XXII. Te necesito

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Tal y cómo planeó, nada más llegar a casa se quitó cada prenda y durmió. Durmió como una condenada marmota, sin que el más mínimo sonido fuera capaz de romper su trance inconsciente. Aunque no pudo hacerlo hasta que su madre no lo dejó libre, poniendo el grito en el cielo al verle los raspones en su cuerpo. Se los desinfectó por segunda vez a pesar de que Inosuke le hizo saber que ya lo habían limpiado. Fue una terrible agonía. Una que quedó en el olvido en cuanto se metió en la cama, utilizando la sábana más fina que tenía. La tarde transcurrió más rápido de lo que hubiera querido, todavía sentía que debía dormir más. Sin embargo, no podía simplemente ignorar el plan con sus dos amigos. Además, dormiría con ellos, así que guardaría esas ganas de sueño hasta entonces. No necesitaba más que una pequeña mochila para guardar su pijama y su aseo personal. Zenitsu había informado de que tenía futones suficientes para quedarse en aquel sótano, y los pegaría unos a otros, sin dejar espacio entre ellos. Lo mejor de todo era que la cena sería tempura. Iba a ser una noche maravillosa, a su parecer. Sus buenos amigos, chuches, cena exquisita... Casi saltó sobre ellos cuando los tres se encontraron en el punto acordado para ir a aquella casa, cayendo el atardecer de luces cálidas y suaves. Estaba tan emocionado que, nada más llegar, intentó seguir a Zenitsu de acá para allá como un patito a su mamá, aunque este les había dicho específicamente que esperaran en el sótano, que no tenían que hacer nada al ser los invitados. Hizo caso, no solo porque no era desobediente, sino porque disfrutaba sus breves momentos a solas con Tanjirou, sentados sobre el futón central, incluso si no hablaban y se limitaban a observar como el otro iba y venía. Su simple presencia era acogedora, cálida, como un rayo de sol en otoño con aroma a pastel de frutos rojos recién hecho, humeante y suave en todo su esplendor. Tan dulce como él. Quería acercarse más, necesitaba hacerlo. Pero resistió la tentación. No movería un dedo a menos que se lo pidiera, o él mismo lo atrajera hacia su cuerpo canela. Ese cuerpo ligeramente atlético, parecido al suyo en composición, pero no en tamaño. Recordó entonces la primera vez que ensayó algo diferente que no tenía que ver con su actual proyecto de demonios, aquella actuación de categoría amorosa y sexual. Quería repetirla, sobretodo la primera porque en ella no sufriría accidentes. Deseaba volver a besarlo, a revolver su cabello candente, a tocar cada centímetro de su piel, a sentir el corazón ajeno latiendo a través de sus bocas. Era su más preciado tesoro, el tiempo empleado en acercarse había dado frutos, unos frutos que no creyó que serían así si se lo hubieran dicho el primer día que le hablaron. Unos fruros tan dulces, tan adictivos. Mientras que la relación con Zenitsu, al mismo nivel, estaba en un sendero diferente, con otros frutos distintos. Los adoraba a ambos en dos caminos. El rubio era... Era como aquel mejor amigo con el que no existía el pudor, los tabúes y que podía permitirse hundirse en él si lo necesitaba. Y el pelirrojo era... No lo sabía. Era como un hogar, era el amor y el cariño, la protección. Alguien a quién admiraba como un ídolo, como un anhelo inalcanzable. Quería volver a sentir aquellos besos en su piel pálida, incluso si no eran reales. Deseaba tanto sentir que sus sentimientos fueran correspondidos. Pero soñaba demasiado. Aquello no iba a ocurrir. No sabía si alguna vez superaría la etapa. Lo dudaba, y aun así, no se alejaba de él. Podía estar toda una vida a su lado, viéndolo crecer, tener una novia, casarse, formar una familia... Y para Inosuke estaría bien a pesar de destrozarle el corazón en mil pedazos. Tan solo... quería estar ahí. Si era solo, no importaba. Dudaba que estando tan colado por él se permitiera tener una pareja. Sería como engañar al hombre que se juntara con él. No podía hacer eso. Su voz suave fue la que lo sacó de sus pensamientos crudos.

-¿Cómo tienes las heridas? -realmente todavía sonaba algo preocupado por estas. Inosuke giró la cabeza en su dirección  le regaló una sonrisa ligera, dulce.

-Están bien. Ya no me molestan. -no a menos que las tocara con mucha presión, aquello aún estaba fresco.

-Si en algún momento te duelen, dilo. -verle asentir fue suficiente para él, para estar satisfecho y confiado. -¿Qué dijo tu madre cuando las vio?

Detrás de la luzOnde histórias criam vida. Descubra agora