ELLAS

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La luz del sol entraba por la ventana cuando Natalia abrió los ojos, no podía verla pero aun la recordaba. Aspiró el aire de la habitación y se dejó llevar por sus recuerdos, corría por la playa con los pies descalzos en un hermoso día de verano y su risa llenaba todo a su alrededor. Ese fue el día que le confesó a sus padres que no iba a estudiar audiovisuales porque lo que quería era ser cantante. Tenía tanto miedo que tuvo que escribir el discurso en un ridículo papel que el temblor de sus manos le impidió leer. Su padre fue algo reticente, pero gracias a su madre que conocía a su hija y sabía desde qué tenía ocho años que su vida iba a ser la música, acabó por ceder.

Volvió a abrir los ojos para llenarse de oscuridad, habían pasado tantas vidas desde aquello que le parecía mas una película que hubiera visto en Netflix que no la realidad. Su teléfono vibró y lo puso en marcha para que le leyera el mensaje recibido.

MARTA

<Nataliuca cuando despiertes acuérdate que hoy viene tu alumna nueva estaré en el curro hasta las seis le he dado de comer a las fieras besos>

Natalia sonrió, nunca podría agradecer suficiente que la vida la cruzase con Marta, eran completamente opuestas pero como amigas encajaban igual que el mecanismo de un reloj. Salió de debajo de las sábanas y decidió dar comienzo a su día, no era plan de recibir a sus alumnos en pijama.

Natalia Lacunza era una mujer de metro ochenta, con un tipo de modelo de ropa interior, pelo corto siempre despeinado y un carácter de una niña de diez años a la que todo le ilusiona y le parece nuevo aunque en realidad tenía veintisiete. En sus brazos varios tatuajes frutos de su otra vida y en la nariz un séptum, que aunque muchas veces había pensado en quitarse, por alguna razón no lo hacía. Sus profesión como maestra de piano no era por lo que tanto había luchado, pero era música y con eso tenía suficiente.

Salió de su habitación dispuesta a encontrarse con sus dos fieras peleando por casa, Queen era una gata extremadamente territorial que llevaba regular eso de que Natalia hubiera decidido adoptar a Nana. Se había decidido por un perro de servicio cuando una tarde perdió su bastón y tuvo que pedir que la vinieran a buscar, fue uno de los peores días de su vida desde el accidente y se juró que nunca más pasaría por algo así. El ser invidente no podía ni quería que la convirtiera en alguien inútil y se pasaba la vida luchando por ello.

- A ver qué estropicio habéis hecho hoy fieras mías. – dijo entrando en el comedor del piso que compartía con Marta desde hacía ya cuatro años.

Los dos animales al oír su voz se acercaron a ella, Nana iba a hacerlo primero pero Queen se encargó con un bufido preventivo de recordarle que la primera era y siempre iba a ser ella.

El piso que compartían no era muy grande, pero tenía todo lo necesario, un salón amplio donde poner su piano, un sofá cómodo en el que compartían noches de Netflix y charlas y una cocina bien equipada para su otra pasión, la cocina.

Acarició a su gata cómo merece una reina y luego fue el turno de Nana que a esa hora aun no estaba trabajando y se comportaba como lo que era, una perra mimada.

Unos labios en el cuello pusieron sus sentidos en alerta, se había quedado dormida en la cama de esa chica. ¡Mierda! Abrió los ojos intentando recordar su nombre, por eso siempre se iba antes del amanecer, para ahorrarse esa escena.

Alba era una mujer con una belleza abrumadora, de pelo rubio corto y unos ojos que te desnudaban hasta el alma si les dejabas y ella lo sabía.

- Mmm – Gimió al sentir el mordisco en su yugular, la chica tenia ganas de más, pero Alba no era de repetir por la mañana y no iba cambiar ahora. – ¿Qué hora es?

Una semana contigoWhere stories live. Discover now