Epílogo.

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Era una completa y total locura.

Se pasó las manos por su negro cabello en un gesto de desesperación, la misma que mostró al tener las cejas fruncidas y los labios presionados entre sí en un tenso rictus que remarcaba el hoyuelo de su mejilla izquierda.

Se iba a volver loco.

Al menos diez torres de libros se alzaban delante de él por encima del escritorio que hasta hace una semana atrás, Lucifer, su abuelo, seguía utilizando. Libros que parecían sumamente antiguos y otros que eran realmente nuevos, pero todos y cada uno de ellos con más de trescientas páginas, estaba seguro de ello. Y, para su mala suerte, tendría que leerlos todos -sin contar los que estaban en la biblioteca que había en el subterráneo-.

Con un suspiro se inclinó hacia atrás hasta apoyar su cabeza en el respaldo de la silla. Estaba acostumbrado a leer demasiado gracias a la universidad, pero ahora parecía un exceso. Cerró los ojos y soltó una maldición susurrada que apenas fue audible con los chasquidos de la chimenea.

Aún seguía sin entender por qué él había quedado en esa posición.

"Porque tienes alma de justiciero. Alguien tiene que castigar a los malos, ¿no es así?"

La voz de JongIn resonó dentro de su cabeza clara y concisa, robándole una sonrisa.

—¿En qué estás pensando para tener esa sonrisa?

Dio un respingo y abrió los ojos de par en par cuando la voz de JongIn inundó el lugar.

No tardó demasiado en encontrar al demonio de cabello gris ya que éste estaba apoyado en el escritorio, justo por delante de él, más específicamente entre sus piernas. ¿En qué momento había llegado hasta allí? ¿Acaso se había dormido? Entrecerró los ojos, consciente de la socarrona sonrisa del moreno.

—¿En qué momento llegaste? —cuestionó, relajando un poco su postura. JongIn amplió su sonrisa.

—Siempre estuve acá, ChanYeol. —canturreó JongIn, cruzándose de brazos.

Desde que había sucedido todo, JongIn, de alguna manera, estaba más y más cerca de él. ¿Qué clase de relación tenían? Ninguno lo preguntaba ni tampoco lo pensaba, sólo se dejaban llevar por aquellos sentimientos que no había que ser un genio para saber que eran mutuos. Y él sabía que si algo le llegaba a suceder a JongIn, haría arder el mundo. De seguro JongIn haría lo mismo si las cosas sucedían al revés.

Rodó los ojos y soltó un bufido mientras extendía sus brazos hasta poner sus manos sobre las angostas caderas del demonio de cabello gris, atrayéndolo hasta que lo tuvo sentado a horcajadas sobre su regazo. Y JongIn no se mostró molesto con ello.

—¿Por qué estás de tan buen humor? Tú también tienes que leer todo eso.

Cuestionó ChanYeol, haciendo un movimiento con su cabeza para señalar las torres de libros que, en ese momento, les servían para mantener cierta intimidad en caso de que alguien abriera la puerta. JongIn, posando sus manos contra el pecho del pelinegro, sonrió, formando dos pequeñas y brillantes medias lunas con sus hermosos ojos.

—Luego. —respondió JongIn en un susurro, deslizando sus manos por el pecho de ChanYeol hasta ponerlas en la parte trasera de su cuello. —¿No estás cansado, gran príncipe de las tinieblas? —el tono malicioso y juguetón que utilizó el moreno hizo que ChanYeol arqueara una ceja antes de reír con suavidad, mientras le acariciaba los muslos y la cintura.

—Un poco. Sí. —asintió, aunque era mentira, asegurándose de seguir el juego de JongIn. —Creo que necesito un poco de ayuda. —bajó un par de notas el tono de su voz, colando las manos por debajo de la negra camisa de JongIn.

Alas y Tridentes. (ChanKai/KaiYeol)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora