Sexta parte

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I

DARIA Alexándrovna aceptó la proposición que le hicieron los Lievin de pasar el verano con ellos, pues su casa de Ierguchovo estaba ya ruinosa. Stepán Arkádich, obligado a permanecer en Moscú por sus ocupaciones, aprobó aquel arreglo, manifestando vivo pesar por no poder ir a verlos sino de tarde en tarde. Además de los Oblonski y de su legión de criaturas, los Lievin recibieron la visita de la anciana princesa, que juzgaba deber suyo estar junto a su hija a causa de la situación de esta; de Váreñka, la amiga de Kiti en Soden, y de Serguiéi Ivánovich, que entre los demás huéspedes de Pokróvskoie era el único que representaba a la familia Lievin, aunque solo era Lievin a medias. Konstantín, si bien muy cariñoso con todos los que se hospedaban en su casa, comenzó a echar un poco de menos las costumbres de otro tiempo, reconociendo que el «elemento Scherbatski», como él lo llamaba, era muy invasor. La antigua casa, desierta tan largo tiempo, no tenía entonces apenas ninguna habitación desocupada; todos los días, al sentarse a la mesa, la princesa Scherbátskaia contaba los comensales, a fin de que no fueran trece, y Kiti, como buena ama de gobierno, hacía provisión de gallinas y patos para satisfacer el apetito de sus huéspedes, a quienes el aire del campo hacía más exigentes. La familia estaba sentada a la mesa, y los niños proyectaban ir a buscar setas con el aya y Váreñka, cuando, con gran extrañeza de todos, que le profesaban el respeto profundo, casi lo admiraban por su inteligencia y amplia cultura, Serguiéi Ivánovich manifestó deseos de formar parte de la expedición.

—Permítame usted que vaya yo también —dijo mirándola fijamente a Váreñka—. Me gusta mucho recoger setas, parece muy divertido.

—Con mucho gusto —contestó esta, ruborizándose.

Kiti cambió una mirada de complicidad con Dolli: aquella proposición venía a confirmar una idea que les preocupaba hacía tiempo. Se apresuró en entablar la conversación con su madre para que aquella mirada suya no fuera percibida.

Después de comer, Serguéi Ivánovich se sentó con una taza de café al lado de la ventana del salón, continuando la conversación con su hermano y mirando de vez en cuando a la puerta por donde iban a salir los niños. Levin se sentó en la ventana al lado de su hermano. Kiti estaba junto a su esposo, esperando que terminara la conversación que a ella no le interesaba.

—Has cambiado mucho desde que te has casado, a mejor —dijo Serguéi Ivánovich, sonriendo a Kiti. Por lo visto la conversación no le interesaba mucho—, pero sigues fiel a tu costumbre de defender las ideas más paradójicas.

—Kiti, no debes estar de pie —dijo Lievin, y le acercó una silla.

Pero Kosznyshov vigilaba la puerta por donde debían salir los excursionistas, y apenas divisó a Váreñka con su pañuelo blanco a la cabeza y su vestido amarillo de algodón, interrumpió la conversación, y apurando el fondo de su taza exclamó:

—Heme aquí, Varvara Andriéievna.

—¿Qué decís de mi Váreñka? ¿No os parece encantadora? —preguntó Kiti, dirigiéndose a su esposo y a su hermana de modo que la oyera Serguéi Ivánovich. —¡Qué hermosa es! Y qué belleza mas noble... ¡Váreñka! —exclamó. —¿Vais a estar en el bosque donde el molino? Luego nos acercaremos.

—Siempre olvidas tu estado, Kiti; es una imprudencia gritar así —interrumpió la princesa, saliendo presurosa del salón.

Al oír la llamada de Kiti y la reprimenda de su madre, Váreñka se acercó a Kiti con el paso ligero y rápido. La agitación y la rapidez de sus movimientos y su rostro animado con las mejillas sonrosadas —todo decía que le sucedía algo extraño. Kiti sabía qué era ese «algo extraño», y la seguía con la mirada atenta. La había llamado ahora solo para bendecirla mentalmente para un acontecimiento importante, que, según pensaba, tenía que suceder ya durante aquel paseo.

—Me alegraría mucho que se verificase cierta cosa —murmuró a su oído, besándola.

—¿Viene usted con nosotros? —preguntó la joven a Lievin, para disimular su confusión.

—Sí, hasta las granjas, pues debo examinar algunas carretas nuevas. ¿Y dónde estarás tú? —preguntó a su esposa.

—En el terrado.

Ana Karenina (Vol. 2)Where stories live. Discover now