Prólogo

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¡Advertencia: si no habéis leído el epílogo de Cuando puedas respirar, os recomiendo hacerlo antes de seguir, o a lo mejor no entendéis nada!

-o-o-o-

Alay

Me gustaba el olor a puro, sin embargo, el humo me molestaba. Se pega a la ropa y a la piel; era imposible quitarlo durante días. Así que aspiré y me lo coloqué entre los labios, sin hacer intento de encenderlo, aunque tenía el mechero alineado con mi mano derecha.

―No voy ―dijo Ethan, con un gesto de circunstancias, pero sin enfadarse más de la cuenta.

―Yo tampoco ―declaró Bob, tirando sus cartas con algo de rabia boca abajo. Luego clavó su mirada oscura y maliciosa en mí, con una sonrisa enmarcada con su fino y ridículo bigote―. Y hablando de gente que no va. Ella no vendrá.

Yo no alcé mis cartas, no necesitaba verlas una y otra vez como hacía Bob. Me limité a acariciar mi montaña de billetes, como si estuviera dudando, como si pudiera hacerlo con las cartas que tenía. Al final, alcé un par de cincuenta y los tiré al centro, donde había ya una montaña de billetes y un par de joyas de aspecto caro.

―Vendrá ―aseguré, sin quitar la vista del dinero.

―¿Por qué no te juegas ese reloj? ―me sugirió Candy―. Es de mujer.

Siempre hacía lo mismo cuando tenía malas cartas, parloteaba de cosas absurdas en un intento de distraer la atención. Pero, por una vez, funcionó un poco. Dirigí la mirada hacia el reloj femenino que tenía junto a mi mano derecha, y sonreí al ver la hora. Seguro que estaba a punto de llegar.

―Porque, querida Candy, los trofeos no se juegan ―repliqué―. ¿Vas o te atreverás a dar el cambiazo a tus cartas ya?

Me miró indignada, pero el ligero sonrojo de sus mejillas delató sus intenciones. Negó un poco y dejó sus cartas en paz (y las que escondía en su manga también).

―No voy ―musitó.

―Yo voy y subo la apuesta ―aseguró Darikson, tirando varios billetes al centro―. Solo quedamos tú y yo, jefe.

Me quité el puro y lo dejé en la mesa, entrecerrando los ojos. Darikson era el más inexpugnable de todos. Era un bestia y no muy listo, pero su cara no dejaba ver un solo sentimiento, ni un pensamiento. Su hermano Bob solía bromear, diciendo que no pensaba y por eso no dejaba traslucir nada.

―Si tan seguro estás de que vendrá, Alay, deberías ir con todo ―se burló Bob.

No solía caer en sus provocaciones, pero estaba de buen humor, así que le dirigí una sonrisa y empujé todos mis billetes al centro.

―Que así sea, yo siempre voy con todo, Bob.

Me pareció que Darikson se ponía nervioso por primera vez. Miró su fajo de billetes y negó un poco. Unos manchurrones rojos muy sutiles aparecieron en sus mejillas. ¿Iba de farol? Negó con la cabeza y arrastró la silla, como si alejarse de la mesa redonda de póquer que había hecho que instalasen en mi suite, fuera a salvarle de la bancarrota.

―¿Qué tenías? ―Candy trató de coger mis cartas, pero las uní al resto antes de que llegara a tocarlas.

―Lo que importa, tramposa Candy, no son las cartas que tenga, sino la que sea capaz de haceros creer que tengo ―aseguré.

Ella me miró enfurruñada, pero no tuvo tiempo para replicar, antes de queun fuerte golpeteo en la puerta nos hiciera guardar silencio a todos a la vez.Yo sujeté el reloj con una sonrisa, antes de ir a abrir la puerta.


¡Holi!

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¡Holi!

¡Ya hemos llegado a la historia de Jade que lleváis tiempo pidiéndome! ¡Espero que os guste mucho!

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Cuando vueles en alfombra - *COMPLETA* ☑️Where stories live. Discover now