Capítulo 4: El Que Se Marchó.

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¿Qué clase de droga podría reemplazar la sensación que experimentaba ahora mismo? Todo su cuerpo se sentía ligero y volátil... Y es que se trataba de una libertad tan sublime y única que ni en sus pensamientos cabía una explicación detallada sobre ella. Quizás podría compararlo con algo para que los idiotas pudiesen comprender fácilmente. Tal vez, con el aire que respiraba o el humo del cigarrillo recién encendido. Aún mejor, con un tenue suspiro tras llegar al orgasmo e incluso con la continua emoción de estar enamorado.

Sabía que era más especial que cualquier persona vivida y viviente en aquel repulsivo universo. Se hallaba en una burbuja irrompible, en una especie de nube donde no había espacio a las ataduras del pasado o al deber del tiempo presente.

Había vuelto a nacer, sin nada y al mismo tiempo con todo lo necesario en su mente para poder vivir a su manera. Era una persona que había sufrido una larga y caótica vida que no recordaba en absoluto. El culmen de la libertad se reflejaban en su figura desnuda, mojada por el agua clara de la bañera. Rió casi con malicia, sin sentir pena por los que vivían determinados por una familia, unos amigos y un mundo de auténtica mierda. Echó su cabeza hacia atrás e ignoró la realidad que aporreaba la puerta del baño, la cual intentaba con desesperación ahogarlo en la monotonía de una sociedad que desconocía por completo.

Pero esta vez no.

Porque ese día, Reigen Arataka festejeaba felizmente su funeral. Había dejado de existir y ese se trataba del mejor regalo que Dios y nadie podrían haberle hecho jamás.

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Capítulo 4: El que se marchó.
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Ni situándonos a miles de kilómetros de distancia, seríamos capaces de asemejar a ese hombre, de mirada caníbal y embellecida por la ferocidad, con el protagonista fallecido de esta historia. Eran tremendamente opuestos, como el típico día y noche; y esto tiene sus obvios motivos. Por la erótica manera en la que su cuerpo se encontraba acomodado en aquella bañera de porcelana; siendo tan tentador hundirse con él en ese instante y disfrutar de su desnudez: acariciar sus piernas alineadas a la perfección, trazar formas ilegibles con la lengua en el pecho amplio y firme o morder esas sensuales clavículas marcadas por su sutil delgadez. Era distinto por ese cabello castaño ya mojado peinado hacia atrás o por la desquiciante forma de llevar el cigarrillo a sus labios, como si fuera algo más sucio y obsceno que residía de manera exclusiva en su mente.

— ¡Reigen, abre de una maldita vez, joder!

Su mirada se volvió hacia la vetusta puerta de madera. ¿Cuánto tiempo llevaba ahí ese imbécil de mofletes ridículos? Ni idea y tampoco es que le importase en absoluto saberlo. Otro golpeteo más y su paciencia se desbordó. Molesto ante su insistencia, dejó que un gruñido cabreado se escondiera entre el humo de su amada adicción. Mordió sus labios suavemente y se apoyó en la palma de su mano, exhausto ante la situación que se le presentaba. No quería hablar ni que le hablasen, aunque cuando los gritos y las demandas del contrario se volvieron más fuertes, supo que no tenía otra opción que contestar.

— ¿Qué quieres? - Tan breve, frío y cortante; pero al mismo tiempo, tan erótico, sensual y atrayente que cualquiera desearía follárselo sin ninguna compasión por cómo se levantase al día siguiente.

Se oyó un profundo suspiro al otro lado de la puerta. Ekubo recargó su frente en ella y calmó su cuerpo dominado por la preocupación y el nerviosismo. — Estás bien. - Dijo más para él mismo que para Arataka.

— ¿Qué te pensabas, que iba a suicidarme o algo así?

El silencio del moreno pareció responder sin titubeo a la pregunta formulada.

Curiosidad De Un Hombre CorrompidoWhere stories live. Discover now