Capítulo 6: No Duele, Quema.

816 58 26
                                    

Una sonrisa se dibujó en su rostro. Nada que imaginase podría ser mejor. Ese beso. Tremendamente delicado, como si pretendiese reconstruir en aquellos labios un trozo de cristal roto. No era necesario que abriera sus ojos para sentirlo: las manos que se aferraban al cuello de su pijama temblorosas, las lágrimas condimentando con sal la dulzura de ese instante, el calor de Reigen llenándolo casi por completo... Shigeo reclamó por más y optó por ser la persona más egoísta del mundo: apresando sus comisuras, moviendo su boca embriagado por esa sensación y continuar así hasta asegurarse de que ambos terminarían ahogados en la respiración ajena. El mayor se sorprendió y aunque hizo un amago de separarse, volvió a refugiarse en ese exquisito contacto que con urgencia demandaba.

En un principio, fueron torpes, curiosos por lo inexplorado y excesivamente lentos. Sin embargo, no tardaron mucho en conseguir encajar a la perfección, como dos piezas perdidas de un puzzle que se habían encontrado. Apresaba en su boca el labio inferior y luego hacía lo mismo con el superior, notando las aspiraciones cálidas del castaño deseosas de obtener un mínimo de aire. Pero Mob era cruel y no se lo permitiría, que algo como eso (el necesario hecho de respirar) interrumpise un beso así. Prosiguió entonces con aquella caricia que creyó eterna en el tiempo, mientras sentía los suspiros sofocafos de Arataka arremeter contra su piel. Y es que era tan bueno, la manera en la que sus gemidos se entremezclaban, junto a esos jadeos desesperados imposibles de saciar; produciendo una droga demasiado adictiva de la que ninguno de los dos tenía forma de escapar.

— Shigeo. - Su voz tembló en aquel susurro ansioso. De su mirada miel se fugaban los restos apenados de su llanto, ese que había comenzado a desvanecerse poco a poco por los roces del menor. Mob enredó sus dedos en el cabello castaño y secuestró su boca nuevamente, compartiendo un beso profundo, íntimo y dulce. Notó las manos de Reigen descender a su cuello, envolviendo con suavidad su nuca. Ladearon los rostros y sus agitadas respiraciones golpearon las mejillas sonrojadas. Sus comisuras jugueteaban como niños al pilla pilla, huyendo durante un breve instante y regresando con repidez para que el otro los atrapara. La piel empezaba a arder, pero eran incapaces de detenerse. Los labios se quejaban con débiles sonidos húmedos cada vez que se alejaban demasiado. No obstante, el mayor se encontraba tan cansado y frágil que se le hizo imposible mantener aquel ritmo por mucho más tiempo. Terminó por separarse y apoyó su frente en las piernas de Shigeo, siendo incapaz de seguir resistiendo la presión sobre su cuerpo exhausto.

— Arataka, ¿estás bien? - Los puños del castaño se aferraron a la tela del pijama, sintiéndose tremendamente feliz cuando Mob lo llamó por su nombre. Notó entonces las frías manos acariciar sus mejillas con dulzura y el calor de la respiración ajena envolver su oreja. Se estremeció sin poder evitarlo y esa sensación sofocante que le cosquilleaba por dentro se hizo más intensa. — Voy a ponerte bien en la cama, ¿de acuerdo? - Le susurró, quizás demasiado cerca; casi acariciando con los labios la sensible piel de su lóbulo. Retuvo un gemido en su garganta.

El moreno agarró sus hombros, lo tumbó entre las sábanas y arropó su figura con la colcha. Después posó sus oscuros ojos en él, siendo consciente de la necesidad y el deseo que su semblante reflejaba: la mirada iluminada por un brillo desesperado; pequeñas gotas de sudor deslizándose por su cuello; la boca entreabierta, rojiza e hinchada de tanto besar y volver a hacerlo... Apretó su mandíbula. Contó hasta diez. Movió la cabeza de un lado a otro, obligándose a recordar que esa misma noche Reigen se había desmayado y que llevaba inconsciente varias horas. Recobró la compostura. El menor sabía lo debilitado que se encontraba, podía sentirlo a través de sus poderes; sin embargo, también era capaz de notar otra cosa mucho más fuerte que por poco sobrepasaba su cordura.

Shigeo se sentó en el borde de la cama, quedando junto a él.

— Tienes fiebre. - Sus dedos dibujaron formas invisibles sobre su pómulo y luego delineó sus labios con el índice, como si prentendiese memorizar a fuego sus comisuras para que jamás se desvanecieran de su mente. Desvío entonces su mirada y dejó que se perdiera entre las sombras de la habitación. Tenía que salir de allí o acabaría cometiendo una estupidez de la que ambos saldrían heridos. — Te traeré una pastilla y un vaso de leche caliente. - Intentó levantarse, de verdad lo hizo, pero las manos de Arataka se lo impedían. Se trataba de un agarre débil en su muñeca, que mantenía a Mob paralizado y observándolo con ojos expectantes.

Curiosidad De Un Hombre CorrompidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora