CAPÍTULO 3

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Sentía el cuerpo ligeramente entumido y no sabía la razón. Quiso moverse, pero no podía hacer que su cuerpo reaccionara. Era como si sogas invisibles ataran sus muñecas y tobillos, impidiéndole cualquier movimiento. Abrió los ojos lo más rápido que pudo, y reconoció inmediatamente el lugar.

Era su habitación, oscurecida por la noche.

-Has despertado muy rápido—dijo Alexandra, parándose delante de Darien con una rosa negra en sus manos.

-¿Qué quieres? ¡Suéltame!—demandó, con furia.

-No te tengo atado—al mirarse comprobó que era cierto—Pero, sí encantado.

Alexandra mostró entonces el medallón que colgaba de su cuello. El emblema que en él estaba grabado le parecía de lo más familiar a Darien, quien no atinaba a recordarlo del todo.

-¿Qué quieres mi señor, esto?—preguntó, mostrándole el circular objeto—No lo tendrás ni ahora ni nunca.

-Más te vale dejarme en libertad.

Alexandra río.

-¿Tú, dándome a mí órdenes? Estás loco, querido.

-¡No tan loco como tú! ¿Qué quieres?

-Nada. Solamente advertirte.

-¿De qué?

Alexandra hizo que del medallón saliera una intensa luz verdosa, que cubrió toda la habitación. Entonces, frente a Darien aparecieron imágenes borrosas que no podía distinguir,

-¿Qué...?

-Robado, pero es un poder muy grande ¿No lo cree, majestad?—dijo su título con burla.

-¿De qué hablas?

-¡De esto!

Con un movimiento, los pétalos negros de a rosa se dispersaron en un torbellino que pronto llegó a Darien. El chico cerró los ojos cuando el viento se hizo tan negro como la flor, abriendo los ojos sólo cuando escuchó una voz suave y dulce, con la que llevaba soñando bastante tiempo.

-¿Y por qué no, mi princesa?—decía un sujeto, completamente desconocido para Darien. Vestía una armadura que le parecía ligeramente familiar.

-¿Y por qué sí, príncipe?—contestaba Serena, con ese blanco vestido que la distinguía como princesa del Milenio de Plata, en el lejano pasado.

-Veo que sois bastante lista, mi señora—dijo, juguetón.

-¡No, soltadme!—respondió Serenity entre risas, mientras aquel príncipe la sujetaba por la cintura para hacerla dar miles de vueltas.

-¡Hasta que pidáis perdón!

-¡No!

-Tú lo habéis querido.

Y la tumbó con suavidad en el césped, con flores, donde le hizo unas pocas cosquillas. Eso, antes de acercar lentamente su boca a la de ella.

-¡NO!—gritó Darien, saliendo de esa pesadilla para caer de golpe a la realidad.

-Mi príncipe de pacotilla, antes de irme, quiero decirte una sola cosa—habló Alexandra con firmeza—Eso no era un sueño, sino un recuerdo muy profundo de tu subconsciente.

Y dicho esto, los pétalos negros se esfumaron así de rápido como desapareció la enviada del enemigo. Darien, entonces, recuperó el control de su cuerpo y consiguió pararse. Sudaba mucho por los celos intensos que destrozaban su interior, a pesar de ser un sueño, no por eso dejaba de verse condenadamente real.

Sailor Moon: Hija de la LunaWhere stories live. Discover now