

El Instituto, literalmente, se encontraba a la vuelta de la esquina, todos y cada uno de mis compañeros, eran algo astutos, llevaban dinero en masa, para gastarlo en chucherías, lo que a mi madre le parece extraño, como quisiera que cuatro me ayudase a tomar al menos uno de esos sabrosos chocolates nacionales, dicen que es el mejor del mundo, lástima que nadie lo reconoce, porque dice en la envoltura, según mis compañeros, que son de otro país.

En un comienzo, era solo yo y mis desquicios, el Instituto era de una sola planta, aunque muy extensa, y con varias aulas, un laboratorio de computación, y en general, algo tradicional, no tan exagerado como en el norte de Amancay, allá todo es muy "excéntrico".

Recuerdo solo a dos de mis compañeros, un tal Erick, y un..., uno llamado Marlon, no recuerdo sus apellidos, ha pasado tiempo. Aunque también, hubo una chica, morena, tan dulce como el mismísimo chocolate, de cabello ondulado, y una sonrisa que se lucía como las estrellas, sin embargo, jamás le hablé, algo que nunca le di importancia, solo la observaba; y no, no me sentía como un acosador, solo me fascinada sus acciones, y cada instinto que tenía.

Me trataban como a un criminal, trate de infiltrar una acalorada cantidad de golosinas, con el fin de satisfacer una "fiesta" en el Instituto, al parecer, durante la clase de ciencias era imposible, creo que tuve mala suerte, sin embargo, las risas fueron un pago exquisito.

Erick era un chico de piel morena, ojos rasgados, y tenía la originalidad de narrar unos cuentos muy espectaculares, no sé de dónde extraía sus historias, pero eran motivadoras, en cambio, Marlon, él era un tanto diferente, los chicos de aquella época eran muy sentimentales por decirlo así, ellos solo querían bailar, jugar, escrutar cada irregularidad que les provocaba una sonrisa, cada letra de sus bocas era el núcleo de una gracia interminable durante semanas.

Marlon llevaba consigo una apariencia cadavérica, era muy alto, tanto que sus piernas llegaban hasta sobresalirse de la parrilla de la banca que le continuaba, me refiero a que casi podía traspasar el techo.

Era alguien muy calmado, decía cosas según el profesor de literatura, de carácter poéticos, "De entre las flores crecen tanta maleza como las propias gotas de agua que caen sobre ti durante los tiempos del tormento", jamás le comprendí las arengas que reprochaba al maestro, o sus extraños momentos de "Buda", dicho así, ya que era bastante inquietante, verle parado sin decir una sola palabra, lo que en ocasiones hago, porque siento que llego a ser uno conmigo mismo, o así lo comprendo, pero, él, ¡era muy raro!.

No le hablé hasta casi finales del año lectivo, ocasión en la cual, me regaló un trozo de papel que decía "ser hecho de seres", y créeme, no lo entiendo, a pesar de ello, lo acepté, porque también sufro de delirios, no como los suyos, pero los sufro.

Hubo una ocasión muy especial, en la que tuvimos, a finales del año, hacer una coreografía vestidos muy pintorescamente según la navidad, lo que me daba igual, aunque prefería no hacerlo, ya que el pavor y el miedo de algo así, era muy grande. Me tocó la desafortunada pieza en la que tuve que bailar aquella chica, la del cabello ondulado, temí por su vida, porque soy un muy mal bailarín, al final, le pisoteé dos o diez veces los pies, pero la vergüenza desapareció al instante en el que solté sus manos.

Lo siguiente fue lo terrorífico, Erick, muy quisquilloso, buscó la manera de retarme a besarla a ella, claro que no estaba demente, pero jugó con mis ilusiones, de decirle a ella, que siempre la observo, lo que provocó la liada de mis pensamientos, y ocurrió lo imposible. Mientras ella reposaba encima de la vereda, esperando a su madre que siempre la recoge, corrí despavorido de Erick para evitar su espantosa aclaración de mi mirada, y le robé un beso, en sus maravillosos labios, lo que para ella fue muy rápido y solo me miró anonadada, y se alejó muy deprisa con su vestido rojo navideño hacía dentro del Instituto.

La locura ondeaba por todos mis cabellos, el graciosito de Erick, sin embargo, se burlaba por el hecho, ya que era un desastre el besar a una chica, no sabía que significaba ese "sentimiento", a pesar de que el profesor de matemáticas es muy constante en hacer esas cosas con su esposa.

En fin, Marlon por otra parte, seguía siendo indiferente y solitario, jamás tuvo la osadía de prestarle atención a Erick, lo que nunca le tomó importancia, lo impactante es, que Marlon luego de ese día, no tuvimos noticas de él, ni siquiera de su lugar de residencia, desapareció del mapa.

Aquella tarde, Erick como última instancia, decidió acompañarme a mi hogar, para dar comienzo a un pequeño partido de fútbol en la calle, en donde al estilo "callejero", colocamos dos piedras lo suficientemente distinguibles para simular un arco en un extremo, y otro en el otro extremo, y así usar su pelota, que, en realidad, soy muy malo en ello, pero fue divertido percibir la rareza con la que él pateaba el balón, literalmente se cayó dos o cuatro veces, las risas no faltaron.

Al finalizar el día, jamás volví a saber de él, se alejó, tuvo que viajar al norte, para comenzar una nueva vida, según su mamá.

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